AmeriCup: la Argentina mostró orgullo, destrezas y un nivel altísimo en un consistente triunfo sobre Venezuela

Se sienten juntos por la camiseta y por el orgullo argentino. Están comprometidos, aunque mucho les costó reconocerse en el juego. Son un manojo de voluntades buscando identidad en medio de la adversidad. En esta condición tan peculiar la Argentina logró un muy valioso triunfo ante el más experimentado seleccionado de Venezuela (72-61) en la tercera fecha de la eliminatoria para la Americup 2025. Pero más allá del resultado, esta renovación propuesta por el DT Pablo Prigioni mostró en el Polideportivo marplatense una señal esperanzadora por primera vez.

Para empezar, la gente no está identificada con este equipo. ¿Cómo hacerlo cuando el 50 por ciento de sus jugadores ni siquiera jugó un partido en la Liga Nacional? Tal vez por eso el estadio dejó ver muchos espacios vacíos.

En todos los aspectos del juego, también en las alturas, la Argentina dio una muestra de carácter

En esta nueva era los chicos se van cada vez más jóvenes, para conseguir la ciudadanía europea mientras terminan su formación. Si bien todos pasaron por los procesos formativos en las selecciones juveniles, no son conocidos para el público. Así fue que muchos conocieron este viernes al chaqueño Gonzalo Corbalán (16 puntos), jugador de San Pablo Burgos en España. Un escolta con una determinación formidable para atacar el aro y anotar.

A Juan Fernández, de Girona, se lo conocía un poco más, pero lo que no se había visto hasta ahora era la efectividad en su voracidad ofensiva. A pesar de que falló mucho en el arranque, terminó con 20 tantos y 5/9 en triples.

Fueron los puntales ofensivos de un equipo que en el primer tiempo sorprendió a una formación más armada de Venezuela, con veteranos como Michael Carreras, Néstor Colmenares o Jhornan Zamora. Fue 41-24 para los locales y los caribeños intentaron emparejar la balanza a puro roce. Pero los golpes no amedrentaron a los jóvenes argentinos. Sin Marcos Delía, con una lesión en el tobillo derecho, Francisco Cáffaro y Gonzalo Bressan se repartieron el puesto de pivote y dieron la talla.

José Vildoza, el base del Boca campeón de la Liga Nacional llevó el timón como líder del grupo de chicos y agregó 11 puntos.

Una nueva fórmula

El amor y el compromiso que la Generación Dorada y su posterior camada transmitieron llegó en forma clara y sigue siendo motivo de reconocimiento. Lo que falta es la jerarquía y el juego de aquellos. Sin tiempo para planes ni estrategias complejas que se instalen por repetición, el básquetbol argentino se siente desnudo. Como el biotipo nunca fue nuestro fuerte, lo que nos ayudaba era el colectivo, la ciencia. Ya no hay lugar para eso. Esto es subirse al avión en un continente, bajar en el otro, practicar dos o tres veces y salir a la cancha. Sin excusas. Con la obligación de ganar. Lo saben. Lo aceptan. Tienen mucho para perder, pero es la única manera.

A lo que se apuesta es a un cambio de mentalidad. Menos elaboración, menos juego programado y más reacción e “improvisación responsable”. Tirar si el rival lo permite, acelerar tanto como se pueda. Encontrar el ritmo que permita lanzar más que el adversario. Jugar con los números. Contar cartas y ganarle al casino.

Se sabe que eso es muy difícil. Pero ante Venezuela los registros jugaron a favor. Presión fuerte en la primera línea para generar pérdidas en el rival. Piernas frescas para correr en contraataques y manos decididas para no temer a tomar todos los tiros que se presenten abiertos. Aunque se fallen, seguir tirando (la selección tuvo un flojo 9/35 en tiros de 3). Y, por supuesto, los rebotes ofensivos. Buscar segundas oportunidades después de tiros incómodos. Fueron 19 en total.

El básquetbol argentino asume su condición. Ya no es el máximo referente de la región. Toca pelear así. Sería injusto castigar a estos jugadores porque no hacerlo mejor, o con el estilo más conocido por estos lados. Ellos necesitan ganar para sentirse bien e intentan conseguirlo con las armas que tienen.

Pablo Prigioni gestionó, y consiguió, el permiso de Minesotta Timberwolves para abandonar al equipo que paga su salario como asistente en la NBA. Facundo Campazzo, capitán, reclamó públicamente que la Euroliga y FIBA se pongan de acuerdo de una vez por todas, para que él pueda jugar con su selección. Historia vieja, conocida. Pero sus obligaciones con Real Madrid no le permitieron estar. Lo mismo que con su compañero Gabriel Deck, y que con Leandro Bolmaro (Milano) y Luca Vildoza (Olympiacos).

De los subcampeones mundiales 2019 sobreviven Nicolás Brussino, Lucio Redivo y Patricio Garino. El resto son los cinco jóvenes con mucho menos conocimiento de la causa, que se desempeñan en España (algunos en ligas del ascenso). Cruzaron el Atlántico para tratar de ayudar a recuperar algo de ese prestigio deportivo que se deterioró tras quedar eliminados, consecutivamente, del Mundial 2023 y de la cita olímpica de París 2024.

Desde el tercer cuarto Venezuela se puso mucho más serio. A puro oficio le cerró la puerta a las salidas rápidas de la Argentina, que ya no pudo convertir puntos fáciles.

Carrera les tiró encima la experiencia a los jóvenes argentinos y con 19 puntos lideró la recuperación de los suyos, que se pusieron a seis en el tercer cuarto. Pero la pelota cayó en ese momento tan especial en los más grandes. Cuatro puntos de Garino y cinco de Redivo volvieron a abrir la brecha, que ya no se volvió a achicar.

Esta eliminatoria solía ser un trámite. Se clasifican tres de cuatro seleccionados. Pero ya ni siquiera ese 75% parecía ofrecer garantías. En un par de días llegará Colombia (este lunes, desde las 22.15). Antes sólo se calculaba por cuanto se le ganaría. Hoy se sabe que ellos vienen con serias aspiraciones de vencer. Para el final, en febrero de 2025, lo más complejo: ante estos dos mismos adversarios, pero de visitantes. Habrá que pelear canasta a canasta, partido a partido. Sufrir tanto como haga falta. Soportar la marejada y esperar que salga el sol. Al menos esta noche, el equipo dio señales de que no es imposible. Y quedó la certeza de que los chicos ya se le animan a los más grandes.