A lo largo de su historia, la ciudad de Tandil fue testigo de varios hitos. Aunque algunos no llegaron a las tapas de los diarios nacionales, todavía son recordados con nostalgia por los habitantes de dicha localidad que, en ese contexto, el próximo 30 de noviembre rendirá homenaje a uno de los suyos. Se trata de Raúl Cángaro: el hombre que hace medio siglo puso a navegar un auto.
“La historia de mi papá es fabulosa. Fue un maestro del marketing”, anticipa Silvina, la menor de las tres hijas de Raúl, en charla con Infobae. “Ivy”, como la conocen todos, tiene 57 años y es genealogista, periodista de investigación y escritora. Tras enterarse del evento que este sábado conmemorará una de tantas hazañas que encabezó su padre, la mujer le dedicó una publicación en su cuenta de Twitter: “Hace 52 años mi viejo, que estaba totalmente loco, tenía una agencia de Citroën en Tandil. Para promocionar los autos, hacía diversas presentaciones: un día hacía flotar uno sobre el agua del lago; otro lo hacía subir y bajar por un tobogán gigante”, escribió junto a dos imágenes en blanco y negro.
En la primera, un Citroën 3CV circula sobre el agua en el dique del Fuerte de Tandil. En la segunda, otro modelo desciende por un tobogán con ondas que alguna vez hubo en la Avenida Alvear de la ciudad. En el interior de ambos vehículos, aunque su rostro no llega a vislumbrarse, está Raúl Cángaro, piloto y fundador de la agencia “Autofran”.
¿Quién fue Raúl Cángaro?
Hijo de un empleado ferroviario y una inmigrante italiana que llegó a la Argentina escapando de la Primera Guerra Mundial, Raúl Cángaro nació el 23 de diciembre de 1933 en la localidad de Rauch, pero creció y vivió toda su vida en Tandil. “Siempre fue una persona muy curiosa, andariega e inteligente. Podría haber sido un gran ingeniero industrial, aunque solo hizo la escuela primaria”, describe su hija.
Aficionado a los autos, Cángaro comenzó a trabajar como chofer de una familia acaudalada cuando tenía apenas 16 años. En uno de sus primeros viajes, cuenta ahora Ivy, detectó un defecto en el motor del Mercedes-Benz, recién salido de fábrica, que manejaba: “Se puso a estudiarlo y diseñó una pieza para mejorarlo. Después, envió el diseño a la casa matriz en Alemania. Meses más tarde recibió una carta que reconocía su aporte como un avance significativo. Esa anécdota resume su espíritu”.
Con el tiempo, Raúl empezó a trabajar como camionero y, rápidamente, montó su propia flota. “En ese momento, progresar era más fácil”, dice su hija menor. Inquieto, para fines de los ‘60, a Cángaro se le ocurrió empezar a vender autos. Así nació “Autofran”, la concesionaria de Citroën que rápidamente se convirtió en un fenómeno comercial en Tandil y sus alrededores. Según la mujer, “Fran” remite al diminutivo de francés, en referencia al país donde nació el creador de la marca.
“Papá llegó a Citroën de manera azarosa. La realidad es que él pensaba comercializar otras firmas, pero como no tenía demasiada solvencia y no era un personaje conocido, se le dificultó que le dieran otras franquicias”, detalla Ivy.
La primera sucursal funcionó entre 1967 y 1970 en avenida España, casi avenida Santamarina. Con ingenio, Cángaro ideó sistemas de pago accesibles para sectores populares. “Armaba círculos cerrados de ventas para maestras, empleados de comercio y obreros metalúrgicos, ofreciéndoles chequeras para pagar en cuotas. Para muchos de ellos fue la única forma de acceder a su primer cero kilómetro”, cuenta Ivy.
En 1970, el hombre inauguró una nueva agencia sobre la calle Espora 1050, diseñada por él mismo, que además incluía un taller mecánico. La apertura fue un evento para toda la ciudad. “Actuó el ilusionista René Lavand y hasta se transmitió por radio. Para la época, fue todo un espectáculo”, recuerda su hija y arroja algunos números: “Entre 1970 y 1976 vendió 7.000 autos. A razón de 1.000 autos por año y tres al día. El récord fue tal que desde la casa central de Citroën, ubicada en Francia, viajaron a Tandil para ver de qué se trataba este fenómeno. Yo creo que tenía que ver con la personalidad y la forma de actuar de papá”.
