
De todos los fantasmas que agita la irrupción en nuestras vidas de la inteligencia artificial, el que mayores pesadillas despierta es el que plantea una amenaza concreta al trabajo humano.Y no es para menos. Desde la revolución industrial en adelante, nuestras vidas se estructuran alrededor de la actividad laboral. Puede decirse que la cultura del trabajo es una creación humana bastante reciente. Doscientos años es relativamente poco en términos de nuestra evolución.Antes, el trabajo era otra cosa: explotación de esclavos y vasallaje feudal en la ruralidad. Pero desde que las máquinas empezaron a pautar la vida laboral en fábricas primero y en oficinas después, cambiaron los hábitos. Las rutinas se ordenaron alrededor de los turnos y horarios de las empresas. Las relaciones familiares, la alimentación y el ocio se organizaron en función del trabajo.
En la cuarta revolución industrial que estamos atravesando, la noción de trabajo vuelve a entrar en discusión. En el corto y mediano plazo, la inteligencia artificial y su propuesta de automatización ponen en riesgo una enorme cantidad de empleos. Curiosamente, cuando décadas atrás se planteaba esta amenaza, el consenso de los especialistas apuntaba a la pérdida de trabajos que pusieran en juego habilidades mecánicas y no aquellos que involucraran tareas intelectuales. Hoy queda claro que, frente a esta ola imparable, tiene muchas más posibilidades de mantenerse en su actividad un plomero que un programador.
La evolución tecnológica viene desafiando, por ejemplo, el futuro de muchos oficios creativos que apenas un puñado de años atrás se creían eternos. Guionistas, locutores, editores, escenógrafos, realizadores, músicos, periodistas y animadores, entre otros, ven cómo sus horizontes laborales se achican cuanto más avanzan los sistemas de automatización digital. El panorama es preocupante desde dos perspectivas: la de los empleos que se pierden y la de una creatividad que poco tiene de creativa, porque se basa en la repetición de patrones; que es lo que básicamente hacen las máquinas.
Sin embargo, sin ánimo de minimizar estos problemas, instalados ya en la categoría de angustias, la encrucijada central a la que nos enfrenta la inteligencia artificial frente al futuro del trabajo, tiene un componente cultural y filosófico al que es necesario prestarle atención.No se trata de soslayar el impacto que este cambio de paradigma traerá a la economía personal de las familias. Pero como las mismas corporaciones y gobiernos que están impulsando esta revolución necesitan consumidores para que el sistema siga funcionando, serán ellos los encargados de buscar una solución; vía renta universal o el instrumento que sea.
Pero me interesa ir un poco más allá en el ejercicio de asomarnos a ese mañana tan incierto. Como dijimos, nuestra vida se estructura alrededor del trabajo y de la identidad que se construye en torno a nuestra tarea remunerada. Somos lo que hacemos. Es decir, nuestra profesión funciona como etiqueta indistinguible de nosotros mismos. Nos da un lugar en el mundo, nos brinda respaldo y seguridad. En casi todos los encuentros sociales es la tarjeta de presentación, la puerta de entrada de cualquier charla. No hay que ir muy lejos: al final de esta columna se van a encontrar un texto que dice: “el autor es periodista, productor audiovisual y creador de contenidos sobre ciencia y tecnología”. Ese SOY YO (así, con mayúsculas). Aunque en realidad esa sea sólo la máscara que me facilita mi actividad.
Entonces, vale hacerse la pregunta: ¿Qué seremos cuando ya no tengamos esa máscara? ¿Cuál será nuestra tarjeta de presentación en sociedad? ¿Qué pasará con nuestro modo de vincularnos cuando la puerta de nuestro oficio ya no conduzca a nada? ¿A qué desafíos profundos en términos de identidad nos va a enfrentar la distopía del fin del trabajo que se anuncia de manera inminente?
Algunos hablan de una nueva era de ocio creativo. Otros apuestan a un florecimiento de nuestra capacidad artística o al “trabajo por el otro”, con la única remuneración de un “gracias”, un abrazo y una sonrisa.Todo eso es una incógnita mirado desde la incertidumbre de nuestros días. Incertidumbre, esa es la palabra y la emoción con la que estamos condenados a transitar los próximos años.