“Nos hacemos visibles en el biodrama, crea mucha comunión. Por otra parte, el pasado tiene tantas versiones que, finalmente, es ficción; ahí es donde podemos tejer estas experiencias”, reflexiona Vivi Tellas, la dramaturga y directora que formalizó este concepto -un formato teatral- que se erige desde la verdad, la experiencia y los recuerdos para habitar la escena generando una nueva lógica narrativa.
La idea matriz de quien fuera una de las integrantes del mítico colectivo musical-teatral Las Bay Biscuits se expandió de modo tal que la cartelera porteña, y de varias ciudades del país, contaron durante la temporada que está finalizando con varios títulos vinculados con esta propuesta, donde la primera persona emerge poderosa. Algunos de los títulos incluso cruzaron las fronteras para recalar en plazas como Montevideo (Uruguay) y Santiago (Chile). Contar lo propio para espejar lo de muchos. De eso se trata.
Mundos íntimos y espacios perfomáticos. Cuentos reales dichos por sus protagonistas en cuerpo presente. Historias mínimas. Valiosas como lo son (casi) todas. El biodrama engendra la posibilidad del teatro documental sin que la repetición -inherente a la representación escénica- rompa con el artilugio.
“Hay un nuevo canon en el que aparece el concepto de ‘teatro posdramático’, en donde el biodrama o la docuficción se instala como un formato en donde lo real impacta de manera directa en la escena, para construir ficción”, describe Juan Mako, director de La reina de Turdera, propuesta en torno al vínculo entre Jazmín Spanarelli, dramaturga y actriz protagonista, y su abuela.
Yo soy, tú eres…
“El biodrama señala el aspecto poético de la vida que habitamos, nuestro cotidiano es más poético de lo que creemos y la mirada lúdica, por otra parte, puede conmover mucho”, entiende Lorena Vega, responsable, junto con sus hermanos Federico y Sergio, de Imprenteros (en el Teatro Picadero), uno de los “fenómenos” del género y de la cartelera teatral independiente de los últimos cinco años.
La pieza realiza funciones a sala llena invocando el universo familiar de los Vega; niñez y adultez, familia unita y separaciones, adulterio y estafas, y el engranaje de la imprenta del padre que se convirtió en el corazón del ecosistema doméstico. Sobre la escena, la actriz, uno de sus hermanos y actores invitados se mueven en torno a recuerdos y el sonido acompasado de una máquina de imprimir. Y sí, hasta una imprenta puede encerrar todo un mundo, erigirse como objeto fetiche y ser provocadora de coreografías simbólicas.
Si de familia se trata, en 2003 la propia Vivi Tellas, luego de experimentar con Proyecto Museos, formalizó la dinámica biodramática con Mi mamá y mi tía (Estudio Vivi Tellas), una recordada propuesta protagonizada por Luisa y Graciela, la madre y la tía de la dramaturga y directora.
“Teníamos unos compañeros que estudiaban catecismo, porque vivíamos frente a una iglesia. Nosotras somos judías. Pero la vieja, para sacarnos de encima, nos mandaba los domingos a la tarde. Nos enseñaron a estudiar catecismo, nos daban la leche, jugábamos en el patio de la iglesia y lo pasábamos bárbaro”, recupera Luisa en uno de los parlamentos iniciales de la ¿obra?. “Experiencia” calza mejor y dispara las múltiples connotaciones del género. Luisa, el mismo “personaje”, se atrevía a mostrar una foto recortada porque su madre, solía eliminar de las imágenes a aquellas personas que no eran de su agrado. Según comentaba, la cuñada jamás aparecía en esas escenas domésticas. Amputada del foco por derecho de admisión y permanencia.
Y si la anécdota resuena simpática, también demanda que el espectador alerta comience a retejer y pensar su propios vínculos, con los bienvenidos y los que no lo son. ¿Quién no los tiene?
“Me gusta el término que Annie Ernaux usa para describir su proyecto de escritura: ‘autobiografía impersonal’. Es decir, desde la propia vida, poder indagar en cómo el tiempo social, la raza, el género, la clase, traman la historia de nuestras vidas”, dice la dramaturga y directora Cynthia Edul, quien, junto con la música Guillermina Etkin, narra la historia de su familia, inmigrantes sirios, dedicados a la industria textil en Buenos Aires en El punto de costura (Galpón de Guevara), de 2023 y donde la literatura se entrelaza con el devenir de sus antepasados. Si para los Vega, la imprenta de Lomas del Mirador fue un escenario, para la descendiente de sirios lo fue el negocio que la familia tenía cerca de la Avenida Jujuy, en el barrio de San Cristóbal.
Diferente es la espacialidad en la que decidió moverse la narradora Ana María Bovo, que escogió, al modo de Ettore Scola en su película Splendor, la sala de cine para trazar un posible recorte de su vida: “La motivación fue construir la pequeña biografía de una espectadora, sus emociones con lo que vivió y sintió con las diferentes películas a lo largo de su existencia”.
En Las películas de mi vida (Palacio Libertad), la narradora sumerge al espectador en ese territorio entrañable de plateas con butacones de cuerina, proyectores ruidosos y pantallas difuminadas por el paso del tiempo, esas que se convirtieron en especies en extinción: “Se descubre la ansiedad por tener 14 o por cumplir los 18 años para ver los films prohibidos que solo se veían en el cine y de los cuales secretamente hablaban los mayores”.
