Durante mucho tiempo, Mariana estuvo convencida de que detrás de su consumo problemático de sustancias (marihuana desde la adolescencia y crack durante los últimos 10 años de su vida) anidaba un dolor inmenso por la pérdida de dos embarazos. Pero cuando comenzó un tratamiento a cientos de kilómetros de Gualeguaychú, su ciudad de toda la vida, descubrió que, cada vez que consumía, buscaba anestesiar algo más.
En las sesiones de terapia, Mariana se conectó por primera vez con otro dolor que cargaba desde niña. “Es duro. Tuve una infancia llena de violencia, con abusos… y por parte de las personas que menos esperás. Cada vez que me acuerdo, me sale decir: ‘¡No, hijo de puta, sos mi papá!”, revela angustiada.
Aquellas situaciones de abuso las había guardado tan profundo, que durante años logró engañar hasta a su propia conciencia. “En aquel tiempo, mi hermana sí lo contó, porque ella también sufría abusos. Pero nadie le creyó. Así que yo no le dije a nadie. Sos chica y te hacen creer que es tu culpa”, dice Mariana, mientras se frota las manos como si tuviera frío.
Mientras habla con LA NACION, está internada en el Hogar de Cristo Virgen de Lourdes, en el barrio porteño de Villa Soldati. Accede a hablar a cambio de preservar su nombre real. Dice que no quiere tener problemas familiares cuando vuelva a su ciudad. Siente que, cuando la sociedad mira a las personas en consumo, juzga más a las mujeres que a los varones. “No tienen idea de todo lo que una arrastra. Nadie se droga porque quiere”, enfatiza.
Entre sus compañeras está Celeste, una adolescente de 18 años que llegó desde Viedma, Río Negro, por falta de dispositivos en su provincia. Estuvo 11 años en consumo. “Arranqué a los 7, después de sufrir abuso sexual en mi casa. Me escapé y empecé a vivir en la calle desde entonces”, explica a LA NACION sin que la crudeza de lo que cuenta la altere.
Al quedar en situación de calle, el consumo fue su refugio. Cuenta que consumió marihuana, pastillas y alcohol. “Las conseguía a cambio de sexo”, dice con naturalidad. Los años que siguieron alternaron entre la calle y algunas estancias esporádicas en hogares, de los que se escapaba. Después de una sobredosis a principios de este año, se acercó a una iglesia a pedir ayuda. “No tenía a dónde ir”, dice.
Según afirman los especialistas, en el relato de las mujeres en consumo aparecen con frecuencia los abusos intrafamiliares, así como la violencia física y sexual. “Es frecuente que, durante el tratamiento, la mujer descubra que con el consumo buscaba aliviar un dolor del pasado, que muchas veces tiene que ver con abusos durante la infancia, castigos en exceso o violencia física o sexual”, explica Carlos Damin, toxicólogo y director del Hospital Fernández.
El estudio “Percepciones y experiencias de mujeres en tratamiento por consumo problemático”, realizado por el Observatorio Humanitario de Cruz Roja Argentina, al que LA NACION accedió en forma exclusiva, parece confirmar esta hipótesis: la mayoría de las consultadas reconoce haber padecido situaciones de violencia física y sexual.
“En buena parte de las entrevistas se registran testimonios que asocian a las familias con casos de violencia de género, específicamente acoso y abuso sexual. Las entrevistadas que mencionan haber sido víctimas de violencia de género identifican situaciones de abuso intrafamiliar perpetrados por integrantes familiares de extrema cercanía, como padres, tíos, hermanos y abuelos”, puede leerse en el estudio cualitativo, que se basó en 15 entrevistas en profundidad, de entre tres y cuatro horas cada una, a mujeres de entre 20 y 45 años.
Del total de entrevistadas, nueve de ellas estaban en tratamiento al momento de responder (entre los meses de junio y julio), en tanto que las otras seis lo habían estado también, pero en el momento de responder se encontraban recuperadas y acompañando a otras mujeres en los espacios de internación.
“Nos encontramos, en todos los casos, con muy buena predisposición para hablar. Son mujeres que ya salieron del pico del consumo. En algunos casos, hasta se amigaron con su historia. Otras, sienten que el poner en palabras es sanador, están convencidas de que eso mismo que vivieron le puede estar pasando a otras”, cuenta Rodrigo Cuba, subsecretario de Desarrollo Humano de Cruz Roja Argentina, quien participó de la investigación.
Las entrevistas fueron realizadas en los Hogares de Cristo ubicados en el barrio de Saavedra (CABA) y en las ciudades de La Plata, Santiago del Estero, San Miguel de Tucumán, Córdoba y Comodoro Rivadavia. Los Hogares de Cristo son los dispositivos de acompañamiento para el tratamiento de las adicciones que gestiona la iglesia católica. Actualmente, son más de 200 espacios, tanto ambulatorios como de internación. Hay para varones, para mujeres, mixtos y hasta para niños, niñas y adolescentes.
La coordinadora nacional de mujeres e infancia de la red de los Hogares de Cristo, María Elena Acosta, dice que en la historia de un altísimo porcentaje de las mujeres que se acercan para buscar un tratamiento aparece la violencia en sus diferentes formas: física, psicológica y sexual. “Consumen para tapar un gran dolor. A veces, con ese mismo fin se prostituyen”, explica Acosta, quien agrega que, en muchos casos, el calvario comienza a temprana edad. “Pero la violencia que padecen las obliga a callar. No les resulta fácil pedir ayuda”, reconoce.
