“A mis sesenta y tantos, a menudo me atormenta el arrepentimiento por la forma en que traté a mis tres hijos cuando eran chicos. Durante su preadolescencia y adolescencia, perdía la paciencia por cosas que hoy me doy cuenta de que eran insignificantes. Por ejemplo, una vez mi hijo, sin querer, tiró 10 dólares en monedas mientras compraba helado con sus amigos, y mi reacción fue gritarle lleno de enojo. Soy cirujano y, cada tanto, me acuerdo de mi comportamiento ridículo— incluso mientras opero a un paciente— y me invade una profunda sensación de culpa. ¿Podrías sugerirme alguna estrategia para manejar esto? Cuando tenía ocho años mi papá nos abandonó. Nos estábamos por mudar a otro país y él nunca llegó al aeropuerto. Como te imaginarás, mi relación con él después de eso fue intermitente y disfuncional”, dice un lector.
La mirada de un terapeuta:
El arrepentimiento es tan doloroso como común, pero también puede convertirse en una fuerza positiva, dependiendo de cómo lo afrontemos. Puede atarnos al pasado o impulsarnos al cambio.
Para empezar, hay un contexto que es importante entender. Todos criamos a nuestros hijos influenciados por la crianza que recibimos.
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El arrepentimiento por los errores como padres es especialmente profundo porque la mayoría encara la paternidad con la intención de darles a sus hijos la mejor infancia posible, prometiéndose no repetir los errores de sus propios padres.
Pero mientras uno enfrenta su propia culpa, es importante recordar que no existe el padre perfecto.
Sanar los errores del pasado empieza por la autocompasión, que lleva a la autoconciencia y a la reparación, tanto con uno mismo como, cuando es posible, con los hijos.
A veces, los padres que se sienten culpables rechazan la autocompasión porque creen que no la merecen, dado el dolor que causaron. También pueden pensar que la autocompasión equivale a minimizar el daño. Pero ninguna de esas creencias es cierta. Ser compasivo con vos mismo no significa evadir la responsabilidad, sino todo lo contrario: ayuda a asumirla, abriendo la puerta a la reparación y la sanación.
Tu papá te abandonó repentinamente justo antes de mudarse a otro país. Es probable que ahora estés comprendiendo cuán profundo fue ese impacto en vos y, por extensión, en tu manera de ser padre. Los chicos que sufren el abandono de sus padres muchas veces desarrollan una necesidad intensa de control, que puede manifestarse en ataques de ira cuando se sienten vulnerables o amenazados.
Tu profesión como cirujano, donde el control es fundamental, probablemente haya contrastado fuertemente con la sensación de imprevisibilidad que viviste en tu infancia. Pero el hecho de que estos recuerdos te invadan incluso mientras operás, en un momento de máxima concentración, sugiere que tu mente te está diciendo: “No puedo seguir reprimiendo este dolor”.
Pueden hacerse tres cosas cn el dolor:
- Huir de él (negación, represión).
- Ahogarte en él (rumiación constante).
- Hacerte amigo de él.
Hacerte amigo de tu dolor significa dejarlo estar y abrir un diálogo interno con él.
Podría sonar algo como por ejemplo: “Bienvenido, viejo amigo. Te conocí en el aeropuerto hace casi 60 años. Entraste de golpe en mi vida, pero te rechacé. Pensé que si seguía adelante, si construía una familia más estable que la que tuve y me destacaba en mi carrera, podía deshacerme de vos. Pero me cansé de huir. Sentate conmigo. Tal vez puedas enseñarme algo”.
A lo que tu dolor quizá contestaría: “Lo que hizo tu papá no tuvo nada que ver con si eras digno de amor, sino con su propia incapacidad para amar bien. Debe haber sido muy difícil de entender a los ocho años. Merecías un padre presente y amoroso. Y aunque te gustaría haber manejado mejor tu enojo con tus hijos, es comprensible que alguien con tu historia haya tenido dificultades con eso. Espero que puedas tenerte paciencia y ver que explorar este tema ahora te da la oportunidad de relacionarte de otra manera con vos mismo y con los demás. No estoy acá para lastimarte, sino para ayudarte a seguir adelante”.
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Este tipo de reflexión, junto con la capacidad de entender el contexto emocional en el que perdiste la paciencia con tus hijos, te va a ayudar a liberarte de la vergüenza y a tomar acción.
Esa acción podría incluir terapia, para resignificar la infancia desde la perspectiva adulta, aprender herramientas para regular las emociones y trabajar el duelo tanto por lo que te pasó a vos como por lo que vivieron tus hijos.
También es posible iniciar una conversación con ellos. No para pedir perdón esperando algo a cambio, sino para ofrecer una disculpa genuina y abrir un espacio de comunicación. Podrías decirles algo como:
“Quiero hablar con ustedes sobre algo importante. Me doy cuenta de que, cuando eran chicos, muchas veces reaccioné con una ira desproporcionada y dolorosa. La vez de los 10 dólares, y otros momentos como ese, nunca fueron realmente sobre el error en sí, sino sobre mis propios dolores y miedos no resueltos, en los que estoy trabajando ahora. Me duele mucho no haberlo entendido antes, y lamento profundamente los momentos en los que los hice sentir asustados, pequeños, criticados o poco valiosos. No les pido nada, al contrario: si puedo estar para ustedes como el padre que necesitan hoy, o ayudar a sanar algo entre nosotros, eso es mi prioridad.”
Lo importante no es su respuesta, sino que vos transformes tu arrepentimiento en una oportunidad para ser el mejor padre que podés ser ahora, en la forma en que ellos lo permitan. Y también, el mejor padre que nunca tuviste para vos mismo.
La sanación más profunda viene de entender que no estamos definidos por nuestros peores momentos, sino por nuestra capacidad de aprender, crecer y reparar.