
El peronismo de Rosario se acerca a un punto de inflexión que no vivía desde hace medio siglo. Desde el 10 de diciembre, cuando asuma el nuevo Concejo Municipal, comenzará a escribirse la primera página de una historia que puede culminar —por primera vez desde Rodolfo Ruggeri en 1976— con un intendente peronista gobernando el Palacio de los Leones. Pero también puede terminar en otro ciclo de frustraciones conocidas: fragmentación interna, disputas por el liderazgo y la imposibilidad de construir una estructura estable de poder local.
Quienes conocen la política rosarina lo dicen sin metáforas: el peronismo empieza a ganar o a perder la intendencia de 2027 en estas semanas, mucho antes de que se mencionen nombres propios. La clave, coinciden dirigentes y operadores, será la capacidad —o incapacidad— de un movimiento históricamente turbulento para disciplinarse y actuar de manera federada frente a un oficialismo que mantiene la presidencia del Concejo, un ejecutivo municipal en reelección y aliados inesperados dentro del nuevo mapa legislativo.
La paradoja es evidente. Mientras un sector del PJ ya se entusiasma con la posibilidad real de recuperar la intendencia después de cinco décadas, las primeras señales políticas anticipan tensiones serias: recelos por el rol de Ciudad Futura, pases de factura por el armado nacional, expectativas cruzadas sobre la conformación de un interbloque y negociaciones silenciosas con monobloques clave.
El futuro está abierto, pero la advertencia es clara: si el peronismo no logra una unidad madura, podría volver a encerrarse en el laberinto que históricamente lo deja a las puertas del poder, pero sin poder entrar.
Una oposición que crece, pero aún no se ordena
La elección de diputados nacionales dejó heridas abiertas. La lista de Ciudad Futura, encabezada por Caren Tepp, quedó 12 puntos por debajo de La Libertad Avanza. Ese resultado no sólo golpeó al espacio progresista; también reconfiguró la relación con el PJ, que ahora pone en duda la centralidad política que Monteverde pretende ejercer en la oposición municipal.
En el Concejo que asumirá el 10D, Ciudad Futura tendrá cuatro ediles (Caren Tepp (Será reemplazada por Agustina Gareis, militante del gremio docente Amsafe), Juan Monteverde, Julián Ferrero y Antonio Salinas); el Movimiento Evita, tres (Mariano Romero, Majo Poncino y Pablo Basso); y se suman dos aliados que orbitan cerca del peronismo (Norma López y Fernanda Gigliani), además habrá que ver qué posicionamiento toma María Fernanda Rey, que si bien ingresó al Concejo por el Peronismo, ahora coquetea con el oficialismo. Un conglomerado numeroso, heterogéneo y sin conducción nítida.
En ese escenario, Ciudad Futura no la tendrá fácil para reclamar la jefatura de la oposición. Desde el Movimiento Evita ya advierten que Monteverde “no conseguirá los votos” para liderar un interbloque, y recuerdan el gesto que dejó huellas: el armado de la lista nacional con Rossi y el massismo, que dejó al Evita afuera del reparto.
La diputada Norma López sintetizó la lógica de este nuevo período en algunas declaraciones esta la semana:
“Tenemos que construir consensos amplios entre todos los espacios que nos oponemos al modelo de saqueo de Milei y de sus socios en Santa Fe. Eso requiere ejes programáticos que nos contengan a todos”.
El planteo apunta a dos direcciones: marcar un límite político al oficialismo y, al mismo tiempo, evitar que la disputa interna termine neutralizando el peso legislativo opositor.
Caruana, el comodín que puede inclinar la balanza
Un actor inesperado gana protagonismo: Leo Caruana. El exsecretario de Salud de Javkin rompió con el oficialismo, se alió a Carlos del Frade y quedó con un monobloque que, si se integrara a un esquema opositor, igualaría en once bancas a Unidos, dejando un Concejo partido en dos mitades idénticas y con los seis libertarios como árbitros.
Caruana no cierra la puerta: “Estamos charlando, no hay nada cerrado. Hemos votado muchas veces igual que el PJ, pero no hay acuerdos todavía”.
Su decisión será estratégica, no sólo para conformar mayorías parlamentarias sino también para la proyección política hacia 2027.
Mientras tanto, en el Palacio Vasallo…
A más de veinte días del recambio institucional del 10 de diciembre, todo indica que María Eugenia Schmuck volverá a ser elegida presidenta del Concejo Municipal, aun con críticas internas y con un tablero político reconfigurado. La dirigente parece tener los caminos allanados, pero nadie descarta que pueda haber sorpresas: en el Vasallo, lo previsible muchas veces se vuelve improbable al último minuto.
En el peronismo, admiten que la discusión por la presidencia del cuerpo deliberativo no es en este momento la prioridad, porque el PJ está absorbido por debates más profundos: la reorganización del interbloque, la relación con Ciudad Futura, el rol legislativo para los próximos dos años y el armado estratégico hacia 2027. Con esa agenda cargada, la disputa por el sillón principal del Concejo quedó en un segundo plano.
El ecosistema libertario, por su parte, tampoco tiene incentivos para disputar la presidencia: aunque se calcula también evitarán que el control quede en quienes identifican como sus principales opositores nacionales. Esa aritmética política deja, por ahora, a Schmuck como la candidata natural para retener el cargo.
Sin embargo, en Rosario siempre hay margen para movimientos inesperados. Un dirigente que conoce de memoria los pliegues del Palacio Vasallo lo sintetizó ante politicadesantafe.com con un mensaje que combina ironía y advertencia: “Quedate tranquilo… como bien contaron ustedes en ese artículo ‘La maldición del Palacio Vasallo’, si María Eugenia quiere, seguirá teniendo el poder transitorio. Pero no ganará la intendencia”.
Una tradición no escrita regula desde hace décadas la distribución del poder dentro del Concejo: al que gana la elección le corresponde la Presidencia, mientras que quienes salen segundo y tercero se quedan con las vicepresidencias. Pero la política rosarina tiene otra regla, más cruda y mucho más realista: la única verdad son los votos que se consiguen.
Y este año, todo indica que esa ley tácita —la del reparto por orden electoral— podría romperse por primera vez en mucho tiempo.
Ruggeri, el fantasma que vuelve cada vez que el PJ se acerca al Palacio de los Leones
El último intendente peronista de Rosario, Rodolfo Ruggeri, gobernó entre 1973 y 1976 hasta ser derrocado por el golpe militar. Ese recuerdo funciona hoy como símbolo y advertencia: en 50 años, el peronismo nunca más logró volver.
La nueva etapa abre una posibilidad real, pero enfrenta el mismo desafío histórico: ordenarse, evitar el canibalismo interno y construir un liderazgo colectivo que trascienda los nombres propios.
Si lo logra, el 10 de diciembre de 2027 puede marcar un hito.
Si no, volverá a repetir el ciclo que lo mantiene desde hace décadas cerca del poder, pero nunca en el poder.
