Es la artista que asegura venir del mejor año de su extensa carrera. La misma que a los 53 se redescubre -en lo profesional pero también en lo personal, y hasta en lo íntimo- en “Sex”, la obra de José María Muscari que pronto la tendrá de gira. Es además la actriz que palpita el estreno en Netflix de En el barro, el spin-off de El Marginal que sucede en el universo carcelario femenino. Pero tratándose de Julieta Ortega, todo esto, solo por empezar.
Porque es también la amiga incondicional de sus amigas, a quienes ama sin reparos, con quienes sueña pasar la vejez. Y con quienes hizo “Las pibas dicen”, el podcast en el que se animó a mostrar su lado más vulnerable.
Además, es la madre de un Benito Noble Ortega ya de 19 años. Y es la hija de Palito y Evangelina, y la segunda de seis hermanos, cuatro varones. Y es quien sonríe al reconocerse un tanto despreocupada en el manejo del dinero, pero que levanta la voz ante una realidad social que la preocupa. “Yo me impongo”, dice. Y se nota.
Porque al fin, esta mujer es distinta de aquella que fue hace un tiempo, pero casi igual. Y será otra más adelante, acorde a su evolución. Porque son muchas mujeres, infinidad de ellas, en una sola: Julieta Ortega. Aquella que se forjó a sí misma.
Quien no lo crea así, que pase y lea…
—¿Cómo arranca el 2025?
—Cruzando los dedos para que sea parecido al pasado, que fue un año extraordinario para mí en lo laboral. Lo laboral marca mucho mi vida. Me suelo involucrar plenamente en proyectos que me convocan, no es que cumplo un horario y después me voy a mi casa. Entonces, se me mezcla mucho la vida personal con la profesional.
—”Las pibas dicen” fue algo súper importante. Marcó un antes y un después: apareció una Julieta que no es la actriz.
—Me gusta mucho la conversación. Me gusta más que actuar.
—A partir de la primera temporada, hablaron mucho de ustedes. Y supimos cosas de una Julieta que no conocíamos, contadas por vos; no estábamos los periodistas preguntando.
—Para las cuatro, es un proyecto muy personal. Abrimos el corazón sin ningún temor porque estamos en nuestra casa, es nuestro terreno. Por ahí el capítulo de Anita (Paula Dutil) sobre la depresión, tuvo mucha repercusión. Después, sentimos que lo que queda ahí, medio que muere ahí, y estamos protegidas. Empecé a trabajar cuando no existía Internet, y lo que uno decía en un lugar, moría en ese lugar. Ahora da mil vueltas y termina en lugares insospechados, fuera de contexto. Entonces, el vértigo es grande. Yo entiendo a la gente que no se quiere exponer. Nos cuesta encontrar gente que venga y abra su corazón, sobre todo hombres.
—¿Pensaste que se iba a convertir en lo que se convirtió?
—No, porque yo ya aprendí a no hacerme muchas ilusiones con nada, pues nunca sabés… Pensé que nos podía ir bien porque el proyecto sonaba lindo, olía bien, y porque estaba hecho con el corazón. Si después no funciona, ya está en manos de otra gente.
—¿Y trabajar con gente que querés tanto?
—Es precioso y es muy difícil también. No es tan sencillo.
—Acá estuvo Ana.
—¡Ay, yo la amo a Anita!
—¿Qué te pasa cuando le escuchás decir lo importante que fuiste para ella en ese momento tan clave de su vida?
—Cuando la vi, se me hizo como una cosa en el pecho… Me trae recuerdos de lo que pasamos juntas, y sobre todo, de lo que pasó ella. Tenemos la misma edad con Anita, y estuvimos embarazadas al mismo tiempo. Es mucha historia familiar, casi de hermanas.
—¿Se puede querer a una cuñada nueva cuando se quiere tanto a la anterior?
—Sí. Tuve muchas cuñadas, tengo mucho hermano varón. Con algunas tuve mucha… Dolores Fonzi, por ejemplo, cuando era la novia de Luis. Pero con Ana Paula es la primera vez que me pasa que eso puede continuar, porque cuando se separan sucede algo también en esa amistad: se pone todo, se enrarece el vínculo. Con Anita no me pasó, tal vez porque ella había quedado en un lugar de mayor desprotección dentro de la ruptura. Entonces fuimos a atenderla a ella, digamos. Pero sí que se puede. Lo que no se puede es sacar a esa persona que está en tu vida desde hace 20 años y hacer de cuenta como que eso no existió.
