Atentado del 11 de septiembre: la historia detrás de los peruanos que murieron mientras trabajaban en las Torres Gemelas

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(Composición Infobae: AFP / Por las Rutas de la Curiosidad)

El 11 de septiembre de 2001, cuando el mundo se paralizó frente a las pantallas y las Torres Gemelas colapsaron, muchos descubrieron, de repente, que no eran tan intocables como creían. El símbolo del poder económico estadounidense se derrumbó en cuestión de minutos, dejando al descubierto la fragilidad de una nación que se vendía como invulnerable.

Aquel fatídico día, Estados Unidos sufrió uno de los ataques terroristas más devastadores de su historia. Ese día, miembros de la organización Al Qaeda secuestraron cuatro aviones comerciales. Dos de ellos fueron estrellados contra las Torres Gemelas en Nueva York, provocando su colapso.

El tercer avión impactó en el Pentágono, sede del Departamento de Defensa en Washington D.C. El cuarto avión, que parecía dirigido hacia otro objetivo en Washington, fue derribado en un campo de Pensilvania después de que los pasajeros intentaran retomar el control. Estos atentados causaron la muerte de casi 3.000 víctimas mortales.

Entre las víctimas fatales de aquel trágico 11 de septiembre, se encontraban varios peruanos que habían cruzado fronteras con la esperanza de mejorar su calidad de vida y la de sus familias. Llegaron a Estados Unidos buscando el tan ansiado “sueño americano”, ese espejismo que, para ellos, se materializaba en un puesto dentro de las imponentes Torres Gemelas. Allí trabajaban, día tras día, sin imaginar que aquel sueño se desvanecería en humo, literalmente.

Peruanos que murieron en las Torres Gemelas el 11 de septiembre

Ivhán Luis Carpio Bautista, un joven peruano que trabajaba en el restaurante Windows on the World en el piso 107 de la Torre Norte del World Trade Center, fue una de las cinco víctimas mortales peruanas del ataque del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York. Nuestro compatriota, quien cumplía 24 años ese fatídico día, logró comunicarse con un familiar antes del colapso de la torre.

El ataque comenzó a las 8:46 a.m., cuando el vuelo 11 de American Airlines se estrelló contra la Torre Norte del World Trade Center. Iván Luis llamó a su tía Rita para informarle que había un incendio en el edificio y mucho humo, pero aseguró que no había motivo de preocupación ya que estaban siendo evacuados.

“Te quiero mucho. No te preocupes”, fue lo último que le dijo Ivhán a la hermana de su madre para que la ansiedad no la embargue. Como es sabido, él se encontraba en una de las torres trabajando, sin presagiar que sería el último día de su vida.

La tía de Ivhán relató que intentó comunicarse con otros miembros de la familia para informarles sobre la situación, pero las líneas estaban saturadas. Durante sus intentos de establecer contacto, con horror vio cómo la Torre Norte se desplomaba. Este momento fue devastador para ella.

Kenneth Patrick Lira Arévalo, de apenas 28 años, fue otra de las víctimas del ataque al World Trade Center el 11 de septiembre. Trabajaba como ingeniero de sistemas en la empresa Genuity Working, situada en el piso 107 de la torre sur. Cuando el caos se desató, Lira Arévalo quedó atrapado en el epicentro de la tragedia. Su familia enfrentó un doloroso proceso de espera durante ocho largos meses, mientras las autoridades estadounidenses trabajaban para identificar y recuperar sus restos.

En diálogo con El Comercio, Marina Arévalo, madre de Kenneth, se refirió a lo sucedido el 11 de septiembre en las Torres Gemelas. “Tengo una herida abierta y sangrante que me traga entera, que me devora y me devora cada vez que llega el 11 de septiembre”, dijo.

Respecto a los otros peruanos que perdieron la vida en Estados Unidos, se sabe que Roberto Martínez Escanel trabajaba en Semming Security, en el primer piso de la torre sur; Julio Fernández Ramírez desempeñaba su labor en Hudson Shatz, en el piso 92 de la torre norte; y Luis Revilla Mier estaba en Gibbs & Hills Engineers, en el piso 91 de la torre sur.

Estos hombres, como tantos otros, habían cruzado fronteras con la esperanza de construir una vida mejor, sin saber que su sueño americano se desmoronaría en un instante.