Para ese momento, Raúl Cángaro ya se había hecho conocido en el ambiente del automovilismo como piloto. Por eso, las campañas de promoción se anunciaban varios días antes en los medios locales. “Todo el pueblo se juntaba a verlo”, cuenta Silvina que, a pesar de su corta edad, recuerda haber presenciado el instante en que su padre subió marcha atrás por un tobogán gigante. “Tenía una pericia absoluta del manejo”, dice. Consultada sobre el coche que su padre puso a navegar, aclara: “El auto no iba sobre una balsa; giraba con sus propias ruedas sobre el agua”.
Pero no todas las locuras de Cángaro quedaron registradas. “Una vez entró a la Municipalidad de Tandil con un 3CV y subió una gran escalinata de mármol que da al Concejo Deliberante. También fue un momento épico”, rememora Ivy.
“El caballero del camino”
Como piloto, Raúl debutó el 31 de octubre de 1965 en San Carlos Bolívar, iniciando un campeonato de tres competencias que ganó. Según Ivy, su padre no solo diseñaba y armaba sus propios autos, sino que además competía en circuitos de tierra, enfrentándose a pilotos que, a diferencia de él, pertenecían a familias adineradas.
En abril de 1968, durante “Los 1.000 kilómetros de Entre Ríos”, un accidente transformó su carrera en leyenda. “Fue una competencia de dos etapas en ripio, asfalto y barro. En la primera etapa se recorrieron 200 km bajo la lluvia y sin parabrisas; habiendo parado a auxiliar a Van Wernich, accidentado. Terminando en 2° puesto”, detalla un resumen realizado por Alejandro Mitre Rinaldi, amigo y preparador de Cángaro, que figura en el grupo de Facebook “Amigos de Raúl Héctor Cángaro – Automovilismo en el Recuerdo”.
“En lugar de aprovechar para ganar, se detuvo a socorrer a los accidentados. El conductor murió en los brazos de mi papá”, cuenta Silvina. Esa proeza le valió a Raúl el reconocimiento de la revista El Gráfico, que lo nombró como el “Caballero del camino”, en un guiño al gesto que tuvo Eusebio Marcilla con Juan Manuel Fangio durante una carrera en Perú en 1948.
Un tesoro invaluable
“Autofran” cerró en 1976, golpeada por la crisis económica y la llegada de la última Dictadura Militar Argentina. Raúl, que se había retirado del automovilismo en 1972, continuó reinventándose en el agro, hasta que falleció el 31 de enero de 1992. “Murió con 58 años recién cumplidos, muy joven, y con la posibilidad de hacer un millón de cosas más”, lamenta Ivy.
“Fue un papá muy compañero, muy compinche, divertido y estimulante. Él siempre nos desafiaba a que vayamos por más. ‘Si otro lo hizo, vos también podés hacerlo. Si nadie lo hizo, sé la primera’, nos decía a mí y a mis hermanas”, agrega.
Actualmente, un grupo de seguidores de Raúl Cángaro presentó un proyecto para que una de las calles que rodean el autódromo de Tandil lleve su nombre. “Sería muy merecido porque mi viejo le trajo muchísima alegría a la gente. De hecho, después de su muerte, me fui enterando de un sinfín de obras benéficas que hizo en silencio”, cuenta Silvina.
De esto último es ejemplo Adalberto García, exempleado del taller mecánico de “Autofran”. “Yo no me acordaba de Adalberto, así que lo fui a conocer el otro día. Me contó que cuando quiso armar su propio taller mecánico, mi papá le regaló un montón de herramientas para que él se independizara. Ahora, el taller que armó, un poco gracias a mi padre, cumple 50 años y, para celebrarlo, va a equipar un 3CV igual a como lo había hecho papá con el que van a recorrer las calles de la ciudad en caravana hasta llegar al dique, donde lo van a hacer flotar en el lago”, cuenta Ivy y se emociona.
“Aunque murió pobre, mi papá nos dejó un tesoro invaluable, que es el orgullo absoluto de haber sido sus hijas. Fue, sin dudas, un hombre extraordinario”.