—Si te pregunto por Guillermina Valdés, ¿mantenés vínculo?
—Sí, sí. En un momento menos, pero ahora que está todo en paz, sí. Yo la quise y la defendí siempre a Guillermina. Mantengo vínculo y la quiero. Lo que pasa es que Anita es muy amiga mía.
—Qué difícil para Julieta (Prandi).
—Sí. Yo estuve en ese lugar de la nueva cuando había una relación de años y años, y no es fácil. Esas cosas no se pueden forzar, y la relación de pareja siempre es con la persona. A veces se da que toda una familia te ama, te adopta; y a veces no, y no hay mucho que hacer. Cuando me pasó a mí, tuve en cuenta que mi relación era con ese hombre. Y si después alguien me miraba de reojo o estaban acostumbradas porque hubo otra 20 años, que era parte de esa familia, no podía hacer mucho con eso. No se puede competir con tanto tiempo de relación.
—Cuando estuviste en ese lugar, ¿no te enojaste?
—¿Con quién me voy a enojar?
—Con la familia. ¿No refunfuñaste?
—No, no. Sí me daba celos. Me pasaban cosas que hoy no me pasarían, te juro. Si hay algo que traen los años es mucha sabiduría para entender y poner las cosas en su lugar.
—Recién decías que tenés muchos hermanos varones. Y está Rosario, por supuesto. ¿Quién es el más divertido de tus hermanos, o la más divertida?
—Luis. Siempre fue un tiro al aire, desde chiquito. Sebastián también era muy divertido, pero después se volvió alguien más formal. Es productor, y es distinto a ser un director de cine como Luis, que empezó haciendo películas en su casa y nos filmaba a nosotros, al loro que cantaba en la cocina…
—¿Quién es el más cabrón?
—Sebastián.
—¿El más sensible?
—Tal vez Emanuel.
—¿A quién le contás un secreto?
—A Rosario.
—¿La peor pelea la tuviste con…?
—Sebastián.
—Contame.
—Nos tiramos con todo. Con la palabra, obviamente. Fue hace unos años, por teléfono. Y fue horrible. Yo terminé pidiéndole perdón. Estaba muy angustiada y una persona me dijo: “Vos tenés que pedir perdón por la parte que te toca a vos, por lo que le dijiste; no importa lo que él te dijo. Te vas a sentir más aliviada”. Le escribí y al toque me contestó: “Yo también te pido perdón. No quise decir lo que dije”.
—¿Ese pedido disculpas llego rápido?
—No. Estuvimos un tiempo sin hablarnos, meses, que para mí fue fatal. Y mi mamá siempre en el medio, pobre… Con Sebastián ahora nos llevamos genial. Siempre nos llevamos, siempre. Fue esa pelea. Estoy en muy buen momento con muchos de mis hermanos.
—¿Quién es tu preferido?
—No, de verdad que no tengo. Tengo mucha afinidad con Luis. Sebastián es un hermano al que le fue realmente muy bien y es muy generoso con el resto de sus hermanos.
—¿En qué es generoso?
—En todo. Ahora está de vacaciones, y yo pregunto para ir a la casa y todo el tiempo me dice: “Juli, es tu casa, andá con quien quieras, cuando quieras, no me preguntes”.
—Si tenés que pedir plata prestada, ¿es al hermano al que llamás?
—No le pido plata prestada a nadie. A la única persona que le pude haber pedido plata es a mi mamá. A mis hermanos no les pediría nunca. Sí me ha pasado que Sebastián me diga: “Andate a mi casa de tal lado”. “No, en este momento no. Ni en pedo puedo pagar ese pasaje”. Y me dice: “Yo te invito”. Es ese tipo de hermano. Pero no, plata prestada no. Y mi mamá es mi mamá, qué sé yo. Y digo mi mamá porque ella maneja la plata. Si le pedía a mi papá, me decía: “Yo no tengo, hablá con tu mamá”. Entonces, mi mamá era la persona.
