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Algunos exponen una singular teoría según la cual la dirigencia es la expresión del pueblo. Resulta lamentable que dada la durísima situación que atraviesan los humildes en nuestra sociedad, queramos, además, hacerlos responsables de nuestros propios desatinos. Los hombres y las mujeres que se destacan en una disciplina suelen ser fruto de la casualidad en el origen de su formación y, naturalmente, de su talento y de su esfuerzo.
Dimos a la Historia dos grandes futbolistas, como Maradona y Messi; excelsos pianistas de la talla de Martha Argerich, Daniel Barenboim, Bruno Gelber; extraordinarios científicos como Bernardo Houssay, Luis Federico Leloir, César Milstein- los tres recibieron el premio Nobel-, Cecilia Grierson; escritores únicos como Jorge Luis Borges, Leopoldo Marechal , Roberto Arlt; pero desde hace mucho, demasiado tiempo, a ningún dirigente político notable.
En un canal televisivo, un periodista dio por sentado que la oposición estaba muerta para siempre, a lo que su entrevistado, Jorge Asís, le respondió que, por el contrario, en su opinión, tiene todas las posibilidades de volver a ganar, para gran asombro y desagrado del panel. Las palabras del periodista de marras me recuerdan a Francis Fukuyama, quien predijo el fin de la Historia como si el capitalismo se hubiera consolidado en su indolente injusticia y los pueblos hubieran perdido su capacidad de reacción.
A modo de apunte, creo que es un error aislar al Peronismo del patriotismo, creyendo que la dignidad nacional sólo está expresada por ese cambiante partido. Recuerdo a un profesor de Teología que solía decirnos que era católico hasta Constantino y después de Juan XXIII. En paralelo, yo podría decir que fui peronista hasta la muerte del General Perón y que, luego, cometí el error de participar dos años del antiperonismo de Menem y acompañé por un período de cuatro al gobierno de Néstor Kirchner.
Aburro al repetir que fuimos patria hasta la última dictadura y que poco o nada logramos recuperar en los años de democracia. Hay política cuando existe un rumbo compartido por todos, y las elecciones definen acentos de lo estatal o lo privado.
Nosotros transitamos el extravío donde cada nuevo gobierno intenta sin éxito imponer una parte, un sector de la grieta sobre la voluntad de todos. En ese sentido, el comportamiento del actual presidente nos somete cada día a situaciones vergonzosas. Cuando Milei expulsa de su cargo de embajadora ante la OEA a la hija de Domingo Cavallo demuestra que, como lo hace a diario, carece de los mínimos componentes que la dignidad humana exige a los ciudadanos y a sus dirigentes, en particular.
La política, la de verdad, debería intentar unir las partes que fracturan a nuestro país. Somos Borges, pero también somos Discépolo; somos Messi, pero también somos Maradona; somos el agro, pero también somos la industria. Y mientras imaginemos que hay un sector que debe ser eliminado, seguiremos empobreciendo a nuestro pueblo y a su destino.
El gran encuentro nacional que estuvo a veces cerca de consolidarse continúa siendo la gran deuda de nuestra decadente realidad. Las actitudes sectarias, tanto del oficialismo como del Kirchnerismo, nos someten a una dialéctica de confrontación entre fracasos que no solo carece de ideas, sino también de la más mínima posibilidad de convertirse en algo estable.
La reflexión está ausente de nuestra comunidad. Aquellos que no compartimos el proyecto del oficialismo, pero jamás repetiríamos el del Kirchnerismo derrotado, no tenemos hoy a alguien que nos represente. La grieta expresa la confrontación de dos sectores de la casta aunque lejos está de interpretar la angustia de los necesitados.
El dólar como centro del debate cotidiano no hace más que desnudar la voluntad de habitar en la ficción careciendo de la valentía de enfrentar lo real. En rigor, podríamos decir que hay dos monedas sobrevaluadas: el peso y las encuestas; al pisarlas a ambas, se puede ver el daño, pero no las consecuencias.
La concentración económica continúa en su desmesurado incremento. Aquellos que ahorraron en moneda extranjera sufren la expropiación de un gobierno que los obliga a vender sus reservas mientras facilita su traslado a las manos de los bancos y los poderosos. “La deuda se pagará con el ahorro de los argentinos”, dijo tempranamente la Ministra Bullrich. Habitamos un autoritarismo que es, sin duda, el mayor en tiempos democráticos.
Urge la gestación de algo nuevo tanto como la disolución por falta de adeptos de La Cámpora y del Kirchnerismo, de esos sectores que llevaron a los humildes a votar a Milei, en busca de nuevos rumbos para la expresión de los sueños populares. La vida cotidiana está demostrando que eso no sucede ni sucederá, que el gobierno carece de un plan económico que contemple a los carenciados, a los trabajadores, a las clases medias cada vez más empobrecidas y que, en cambio, favorece desmesuradamente al capital concentrado, a los amigos de este personaje grotesco a quien aplauden por verse en lo individual y como corporación, altamente favorecidos merced a sus medidas disparatadas e inequitativas.
Entretanto, Milei intenta hacer desaparecer al Estado porque en su febril imaginación, el Estado es él o él es el topo que lo destruye desde adentro. Analogías y metáforas simplistas frente a realidades complejas. Y mucha obsecuencia desde los medios, las redes y las ampulosamente llamadas Fuerzas del Cielo que no dejan pasar ni una objeción ni un comentario ni una sugerencia – ya no digamos una crítica- referidos a medidas diferentes de las que Milei en su impulsividad y sin medir las atroces consecuencias que acarrean, toma a diario.
Ahora, le tocó a Cavallo, a Frenkel, a Lucas Llach por intentar una defensa de Frenkel ante la ignorancia del Gordo Dan, quien ya le dio un último aviso, haciendo alarde de un supuesto poder delegado para hacer despedir a funcionarios. Antes pasó con Cachanosky y López Murphy, entre muchos. ¿Economistas marxistas, acaso? No, liberales en serio. Y liberales no solo en lo económico, también en lo político y lo ideológico.
Lo que demuestra los riesgos de la democracia cuando al frente del Ejecutivo hay un personaje como Milei que disfruta echando del gobierno, con su inveterada violencia verbal, a quienes con prudencia y respeto opinan de manera a veces sólo ligeramente diferente a la suya, cuando no a sus familiares – el de Sonia Cavallo no es el primer caso- o, sin más trámite, prohíbe el ingreso de otros economistas de su misma filiación a lugares donde él disertará, si así podemos aludir a su estrafalarios parlamentos plagados de agresiones, amenazas, groserías y chistes de mal gusto.
Así estamos. La semana que viene Milei pretende tener un encuentro a solas con Donald Trump para convencerlo de que él está haciendo todo lo que el Imperio ordena, y que cumple, además, en materia cultural atacando a homosexuales, feministas, a lo que él denomina , como si estuviéramos en la Guerra Fría “comunistas” y a cualquier intelectual “woke” que se le cruce. Se propone ser eximido de los aranceles, que Trump, como es sabido, impone a tantos países desarrollados y periféricos, en el marco de la política proteccionista que lleva a cabo. Milei procura alcanzar también el sueño del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos. Es el próximo acto de esta opereta que quizá podamos comentar en nuestra próxima entrega semanal.