Juegos Olímpicos 2024: Novak Djokovic, el hombre que ganó la batalla contra los prejuicios y le regala alegrías a un país que avanza sin olvidar la guerra

PARÍS (Enviado especial).- Ya se había secado las lágrimas y quitado el polvo de ladrillo del cuerpo. Ya no le temblaban las manos. Ya se había abrazado y besado con su esposa, Jelena, y sus pequeños hijos, Stefan y Tara, a los que buscó entre la multitud ni bien derrotó a Carlos Alcaraz. Se había conmovido cantando el himno de Serbia y viendo la bandera de su país en lo más alto del Philippe-Chatrier, el emblemático court en el que tantas veces el público lo reprobó. Ya había estrujado contra el pecho la medalla dorada olímpica que persiguió durante dieciséis años. Ya había pasado por la zona mixta para hablar con la prensa internacional y cumplido con los habituales compromisos de los campeones. Se lo veía radiante y liberado a Novak Djokovic cuando llegó a la Villa Olímpica y lo arroparon los atletas serbios, sus hermanos de sangre. Empezaron (siguieron) las celebraciones. Fue allí cuando una variante de kolo, la danza circular eslava que altera según la región, pero que habla del pueblo serbio, de la libertad y los antepasados, empezó a sonar a todo volumen.

Djokovic, tras ganar el oro olímpico, junto con su esposa, Jelena, y sus hijos, Tara y Stefan

Nole, envuelto con la bandera de su país, quedó en el centro de una gran ronda, bailando, yendo festivamente de una punta a la otra, saltando en un pie. Ese mismo chico que en la Belgrado de la antigua Yugoslavia se acurrucaba en el subsuelo de un edificio desvencijado a esperar que el terror provocado por las bombas de la OTAN dieran un poco de tregua, allí estaba, centellante, ganador. Orgulloso. “Estoy, simplemente en la luna”, lanzó poco después de jugar su mejor partido en la temporada, en la final de París 2024. “Definitivamente se trata del mayor logro deportivo que he tenido debido a las circunstancias y las cosas a lo largo del camino que tuve que enfrentar”, aseveró alguien que ganó 24 trofeos de Grand Slams, siete Masters, la Copa Davis y que permaneció en el número 1 del ranking durante 428 semanas. ¿Sorprende la sentencia? Si se tiene en cuenta la identificación que el protagonista ostenta con sus orígenes, no.

Djokovic bailando en la Villa Olímpica

Durante su infancia, decenas de veces convivió con la triste situación: él y otros niños practicando tenis mientras, a la distancia, arreciaban los ataques. Pero Djokovic nunca renegó de sus raíces; todo lo contrario, incluso, sintiéndose discriminado en puntos geográficos más acomodados de Europa. En 2006, la federación británica de tenis le hizo un tentador ofrecimiento a Novak para que representara al Reino Unido, pero Djokovic prefirió seguir defendiendo los colores de su país. Políticamente incorrecto, en el tiempo se involucró con los problemas de la sociedad, visitó Kosovo en varias oportunidades y donó dinero para monasterios históricos. La Iglesia Ortodoxa de Serbia le entregó la más alta distinción, la medalla de Santo Sava. Se encumbró, desde hace años, en la figura de un país joven que mira hacia adelante sin olvidar su pasado.

En septiembre del año pasado, luego de ganar su 24° Grand Slam, en el US Open, escuchó si se consideraba el mejor de la historia. “Se los dejo a ustedes y al resto si merezco ser parte de ese debate. Pero hay algo que sí es un hecho: si no fuera de Serbia ya me habrían glorificado a nivel deportivo hace años, especialmente en Occidente. Pero es parte de mi vida, estoy orgulloso de ser de Serbia, me da fe y esperanza y por eso lo que estoy logrando sabe mejor y me llena más”, dijo el balcánico, sin ocultar la irritación que acarrea por la postergación que sintió.

La profunda emoción de Djokovic al vencer a Alcaraz en la final olímpica disputada en el Philippe-Chatrier, el court central de Roland Garros

El fútbol y el básquetbol son los deportes que movilizan a los serbios. La minoría sigue con atención los partidos de tenis de Djokovic, pero la gente lo endiosa más que a cualquier atleta por lo que representa en el exterior, incluso por encima de Nikola Jokic, el popular basquetbolista que actúa en la NBA. Es más: cuando el año pasado el jugador de Denver y MVP de las finales anunció su ausencia en el Mundial (se celebró conjuntamente en Filipinas, Japón e Indonesia) por padecer “fatiga física y mental”, fue observado de reojo y la mayoría en Belgrado coincidió que algo así no ocurriría con Djokovic en un evento tan importante. Serbia, encima, perdió en la final con Alemania.