—Ella fue la administradora en casa.
—Siempre, siempre. Yo tengo una relación muy infantil con el dinero. Tipo: entra esto, me compro esto.
—¿Sabés invertir?
—No, no sé nada. ¿Bitcoin? No tengo ni idea. La plata para mí se traduce en dónde voy a poder ir de viaje, dónde no, qué puedo comprarme, tal cosa que vi. “Ahora no puedo, pero el mes que viene, si hago tal cosa por ahí, si agarro tal trabajo…”. Es así mi relación con la plata. Re infantil. A veces las mujeres no fuimos entrenadas para pensar en esas cuestiones. Y a mí me encantan las mujeres que pueden pensar en esas cuestiones.
—Nuestra generación no tuvo educación financiera.
—Sí. Y habiendo crecido en una familia con mucho varón, había muchas cosas que se esperaban de los varones que no se esperaban seguramente ni de mí ni de Rosario, que tienen que ver con eso: con el trabajo y ganar dinero. Eso era reservado para los varones. De nosotras se habrá esperado que tengamos otra suerte, que conozcamos a alguien que no nos haga faltar nada. Esa era una frase que escuché mucho de chica.
—¿De mamá o de papá?
—De esas cosas yo hablaba más con mi mamá. O sea, hay cosas que van de generación en generación. Solo que siempre intuí que yo no era el tipo de mujer para quedarme en un matrimonio que funcionara de esa manera. Eso no me iba a pasar. A lo mejor es prejuicio mío, pero creo que requiere de otro tipo de personalidad, más dócil de lo que yo soy. Sin criticar la otra elección, para nada, pero yo no soy eso. Entonces, siempre tuve presente que yo tenía que ganar mi dinero. De última, si algo no me gusta, me levanto y me voy. Pero si estás muy agarrada de la economía de otra persona, es más difícil.
—¿Era por esta visión tuya de cómo sos, o por algo que habías vivido en tu casa?
—Esas cosas se traen. En mi casa viví una historia que no sucede muy a menudo: dos personas encontraron lo que estaban buscando en la otra persona, y todo encastró de una manera muy extraordinaria, muy atípica. Yo no tomé eso como que era lo que me iba a pasar, porque no pasa muy seguido.
—Estaba muy alta la vara con eso.
—Sí. Y si tengo que ser sincera, es raro lo que siento en relación a eso. A mí el amor romántico, cuando funciona, me parece de las cosas más conmovedoras de la vida. Pero por alguna razón, sobre todo a medida que fui creciendo, entendí que no se podía, que era un cajón más de los que tenemos para abrir, que no estaba todo ahí. Y realmente, el amor yo lo encuentro en muchos lados. El amor de mis amigas es muy profundo, muy esencial: cuando seamos grandes me imagino viviendo con ellas, así nos cuidamos entre nosotras. No hacemos planes pensando en que vamos a envejecer al lado de un hombre, de una pareja, o de una mujer. No me preguntes por qué, pero nunca me vi. Nunca lo vi eso, por algo no lo vi.
—¿Vos sos más hija de mamá o de papá?
—De papá.
—¿Y tus hermanos, más de mamá?
—Sí, sí, absolutamente.
—¿Vos también la ves a Guillermina parecida a tu mamá?
—Sí. Más antes, cuando era más jovencita, cuando apenas la conocí.
—En ese momento se hablaba del parecido.
—¡Pobre Guille! No es fácil entrar en una familia tan grande, tan constituida, tan unida.
—Un clan.
—Sí. Yo no lo llamo clan, pero cuando la familia es grande, viste que de repente todos se enteran de todo…
—Y tan públicos todos, además.
—Y en este caso públicos, además.
—¿Benito cuanto tiene?
—19. Y te voy a decir una sola cosa: él es súper cariñoso conmigo, lo cual me extraña porque tiene una edad en la que podría tomar más distancia.
—¿Es celoso de tus parejas?
—No estoy en pareja hace miles de años… Ha sido celoso de chiquito. Después, no.
—¿Estás con ganas de estar en pareja o estás chocha de la vida?
—Creo que no… No es algo en lo que piense nunca, salvo cuando me lo preguntan.
—¿Evangelina te fue a ver a “Sex”?
