El compromiso con los derechos humanos no admite grises ni excepciones. Todas las dictaduras deben ser condenadas por igual, sin importar el contexto ideológico, político o geográfico. Esta convicción es, para mí, no solo una postura académica sino una realidad profundamente personal: mi historia familiar está marcada por la desaparición forzada de mi abuelo en 1977, durante la última dictadura militar en Argentina. Nunca supimos nada de él. La ausencia de justicia y verdad sobre su destino nos recuerda, día a día, que la impunidad perpetúa el dolor.
Hoy esta herida se actualiza con un caso que exige nuestra atención y acción urgente: la desaparición forzada de Jesús Armas en Venezuela, amigo personal, defensor de derechos humanos y un enorme líder social. Jesús lleva 120 horas desaparecido y su caso nos enfrenta nuevamente al desafío de defender los derechos fundamentales ante el autoritarismo y la persecución.
La desaparición forzada es un crimen de lesa humanidad. Es un acto que busca no solo silenciar a quien lucha, sino también enviar un mensaje de terror a toda la sociedad. En América Latina conocemos demasiado bien los estragos que dejan las dictaduras y los regímenes que ignoran el Estado de Derecho. No podemos, bajo ningún pretexto, normalizar ni justificar este tipo de violaciones.
En este contexto, no podemos ignorar las sistemáticas violaciones a los derechos humanos en Venezuela, un país donde la dictadura ha convertido la represión en política de Estado. Actualmente, cientos de presos políticos permanecen encarcelados en condiciones inhumanas, muchos de ellos sometidos a torturas psicológicas y físicas en centros como el Helicoide o La Tumba. Estos sitios, conocidos por su crueldad, son símbolos del horror que infligen los regímenes autoritarios. Las denuncias de asfixias, golpizas, privación del sueño y aislamiento absoluto en celdas minúsculas nos muestran una realidad que no puede ser ignorada por la comunidad internacional.
Exigir la aparición con vida de Jesús Armas es un acto de justicia, pero también un recordatorio de que no se puede construir una democracia sólida sin rechazar con firmeza cualquier forma de autoritarismo. Jesús representa a quienes dedican su vida a defender lo más esencial: la dignidad humana y la libertad. Su desaparición no es solo un ataque contra él, sino contra todas las voces que se alzan para construir un mundo más justo y libre.
Es imperativo que exijamos respuestas inmediatas. En palabras que resuenan desde el movimiento de derechos humanos: ¿Dónde está Jesús? No podemos dejar que el tiempo borre este reclamo, ni que la inacción lo convierta en una estadística más en los informes de violaciones a los derechos humanos.
La dictadura venezolana, como todas las dictaduras, debe ser condenada. No podemos callar ante el sufrimiento de quienes hoy son torturados, perseguidos o desaparecidos por atreverse a alzar su voz. Hago un llamado urgente a la comunidad internacional, a las organizaciones de derechos humanos y a toda la ciudadanía a no permanecer indiferentes. Sigamos difundiendo, denunciando y exigiendo: aparición con vida para Jesús Armas, quien lleva más de 120 horas desaparecido luego de ser secuestrado por seis personas del régimen en las calles de Caracas. Porque defender derechos humanos no es un delito, pero la indiferencia sí nos convierte en cómplices.