El consumo entendido como “una relación”
El resultado de estas consultas en profundidad realizadas por el equipo del Observatorio Humanitario de Cruz Roja Argentina ayuda a entender cuáles son las emociones y percepciones de estas mujeres acerca de cómo son vistas por la sociedad y su entorno, y también qué aspectos sienten cómo barreras que obstaculizan su acceso a un tratamiento.
“Para las entrevistadas, la drogadicción es expresada como una relación, dado que proporciona una forma de escape, alivio y compañía en momentos de soledad o angustia, desarrollando un vínculo que puede parecer insustituible. Las mujeres consultadas describen que esta relación con las drogas se caracteriza por un ciclo de dependencia emocional y física, donde las sustancias se convierten en una parte central de su vida. Sin embargo, esta relación conlleva sentimientos profundos de culpa y remordimiento”, se afirma en el estudio.
Según una investigación de LA NACION, si bien no hay diferencias notables en el consumo problemático de sustancias entre varones y mujeres, la red nacional de espacios de tratamiento para quienes no tienen obra social o prepaga está fuertemente orientada a atender varones.
En todo el país hay solo 13 centros de internación preparados específicamente para recibir mujeres y están en apenas ocho provincias. Mientras que hay casi cinco veces más espacios exclusivos para varones: 63 Además, los 10 institutos de internación mixtos que existen están ocupados en su mayoría por hombres. Por otra parte, hay más de 600 centros ambulatorios mixtos aunque, en su mayoría, carecen de perspectiva de género. De ellos, apenas 15 son exclusivos para mujeres.
A la par de la escasez de dispositivos, una serie de barreras simbólicas también obstaculizan el pedido de ayuda de una mujer en consumo. A partir de los testimonios de las entrevistadas, los investigadores del Observatorio detectaron algunos de ellos. “Las tareas de cuidado imposibilitan que las mujeres accedan a los servicios de salud: por el estigma, por la falta de adaptación de los servicios y porque hay una tendencia a priorizar el cuidado de otros antes que el autocuidado”, dice el estudio, haciendo referencia, en este punto, a quienes, además, son madres.
“Nos sorprendió que en el 100% de los casos apareciera la problemática del cuidado. No imaginábamos que fuera a salir con tanta fuerza. Son mujeres que en algún momento de sus vidas tuvieron que elegir entre ellas y alguien más. Entre el cuidado de sus vidas y el de otras personas”, analiza Cuba.
“Cuando quería dejar de consumir, él me pegaba más”
El año pasado, Gabriela tomó un micro desde Buenos Aires hasta Córdoba junto a su hijo de 10 años. Necesitaba poner mucha distancia de una pareja violenta que la obligaba a consumir. “Me tuvo tres meses encerrada con candado. Quería que consumiera crack como él y me obligó a hacerlo. Cuando me pude escapar, busqué a mi hijo y me vine para Córdoba, donde vive mi hermana”, le explicaba Gabriela a LA NACION en la comunidad terapéutica mixta Santa María de Punilla, ubicada en la provincia de Córdoba.
“Hasta los 14 años tuve una vida muy linda. Pero en ese momento fui víctima de abuso. Fue alguien de mi familia. Eso desencadenó una discusión con mis padres. Salí de mi casa y me encontré con unos amigos que consumían. Esa fue mi primera vez en el consumo”, dice la mujer de 39 años, con un dejo de lamento.
La investigación de Cruz Roja también identifica relatos de mujeres que fueron víctimas de violencia física y sexual por parte de sus exparejas. “Dentro de estas entrevistas, se encuentra que en varios casos el inicio y/o sostenimiento del consumo problemático fue a partir del vínculo con esas parejas”, precisa el informe.
“Quería dejar de consumir y él me golpeaba más, porque estas personas piensan que una, si no consume, no va a seguir al lado de ellos”, puede leerse en uno de los fragmentos de relatos anónimos que ofrece el estudio a modo de evidencia: “El me decía cosas adrede. Me dejaba el consumo arriba de la mesa, el consumo al lado de la heladera y yo queriendo dejar el consumo era algo imposible. Y después con los golpes, peor porque me encerraba más, no podía salir’’.
Según concluye el estudio, esta violencia también complejiza el acceso y la efectividad del tratamiento. Por eso, algunas acompañantes identifican que, para los centros barriales, acompañar a mujeres con consumo problemático y que a su vez fueron víctimas de violencia es un desafío todavía mayor.
“Esto evidencia la relevancia de contar con acompañamientos y tratamientos que atiendan la realidad específica de las mujeres que fueron víctimas de violencia física y sexual por razones de género”, recomienda el equipo de Cruz Roja. No solo para poner en contexto la particular situación de las mujeres en consumo, agregan, sino, sobre todo, para brindarles apoyo psicológico, información y acompañamiento específico.
Dónde pedir ayuda:
- Línea 141. Es para una primera escucha y asistencia inmediata. Es anónima, gratuita y funciona las 24 horas. Depende de la Sedronar.
- Narcóticos Anónimos. Brinda atención gratuita y confidencial las 24 horas a través de su línea 0800-333-4720 o por WhatsApp al 1150471626. Desde su página web se puede asistir a una reunión virtual.
- Guía LA NACIÓN. Para informarte sobre más lugares donde pedir ayuda, a qué señales hay que estar alertas y cómo acompañar a un familiar, podés navegar la guía de LA NACIÓN sobre adicciones.