—Sí, vino. Finalmente vino.
—¿Y qué dijo?
—Le gustó.
—¿Con qué Julieta te encontraste en “Sex”?
—Con una Julieta más liviana. Más joven, si se quiere. Los bailarines y las bailarinas tienen algo que las actrices y los actores no tenemos tanto. En mi trabajo hay que pensar todo el tiempo, la cabeza siempre está funcionando. Pero los bailarines ponen el cuerpo por delante. Y ver ese tipo de comunicación, a mí me ayudó un montón.
—¿En lo sexual, cómo te encontraste?
—Un poco más liviana también. Aprendí de lo que escucho y de lo que veo. Y aprendí de compañeras con cuerpos menos hegemónicos que las bailarinas que pesan 50 kilos, y su desfachatez y su empoderamiento, que es una palabra que no uso mucho porque no me gusta. Pero, digo, una persona que se siente merecedora de sexo y de amor y de lo que sea, la ves automáticamente así. Eso aprendí. Eso lo vi.
—¿Por qué no te gusta la palabra empoderamiento?
—Me parece que en un momento quedó vacía como palabra porque se usó mucho: “La mujer empoderada”. No sé bien qué significa, pero ahí hubo algo de eso, que vi.
—¿A la palabra sororidad también le pasó lo mismo?
—No. A mí la palabra sororidad me gusta. En lo otro (empoderamiento), vi como una sobreactuación. Por eso también, volviendo a Las pibas, me ocupé de meterme en zonas que no me dejaban tan bien parada: hablás de tus celos, o de tus inseguridades en relación a tu cuerpo.
—De tus oscuridades.
—Sí. Ahí ya estás menos empoderada, de hecho. Estás mostrando una versión (distinta).
—Fue fuerte conocer esa Julieta, como cuando hablaste de los celos. ¿Hoy, cómo se pelea con esos fantasmas?
—No, olvidate: no me pasa más. No sé cómo me curé, pero me curé. No se puede perder tanto tiempo precioso en convertirse en una espía de qué hace el otro, de quién le escribió. ¿Qué me importa? Hoy, no me importa. No estoy en una relación de noviazgo hace mucho tiempo, pero creo que la encararía totalmente diferente. Hay algo que no vas a poder manejar, que sea lo que tenga que ser.
—¿Y los celos del otro, te los bancás?
—Mirá, definitivamente, yo no podría hacer este espectáculo con alguien celoso. Yo me toco y me beso con gente todas las noches. Y no es para la cámara. O sea, ocurre eso.
—¿Y una, se calienta?
—Sí, un poco sí. Estás todo el tiempo en contacto con gente. Además, gente bellísima. O que te divierte, o que te gusta. Y tenemos que crear una situación de erotismo y qué sé yo, se crea.
—Hay que bancarse mucho decir esto, que te pueden pasar cosas, porque estamos más acostumbrados al “No, es actriz…”.
—Trabajando como actriz, para las cámaras, jamás me pasó. Pero… nada. Incluso he tenido amigas diciendo: “Che, ¿y tal cómo besa?”; “Te juro que no sé”; “¡Pero lo besaste un año!”; “Sí, pero ni idea. Es como que no hubiera pasado”. Esa fue siempre mi sensación. Te están marcando y te das cuenta de que la luz se acaba de prender; entonces, ahora es para este lado. La cámara, ¿viste? Es otra cosa, una coreografía. Pero acá te metés entre la gente a propósito, a esta distancia, para que vean que eso está pasando de verdad. Y entonces, tiene que pasar de verdad.
—Y pasa.
—A veces, pasa…
—Te leí por ahí decir que tal vez era el momento de enamorarte de una mujer.
—No sé si dije eso… Me preguntaron, y cuando me hablan de esos temas, nunca quiero decir “no, no creo”. Primero, porque no lo sé. Segundo, porque lo pienso. A esta edad veo la sexualidad como algo muchísimo más fluido de la que lo vi toda la vida. Siempre me sentí una persona recontra heterosexual, a juzgar por lo que me había pasado hasta ese momento. Y ahora, así como tengo otra mirada sobre las relaciones en general, sobre la monogamia, sobre el peso que le ponemos a esas cosas, lo mismo me pasa con la bisexualidad. