Maravilla Martínez, goleador de Racing, campeón, imitador del Gordo Ronaldo y creyente: “Dios hizo una excepción conmigo”

Anda apurado Adrián Martínez. En el mediodía del jueves el Cilindro está en calma pero los minutos corren. Se viene la tarde libre antes de volver a viajar para jugar “otra final”, en Rosario, ante Central. Aún le quedan abrazos por dar, mandatos por cumplir al goleador del Racing campeón de esta Copa Sudamericana. Aunque quizá anda apurado porque todo va muy rápido. Arrancó su carrera con 22 años, después de pasar siete meses preso, después de trabajar de recolector de residuos y albañil. Defensores Unidos de Zárate, Atlanta, Sol de América, Libertad, Cerro Porteño, Curitiba, Instituto de Córdoba. Hasta llegar a la mitad celeste y blanca de Avellaneda, donde lleva 29 gritos en 47 partidos. Y una vuelta olímpica. Nada menos.

“Yo creo que es algo muy lindo lo que hizo Dios en mi vida. Hoy entrás a Internet -dice Maravilla- y podés buscás si a otro jugador le pasó lo que a mí. Y no. Creo que soy el único. Antes de la Copa dije que si la ganaba era marcar un antes y un después, mostrar que sí se puede, que con Dios todo es posible. Desde que empecé con el fútbol ya jugar era un milagro. Es la verdad. Cuando llegué al primer club tenía 22 años, el profe me preguntó dónde había jugado y yo le tuve que contar que en ningún lado, que no hice Inferiores y estuve en prisión. Ya desde ahí arranqué siendo bendecido”. Su vida, dice, parece el guión de una película.

Maravilla Martínez, un delantero muy creyente

Con 32 años, es una película que se filma en presente y a la que aún parecen quedarle escenas. “Ahora tenemos una nueva final. Tenemos que ganarle sí o sí a Rosario Central para tratar de pelear el campeonato”, afirma con naturalidad.

-¿Cuándo te diste cuenta de que el equipo estaba para salir campeón?

-Desde que arrancamos el año siempre el técnico nos metió en la cabeza que queríamos la Copa Sudamericana. La Copa, la Copa, la Copa. Hoy, si lo pensás más tranquilo, te das cuenta de que en la Copa siempre fuimos un equipo diferente. Casi todos los partidos goleamos. Quizá en el campeonato tuvimos recaídas, pero en la Copa se vio el hambre que tenía el equipo y las ganas de poder cumplir con esa deuda de tantos años que tenía el club.

-Decís que no caíste aún. ¿Con qué escena te quedás de esta última semana que viviste?

-La verdad que la semi contra Corinthians acá fue algo hermoso, cómo se llenó la cancha, los cohetes, la emoción de las familias. Pero me impresionó cuando llegamos de Paraguay, que ya había gente en el aeropuerto. En cada puente que pasábamos había gente. Y en el Obelisco ni hablar. No esperaba que hubiera tanta gente porque pensé que estaban todos en Paraguay. Pero se llenó. Era emocionante ver a los chiquitos, los abuelos llorando. Fue muy lindo. Esa es una imagen que me va a quedar. Hay gente que te cruza y te dice: ‘gracias’. No es que pienso que es algo normal lo que hicimos, porque la gana uno solo en todo Sudamérica. Pero todavía me sorprende.

Adrian Martínez festeja el 2-0 a Cruzeiro, en la final por la Copa Sudamericana disputada en Paraguay

-Había 40° de sensación térmica en Asunción. Y además del gol, no parabas de correr. ¿Eso es físico o es mental?

-Era una final. Había que tratar de meter todo lo que se podía. En cada pelota parada buscaba incomodar a los centrales. Nosotros sabíamos que ellos salían jugando de abajo, la idea era que no salgan cómodos porque con el calor que hacía los espacios se hacían sentir. Cuando conducían fácil se nos complicó, como en el segundo tiempo. Después, los choques y eso es parte de mi juego. El arranque de la carrera en el gol, que me saco de encima al marcador, quizá son los dos segundos de ventaja que tuve para definir.

No pasan demasiadas frases sin que Martínez nombre a Dios o cite algún pasaje de la Biblia. Parece ser su motor. No es el único en este vestuario creyente que conduce Gustavo Costas, también devoto de la Vírgen. Racing es un equipo de fe. Maravilla abre las puertas a esa intimidad. “Le ponemos ganas, voluntad, entrenamos. Pero lo que hizo Dios con este equipo fue especial. Creo que hace muchos años se gasta plata en jugadores, técnicos y no se le daba. Ahora tenemos un gran plantel, pero la verdad que, por lo menos yo, no soy un jugador de nombre. No es que vengo de Europa, de Brasil, de jugar en la selección. Y así varios. Lo mismo Salas, Solari, Sosa venía sin jugar, García Basso tenía solo un partido en Primera en la Argentina. Creo que no solo es el esfuerzo o la calidad de los jugadores, además Dios se quería glorificar”, dice.

Y sigue: “Tuvimos esa suerte especial. Si vos ves la jugada del segundo tiempo que Sosa saca en el área chica… quizá en otro partido le pega en la canilla y entra. En un tiempo nos juntábamos a orar en la pieza, venían pastores, orábamos en la concentración. Creo que fue Dios a través de nosotros que se quiso glorificar… Las redes también empezaron a publicar frases, mostramos las remeras. Muchísima gente que no tenía fe, ni esperanza ve lo que pasó y dice: ‘Adrián estaba en la cárcel y mirá como está ahora’. El mensaje llegó a todos lados, me escriben desde Paraguay, Brasil, Uruguay, México”.

-¿Vos cómo cultivás la fe?

-Yo trato de hacer siempre el bien. Jesucristo dijo: tuve hambre no me diste de comer, tuve sed no me diste de beber, estuve en la cárcel no me visitaste, tuve frío y no me vestiste. La salvación es gratuita. No es por eso, porque el que cree ya está a salvo. Siempre dije que todo ser humano pasa por buenas y malas. Si no le estaría mintiendo a la gente. La mayoría de los personajes que aparecen en la biblia murieron perseguidos, fueron crucificados, todo por predicar la verdad. Creo que Dios hizo una excepción conmigo porque es más difícil predicar el evangelio. Sé que Dios bendice según sus obras. Justo en este plantel hay mucho creyente, todos le dieron la gloria a Dios. En la final se vio. El Uru (por Gastón Martirena), por ejemplo, siempre está orando, leyendo, elige versículos. Y el otro día antes del partido me dijo: ‘mirá el versículo que me tocó hoy’. Roger (Martínez) también es creyente. Y justo Dios los glorificó en la final. Algunos dicen que es suerte, que justo las personas que estamos todo el día hablando de Dios hicieron los goles…

-Cada tanto volvés a la unidad de Campana donde estuviste en prisión. ¿Por qué?

-Fui a visitar al pabellón 21, al pabellón de jóvenes, hace unos meses. Ahora voy en diciembre de vuelta. Creo que hay que contar que hay un Dios que cambia las personas, que hay una vida mejor. No sé si me escuchan, si voy porque juego a la pelota pero con que uno me escuche, como ese día escuché yo, vale la pena ir. Creer creen todos. La biblia dice que el Diablo cree que porque fue él que derrotó a Jesús. Es muy difícil que uno te diga que cree en el Diablo. Pero el pecado está tan al alcance que ninguno quiere liberar su vida.

-Siempre contás que en prisión vos le pediste a Dios que te deje jugar al fútbol porque ya no podías trabajar por un accidente en la mano. ¿Qué te pasó?

-Fue un problema que tuve en el laburo, con la recolección. Estuve siete días en terapia intensiva. Casi me muero porque estuve varias horas con la mano que me la iban a cortar del todo. No tenía movilidad, me corté todos los tendones, me quedaba solo la piel de arriba. Me llevaron y me operaron. Eso también fue un milagro de Dios. El doctor me dijo si mañana te levantás con la mano negra te la cortamos, pero hagamos el intento. Y me levanté con el color normal. Creo que mi vida es un testimonio de principio a fin. De casi cortarme la mano a estar donde estoy hoy… He pasado muchísimas cosas. Por eso te digo que hay algo espiritual que me tiene que haber ayudado, porque a cualquier otro no se le hubieran dado tantas cosas.

Maravilla en acción, maniobrando entre tres rivales de Cruzeiro en la final de la Sudamericana

-¿Es verdad o es mito que no hiciste Inferiores?

-No me formé en ningún club, así como quizá le pasó a mis compañeros. Sí he jugado en los barrios. Siempre jugué en el club Las Acacias, en Campana, donde vivo. Ahí jugaba hasta que caí preso. Mi mamá era la presidenta. Nos juntábamos en la esquina de la casa. Mi viejo siempre estaba ayudando. Teníamos que pagar los árbitros y vendíamos los choris para poder juntar. Hasta el día de hoy lo hace. La quieren todos en Campana a mi vieja.

-¿Y esas diagonales, esos movimientos para marcar el pase cómo los aprendiste?

-Tengo tres goles grabados en el barrio, una tarde que fue una chica con una cámara. Por los 20 años debía andar yo. Y ahí se ve que siempre tuve esas diagonales para adelante. Siempre me gustó porque cuando vos jugás en la liga de barrio, los defensores son todos gordos, lentos. Entonces mis amigos me decían te la pinchamos y vos arrancá que no te van a alcanzar. Después las fui perfeccionando, también las canchas se mejoraron, los compañeros dan el pase mejor. Es como el gol de la final, no tuve mucho mérito, había que llegar nomás. Llegué desde la mitad de la cancha y la choqué. Siempre digo que no es que tengo técnica, Dios me bendice y me pega en la pierna, en la espalda, en la panza y entra.

Maravilla Martínez no hizo inferiores y tenía como referente al Gordo Ronaldo

-Y a definir cuentan que aprendiste viendo videos de Ronaldo el brasileño.

-Siempre me gustó el Gordo Ronaldo por cómo jugaba. Pero obvio que yo no puedo hacer una bicicleta, a veces me enredo solo. Lo bueno es que hay en YouTube también un video de los goles que erró el Gordo Ronaldo. Entonces digo: ‘si este que era buenísimo erraba cómo no voy a errar yo’. Había veces que se eludía al arquero y le erraba al arco. Siempre jodo con que erran los que son crack, ¿cómo no voy a errar yo que ni hice Inferiores?. Pero me gustaba Ronaldo porque era determinante y tenía una tranquilidad bárbara para definir, no es fácil llegar ahí abajo y que todos esperen que la empujes. Como en la final, a veces esa viene tan fuerte que por ahí se te va por arriba del travesaño.

-¿Y hay más para adelante?

-Ojalá. Siempre dije: no esperaba venir a Racing a salir campeón internacional después de 36 años, siendo goleador… Puede ser que Dios me vaya bendiciendo y quede un escalón más.