Polvareda en los ojo: un drama criollo circense que desafía la tradición literaria más conservadora

Autor: Damián Smajo. Dirección: Ana Lucía Rodríguez. Intérpretes: Melina Benitez, Fabián Bril, Martín Kahan, Hernán Melazzi, Fernando Ritucci y Damián Smajo. Vestuario: Natalia Alayon. Escenografía: Rodrigo González Garillo. Iluminación: Agustín Valle. Música: Fernando Tur. Sala: Orestes Caviglia del Teatro Cervantes (Libertad 715). Funciones: jueves a domingos ,21 hs. Duración: 70 minutos. Nuestra opinión: muy buena.

Dos figuras errantes, Polvareda, una mujer india trans y su hija, Nácar de Almíbar, transitan la árida llanura pampeana. Ambas han sido expulsadas de su tribu y llevan en un destartalado carromato a un español alto de ojos claros, maniatado. Es Heliodoro, que lloriquea, porque quizás presiente su destino trágico. ¿Acaso es un conquistador, apresado por estas valientes damas? Eso no se sabe. O en todo caso, el público tendrá que sacar sus propias conclusiones a medida que avanza la pieza. Su autor es Damián Smajo, un joven director, actor y dramaturgo santafecino, del que se conoció previamente su obra Como pata de chancho.

En la sala Orestes Caviglia, del Teatro Cervantes, lo primero que ve el o la espectadora al sentarse en su butaca es, al fondo del escenario, un símil de carpa de circo por la que aparecen los actores. Más adelante, ya en el escenario se ubican instrumentos musicales, una pequeña carpa, como la de las viejas tribus indígenas y más allá la figura de un nandú desnucado, con sus plumas polvorientas. En ese espacio, poco después, harán su aparición dos gauchos perdidos, Acosta y Castro, y más tarde, como si fuera una aparición, Juan Moreira, el mítico personaje, que transformaron en ficción circense los hermanos Podestá en su circo criollo, inspirados en la figura literaria creada por Eduardo Gutiérrez. El Moreira, protagonista de aquel drama trágico que plantó los cimientos del teatro nacional, es expuesto aquí como lo que era, un gaucho cuchillero, pero divertido y fiestero. Y dada las circunstancias dispuesto a deponer su hombría, con tal de pasar un rato entretenido. Así, al enfrentarse a la exagerada admiración de dos gauchos errantes, como Acosta y Castro, les pregunta a ambos si están dispuestos a pelear. Pero ante la negativa, Moreira los mira de soslayo y repregunta: “¿Ustedes son invertidos?”. Ante la negativa, vuelve al ataque con una, quizás, insólita, propuesta: “¿Usted no pagaría por copularme?”. Y con estas palabras, el autor parece derribar definitivamente el mito de ese gaucho varonil y forajido para entrar en los preliminares escénicos de un festín, en el que el público se ríe ampliamente y está atento a las insólitas ocurrencias de estos desaforados protagonistas.

Polvareda en los ojo, en el Teatro Cervantes

Como en la pista de un circo, los intérpretes, se desafían unos a otros, en diálogos, posturas y movimientos grotescos, farsa y pantomimas. A medida que se amplía el entusiasmo y las risas en el público, se acrecientan también los tonos de parodia, de tournée circense, que encierra en sus diversas capas dramáticas esta pieza. Smajo, su autor, hereda en su raíz dramatúrgica, desde el Leónidas Lamborghini de Risa y tragedia en los poetas gauchescos, hasta La refalosa, de Hilario Ascasubi, de la que acá se extraen algunas líneas, o el film La intrusa, basado en el cuento de Borges y dirigido por Carlos Hugo Christensen.

La narración de la pieza se somete al estilo del drama criollo circense. Primero se exhiben las primeras líneas del drama a contar. Luego aparece el clima de jugar algunos pasos torpes de danza aflamencada, para concluir, a partir de resoluciones tan ingenuas como cómicas, en un devenir torpemente trágico, en el que Moreira, termina asumiendo la figura de amante, padre, abuelo, y que es mejor no revelar por qué ocurre esto.

Polvareda en los ojo, de Damián Smajo, en el Teatro Cervantes

Polvareda en los ojo, mediante su elipsis narrativa, desafía la tradición literaria más conservadora. Lo hace a partir de los personajes mencionados y sobre el final, con la aparición de la vaca lechiguana, convertida en oráculo y cuya presencia es acompañada por acordes musicales que recuerdan al film Nazareno Cruz y el lobo, de Leonardo Favio. Esto hace que el espectador más purista se pregunte si la historia, tal como nos la han contado, es así, o quizás la verdad está en el libre juego teatral, que alude en este caso a una estética queer. A la vez puede que se interrogue cuál es la verdad que esconden personajes míticos de nuestra literatura, como Martín Fierro, hasta Juan Moreira, o Santos Vega. Si a eso le añadimos que un arriesgado dramaturgo como Damián Smajo se atreve a derribar el mito del gaucho cuchillero, varonil y enfrentado a los poderes de turno, para convertirlo en un ser que se traiciona a sí mismo, se podría decir que el arte cumple su cometido: disponer de la libertad de crear, cuestionando los cánones establecidos. Como final, vale decir que los rubros que hacen a la escenografía, la música, el vestuario, el desarticulado lenguaje de los textos, sumado a las interpretaciones de Melina Benítez, Fabián Bril, Damián Smajo, Hernán Melazzi, Martín Kahan y Fernando Ritucci coinciden en un hecho teatral que sorprende por su calidad narrativa y expresiva, ideada a través de una valiosa puesta en escena y dirección de Ana Lucía Rodríguez.