Teatro al fin, la liminalidad que se tensiona en la ecuación verdad-ficción puede disparar los más diversos planteos de los espectadores. Tellas rememora: “En Cozarinsky y su médico, un espectador me dijo ´el actor no hace bien la escena de la revisación´. Lo escucho atentamente y le respondo que se trataba del médico real del escritor. Una espectadora de El niño Rieznik me preguntó cómo habíamos conseguido un actor tan parecido al real”. Desde ya, quien estaba en escena era el físico Andrés Rieznik.
Pensarse desde el cuerpo
El pasado es una plastilina viva. Se puede amasar y reamasar en tanto nos sigue interpelando y conformando nuestro presente. En No estaba preparada (Ñaca Teatro), la actriz, dramaturga, clown, bailarina y cantante Silvina Sznajder se adentra en profundidades dolorosas de su infancia y juventud, y se atreve a pensar su cuerpo en relación al “deber ser”. De eso dan cuenta los ojos húmedos de los espectadores que han asistido a las funciones que se llevaron a cabo a sala llena durante medio año: “Fabiana Maler, la directora, me preguntó: ‘¿qué mujeres te habitan?’ y ahí se abrió una puerta para adentrarnos en la búsqueda de esta historia medular de mi vida. Comencé a preguntarme sobre la infancia, las propias heridas. Desde las sombras, aspectos de mi propia vida se ven tocados por lo social, la escuela, el cuerpo y las formas, el mandato, la sexualidad y la maternidad. La idea es hacernos preguntas en torno a ese relato que nos contamos sobre nosotros mismos”, dice Sznajder.
Si de cuerpos se trata, Margarita Bali, referente de la danza contemporánea, hoy con 81 años, se atrevió a Juego del tiempo (Teatro Nacional Cervantes), una suerte de cabalgata donde repasó parte de su obra, desde la fundación de Nucleodanza, su labor como bióloga, hasta un presente donde la madurez no anula la plasticidad de una geografía corporal sublime.
Con todo, Bali, que enarboló su material junto con Gerardo Litvak, entiende su trabajo desde una concepción propia: “No es una obra que habla de mi vida personal, ni de mi familia; está centrada en mi recorrido artístico de 50 años, hace hincapié en una selección de fragmentos de obras que he realizado tanto como coreógrafa y bailarina, como de realizadora de videodanza y con la utilización del video como medio expresivo dentro de las piezas escénicas o de mis videoinstalaciones”, sostiene la bailarina, cuyo último trabajo podría definirse como un “pas de deux contemporáneo”.
También Adelaida Mangani, directora del Grupo de Titiriteros del Teatro San Martín, se sumergió en el biodrama para contar su vida. Claro, allí están ellos, títeres y muñecos para relatar su existencia. “El aporte de este biodrama es un títere que se llama Bimba, que soy yo misma, y que cuenta algunos de los aspectos de mi vida desde el lugar de la ficción que significa un títere y al mismo tiempo desde la posibilidad de la libertad de no tener límites, como caerse, volar por el aire”, sostiene Mangani y agrega: “Lo que voy contando es propio de muchísimas personas y ahí aparece la identificación. Las infancias de mi generación se parecen en la severidad con la que fuimos criados. Para el público que se descubran momentos de mi infancia y el vínculo con mis padres, que se diga cómo fue el origen de mi amor con Ariel (Bufano) -algo que jamás dije públicamente- es un descubrimiento”. Bimba. Biografía escénica sobre Adelaida Mangani (Teatro San Martín), fue escrita y dirigida por Mariana Díaz para el Grupo de Titiriteros del Teatro San Martín.
María Ucedo y Marina Otero apelan a la dramaturgia del destino desde el territorio de lo corporal y la sexualidad. Ucedo es, junto con Valeria Correa, la responsable de El rayo (Portón de Sánchez), mientras que Otero creó el tríptico Fuck me, Love me y Kill me (Centro Cultural 25 de Mayo), donde la exploración corporal se sumerge en la poética del erotismo y la diversidad. “La revelación de mi madre sobre su relación amorosa a sus 82 años y mi desconcierto fueron sin duda el motor de la obra. Yo quería compartir esta historia de vida amorosa y celebrarlo, porque, además, tenía muchos pliegues y humor”, argumenta Ucedo, quien fuera integrante del grupo El Descueve. En el caso de Otero, la premisa biodramática es impactante: “El proyecto es hacer una obra en cada etapa de mi vida hasta el momento de mi muerte”.
Otros ejemplos que no están hoy en cartelera: José María Muscari comandó Fetiche, pieza que versaba sobre la vida de la fisicoculturista Cristina Musumeci; En Mi vida después, Lola Arias emprendió su recorrido a través de seis jóvenes nacidos entre 1972 y 1983, en un país sumergido en la dictadura, y que deciden contar la historia de sus padres. La compañía de Valencia El Pont Flotant generó Como piedras, donde tres actores amigos reflexionan sobre el paso del tiempo.
Cuando posiblemente el concepto biodrama no estaba formulado, Mercedes Carreras hizo Mis amores y yo, en torno a su propia vida, y, hasta la temporada pasada, Dennis Smith dirigió La última Bonaparte, donde se cruzaba el imaginario en torno a Marie Bonaparte con la vida de Silvia Pérez, la actriz que protagonizaba el relato. De expandir fronteras se trata. Nada menos.