Valoramos nuestras ideas entre cuatro y cinco más que las ideas de los demás. Es decir, si tuviéramos que asignar un valor o calidad a una idea, típicamente valoraríamos la nuestra un 40-50% por encima de una idea comparable de otra persona.
Este fenómeno, que se conoce como “efecto IKEA” o “sesgo de propiedad”, ocurre por varios motivos y por lo general nos impide tener una mirada de aprendiz y dificulta la escucha activa. Primero, valoramos tanto nuestro proyecto o idea por la inversión que hacemos en ella. Cuando desarrollamos una idea, invertimos tiempo y energía mental en ella, lo que crea un vínculo emocional que nos hace percibirla como muy valiosa. Solo nosotros sabemos el esfuerzo que invertimos, en ocasiones sudor y lágrimas, para que sea posible, y esto puede conducirnos a sobre estimarla, a mirar solo sus ventajas y rechazar cualquier sugerencia de mejora que surja en el camino. En segundo lugar, la “queremos” porque nos es familiar ya que entendemos completamente su contexto y los matices de nuestra idea porque la hemos desarrollado desde cero, sentimos que la hemos “criado y nutrido” para que sea realidad. Conocemos todo lo que tuvo que ocurrir alrededor de ella para que exista, mientras que con las ideas de otros podemos estar perdiendo toda esa información, las sutilezas que las conforman o contexto importante para valorarlas en su totalidad.
La trampa de las opciones infinitas
También caemos en el “sesgo de confirmación”, ya que todas las personas tendemos a buscar información que respalde nuestras propias ideas y creencias, mientras que somos más críticos con las ideas ajenas y desestimamos lo que se presenta distinto o contrario a la bandera que sostenemos. Y finalmente nos apegamos demasiado a ellas por el sesgo de propiedad, también conocido como el Efecto IKEA (una de las principales marcas de decoración y muebles encastrables de Europa). ¿Vieron ese orgullo y sentido de realización desmedido y eufórico que sentimos cuando logramos armar nuestros propios muebles después de un gran esfuerzo? Bueno, eso. Desarrollar una idea nos hacer apropiarnos tanto de ellas que esto aumenta su valor percibido. Hace consciente estos sesgos, estar atentos a esta sobreestimación, nos permite escuchar las ideas de los demás con más apertura y curiosidad, ejercitar la humildad ante la opinión del otro sobre lo que construimos y nos permite poner en duda nuestras propias creencias y nos invita a no tomarnos a nosotros ni a nuestras ideas tan en serio. No sos tan genial, o quizás sí, pero allí afuera hay muchos otros que, como vos, están haciendo su mejor esfuerzo. Seguro vale la pena tenerlos a ellos y a sus ideas también en cuenta.