“La gente lo ama a Novak. Saben que está en cualquier parte del mundo y va a representar a Serbia; eso es muy importante para la gente de acá”, le cuenta a LA NACION la argentina Silvina Funes, que en 2010 creó un club de fans de Nole en nuestro país y hoy vive en Belgrado y está casada con un serbio. “Por muchos años, por la guerra, Serbia estuvo bloqueada, la gente no podía entrar y salir fácilmente, muchos productos estaban prohibidos, etcétera. Y los serbios tienen, en general -sigue describiendo-, una sensación de que los ponen como los chicos malos en muchas películas. Los afecta bastante, no lo entienden. En muchos lugares los tratan así. Pero desde que Novak es lo que es, sin renegar de su nacionalidad, ser serbio se convirtió en un orgullo. Es como Messi, que vivió toda su vida en España, pero siempre siguió siendo muy argentino. Novak es súper serbio. Tiene un montón de costumbres locales, es orgulloso de su pasado y muy religioso. Creen siempre que está protegido por Dios, que va a pasar lo que él quiera y esas cosas siempre muy espirituales”.

Djokovic besando la medalla dorada que buscó desde Pekín 2008 y que recién pudo ganar en París 2024

Funes cuenta que, si está en un restaurante y, al mismo tiempo, hay partidos de fútbol y tenis, en las pantallas muestran el primero. Pero siguen atentos a Djokovic y, una vez que gana, salen de inmediato a las calles para celebrar, como ocurrió este domingo, tras el triunfo frente a Alcaraz. “La gente no conoce al detalle la historia tenística de Novak, pero sí les importa lo que dice -apunta Funes-. Trasciende sus logros deportivos. Es visto como el mejor hijo de Serbia. Es especial. Se sabe que rechazó ser británico y esas cosas hacen que lo amen más. No siente vergüenza de ser serbio. Yo, que vivo acá y estoy casada con un serbio, lo entiendo más. Tienen un humor sarcástico y no todo el mundo lo entiende. Como sufrieron guerras, ven otros tipos de problemas menores y no se preocupan tanto. Cuando mi marido era chiquito, su familia no tenía para comprarle pañales, comida… Sobrevivieron y ahora están bien. Es súper seguro. Dejás tu teléfono o computadora en un bar, vas al baño y nadie te toca nada. Además, a la gente le gusta que Novak no se casa con partidos políticos”.

Djokovic, en las portadas de los diarios de Serbia

Hace sólo dos meses, Djokovic se retiró de Roland Garros antes de jugar los cuartos de final por una lesión en la rodilla derecha y se sometió a una cirugía menor (de meniscos). Sorprendió a los expertos médicos al regresar al tour pocas semanas después, en Wimbledon, pero no volvió a estar en plena forma hasta estos días, en París 2024: se elevó hasta un nivel altísimo que no mostraba desde el año pasado. Competidor feroz, la motivación por alcanzar su única cuenta pendiente lo potenció; su mejor versión se derramó en la final, ante el chico maravilla, ganador de dos de los tres Grand Slams de la temporada.

Los festejos en Serbia tras el oro de Nole

Djokovic confesó que creyó haber vivido las emociones más fuertes cuando llevó la bandera serbia durante la ceremonia de apertura en los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Hasta que este domingo le tocó ganar el oro en París y, de cierta manera, cerrar el círculo, con la bandera de su país flameando en lo más alto de uno de los estadios más prestigiosos del mundo y en el corazón francés, vaya lección. “Ahora mismo estoy en el séptimo cielo [expresión religiosa que significa experimentar una gran alegría o satisfacción]. Nada puede superar esto”, reveló Djokovic, un atleta que cargó con el peso del prejuicio y con la antipatía de los amantes de Roger Federer y Rafael Nadal, que superó obstáculos, no tuvo temor a meterse en el barro y mantuvo firmes sus valores cuando decidió no vacunarse contra el Covid-19, acción que por momentos lo aisló. En esas lágrimas que Nole, a los 37 años, dejó caer sobre el polvo de ladrillo parisino viajó la emoción de un hombre que comenzó desde lo más profundo y, sin embargo, llegó a la cima del mundo ganando todas batallas.