Patricio J. y su esposa, Adriana, nunca imaginaron que el viaje de regreso a San Isidro desde Córdoba, en cuestión de pocos minutos, se iba a convertir en una pesadilla difícil de olvidar. Todo comenzó en el kilómetro 82 de la ruta 9, entre Zárate y Campana, cuando una viga de cemento de unos 25 centímetros de largo, que estaba en el carril rápido de la autopista, reventó dos neumáticos del Ford Mondeo gris del matrimonio y le hizo perder el control del auto al hombre, un contador de 61 años. Como pudo, maniobró hacia la derecha, rogando que ningún otro vehículo, sobre todo algún camión, se los llevara puesto. Con esfuerzo y habilidad logró llegar a la banquina. Se abrazaron y lloraron. “Estamos vivos”, se dijeron, aliviados. Pero, lo peor no había comenzado.
Eran las 20.10 del domingo pasado. Esa zona de la Panamericana estaba a oscuras. Adriana estaba por llamar al 911 para avisar de que había una viga de cemento en el carril rápido de la autopista. El matrimonio, hasta ese momento, pensaba que la estructura se le había caído a un camión que había pasado por el lugar un poco antes. Pero pronto entendieron lo que había sucedido. Era parte de un plan criminal.
“Cuando mi mujer estaba por llamar al 911 escuchamos un disparo. Un vidrio estalló.”, recordó a LA NACION Patricio J; de pronto, tres o cuatro delincuentes se metieron en el auto y empezaron a romper todo.
“Dame todo, dame la plata”, gritaba uno de los ladrones. Patricio J. primero les entregó 70.000 pesos que tenía en la guantera. Pero los delincuentes exigían más.
“Llegaron muy excitados o tuvieron que correr bastante hasta el auto”, dijo la víctima del violento robo. Quizá los ladrones no esperaban que Patricio J. pudiera maniobrar y conducir unos metros desde donde habían dejado la viga de cemento.
Una semana después, Patricio tiene un moretón en la pierna derecha. Se lo provocó un destornillador o faca que le apoyó unos de los ladrones mientras lo amenazaba.
Para las víctimas, el ataque duró una eternidad. Pero solo fue un minuto, tiempo suficiente para que los delincuentes se apoderaron de 70.000 pesos, dos iPhones, dos bolsos con ropa, una tablet y hasta el manual de mecánica del Ford Mondeo para después escapar.
“Después me bajé del auto. Le hacía señas a los automovilistas que pasaban. Pero nadie se detenía. Tenían miedo o estaban enterados de que sucede en la zona”, sostuvo Patricio J.
Las víctimas necesitaban que alguien se detuviera para poder llamar por teléfono a la grúa y para denunciar lo que había sucedido.
Finalmente, un alma bondadosa se detuvo y le dijo a Patricio J. que lo siguiera. Él dudó porque no sabía en qué condiciones estaba el auto.
“Seguime. Van a volver y te van a hacer un desastre”, le dijo el automovilista, que estaba acompañado por una mujer.
Hicieron tres kilómetros. Hasta una zona más iluminada, donde le prestaron el teléfono. Después llegó la policía. Ya estaban a salvo, pero la esposa de Patricio J. no paraba de llorar.
Los policías le dijeron al matrimonio que lo les sucedió es una situación que se repite con frecuencia. Que detiene a los ladrones, pero salen poco después. Que algunos son menores.
El contador todavía no pudo ir a Campana a hacer la denuncia. Ahora está sin auto. El Ford Mondeo quedó con la dirección rota. Solo espera que otra gente no caiga en la trampa o que se adopten medidas de seguridad para evitar más robos y que otras víctimas salgan lastimadas.
“¿Por qué tanta violencia?”, se preguntó casi una semana después del robo Patricio J., al recordar el ataque furtivo que vivió con su esposa. Solo tiene agradecimiento para esa persona que no conocía y lo ayudó a escapar de una pesadilla difícil de olvidar.