En algún momento la Argentina tiene que avanzar en el sinceramiento de algunos debates económicos. La eliminación del cepo cambiario da la oportunidad de poner sobre la mesa uno de los más urticantes, que es el valor que le asignamos al dólar. El acuerdo con el FMI también, porque más allá de la refinanciación de la deuda, el desembolso inicial y las metas de reservas, el programa va a incluir reformas estructurales que si se hacen o no le van a cambiar la vida a los técnicos del organismo, pero sí deberían mejorar la de los argentinos.
Vamos por el primero. El Gobierno dijo durante semanas que no iba a devaluar ni a aplicar un movimiento brusco en el tipo de cambio. Su interés es mantener estables las variables nominales de la economía, y sabe que anticipar ese movimiento desata una indexación subterránea. No es algo racional. Es un “por si acaso me cubro”.

Banco Central de la República Argentina
Después de semanas de idas y vueltas, salió el acuerdo con el FMI (con el decisivo apoyo del gobierno de EE.UU), acompañado por aportes extras de organismos multilaterales. Los desembolsos autorizados del Fondo, que llegarán hoy, ascenderán a u$s 12.000 millones, cifra suficiente como para levantar el cepo para las personas humanas (aunque quedan restricciones para empresas) y instaurar un mecanismo de bandas cambiarias.
Con ese respaldo, se habilitó una flotación y el primer día el peso se depreció 10%. Esa diferencia había habilitado críticas -fogoneadas por la oposición- contra el Gobierno, por haber permitido finalmente una devaluación. Para el Ejecutivo flotar y devaluar no son sinónimos. Lo segundo es elegir un valor y dejarlo fijo, como pasó con la convertibilidad durante diez años. Lo primero es dejar que el mercado encuentre un valor que le sirva a exportadores e importadores, en este caso bajo la vigilancia del BCRA (que se guardó cartas para actuar dentro de la banda si lo considera para evitar volatilidades).
Ahora, criticar la devaluación y respaldar un modelo productivo exportador que tenga un tipo de cambio que lo aliente y que no esté amenazado por la apertura comercial, es inconsistente. La espuma del debate siempre queda en el precio, y nadie plantea si era mejor o peor que el dólar valga $ 1090 en lugar de $ 1230. En el mundo las fórmulas ya están todas probadas. Pero en la Argentina la discusión parece no cerrar nunca.
Lo mismo sucede con el FMI y las reformas. Si hay reclamos por las bajas jubilaciones, está claro que hay que revisar el sistema. Si no crece el empleo, igual. Si la Argentina tiene la presión fiscal por las nubes, debe achicar el gasto y permitir que empresas y personas paguen menos impuestos. Al Fondo básicamente le interesa recuperar el crédito. Es la Argentina la que tiene que reclamarse consistencia. El presente puede gustar más o menos. Pero al futuro hay que construirlo, y cuántos más aportes haya, mejor.