El creciente costo de la infusión matutina de café está provocando descontento en Brasil, donde el aumento de los precios de los víveres en el mayor país cafetero del mundo ha mermado la popularidad del presidente izquierdista Luiz Inácio Lula da Silva.
En un supermercado de la megalópolis de San Pablo, Claudio, un conductor de 49 años, dijo que estaba “asombrado” por el precio de R$145 (u$s25) de un paquete de café de un kilo. “Culpo al gobierno”, añadió. “Los artículos básicos del hogar no deberían ser tan caros”.
Los precios del café se han disparado en todo el mundo debido a las condiciones meteorológicas extremas relacionadas con el cambio climático, pero el aumento de casi el 40 por ciento registrado el año pasado en la mayor economía de América Latina se ha convertido en un símbolo del descontento generalizado por la inflación de los alimentos y las bebidas, que ha afectado los índices de aprobación de Lula.

Vídeos virales en TikTok bromean sobre esconder la jarra de café cuando llegan los invitados, en referencia a la costumbre nacional de ofrecerles una taza a las visitas.
El brasileño promedio bebió un 2,2% menos de café en el año transcurrido hasta octubre, según una asociación del sector.
La cuestión en general ha empañado las perspectivas de reelección de Lula en 2026. Por primera vez desde que el mandatario de 79 años volvió al cargo en 2023, más personas reprobaron su desempeño que las que lo aprobaron, según una encuesta realizada por Quaest el mes pasado.
“El precio de los alimentos ha subido rápidamente y los votantes ven que sus ingresos ya no les alcanzan”, dijo Felipe Nunes, director de la encuestadora. “El problema se ha generalizado”.
Es un tema delicado para un político que prometió “cerveza y picaña (tapa de cuadril)” durante su campaña electoral, antes de derrotar por un estrecho margen al titular de derecha dura Jair Bolsonaro.
El costo de una canasta básica de alimentos subió un 14,2 por ciento el año pasado, incluyendo un aumento del 25 por ciento en el precio de los cortes de carne vacuna, dijo la asociación brasileña de supermercados. La inflación global de alimentos y bebidas fue del 7,7 por ciento, según cifras oficiales.
Zeca Dirceu, legislador del Partido de los Trabajadores (PT) de Lula, dijo: “Todos los gobiernos sufren reveses durante esta fase. Todas las cifras económicas favorecen a Lula. Lo que realmente está perjudicando su popularidad son las noticias falsas. Pero la magia del carisma de Lula con la población es un hecho”.
Tras haber aliviado la pobreza aumentando las prestaciones sociales durante sus dos primeros mandatos, entre 2003 y 2011, Lula prometió mejorar de nuevo el estancado nivel de vida ampliando el Estado.
El producto interno bruto (PIB) creció sólidamente en un 2,9 por ciento en 2023 y un estimado 3,8 por ciento el año pasado, mientras que el desempleo es el más bajo desde que comenzaron los registros actuales en 2012.
Pero los votantes le han dado poco crédito a Lula. “La experiencia reciente demuestra que no basta con mejorar los indicadores económicos generales, porque la población no come PIB”, dijo Nunes.
Una encuesta de Datafolha de la semana pasada le dio al gobierno de Lula un 24 por ciento de aprobación, el porcentaje más bajo de sus tres mandatos, con caídas entre grupos clave de votantes, como los de bajos ingresos.
Los politólogos establecieron comparaciones con el expresidente estadounidense Joe Biden, otro líder envejecido cuyos índices de aprobación se vieron afectados por el aumento del costo de la vida.

Los partidarios de Lula señalan que la suba del 4,8 por ciento de los precios al consumidor del año pasado -por encima de un techo objetivo oficial del 4,5 por ciento- estuvo por debajo de la racha de aumentos de dos dígitos registrada durante el mandato de Bolsonaro a raíz de la pandemia del coronavirus, y muy lejos de la hiperinflación del pasado de Brasil.
Pero los economistas prevén un nuevo aumento de la inflación en 2025, y los críticos sostienen que el excesivo gasto estatal es un factor crítico. La preocupación de los inversionistas por la política fiscal hizo caer el real brasileño el año pasado.
El ministro de Finanzas, Fernando Haddad, les restó importancia a las preocupaciones esta semana, alegando que una inflación de entre el 4 y el 5 por ciento era “relativamente normal” para el país y que la reciente apreciación de la moneda estabilizaría los precios.
“Para que baje la inflación, el ritmo de crecimiento económico debe ralentizarse sustancialmente”, dijo Fernanda Guardado, economista principal para América Latina de BNP Paribas. “Un recorte del gasto público ayudaría”.
El banco central ha respondido subiendo las tasas de interés al 13,25 por ciento. Los analistas dicen que ya se observan los primeros indicios de una desaceleración.
“Es probable que Brasil se encamine hacia una estanflación”, escribieron la semana pasada los economistas de UBS, refiriéndose a la combinación de la ausencia de crecimiento y la inflación persistente.
Este mes, Lula fue ridiculizado cuando sugirió que los compradores deberían boicotear los productos caros de los supermercados para bajar los precios. El congresista de derecha Nikolas Ferreira se burló diciendo “si tenés hambre, no comas” en un video ampliamente compartido en las redes sociales que concluía: “Si el presidente es malo, deshacete de él”.
Para revertir la tendencia, Brasilia está apostando por medidas como la exención del impuesto sobre la renta para los ingresos más bajos y la distribución de gas para cocinar y medicamentos a los hogares más pobres.
Mientras tanto, los brasileños más necesitados, como Adilson, un jubilado de 70 años, se ven obligados a consumir mezclas de café más baratas. “Para la gente que cobra el salario mínimo, no es asequible”, afirmó.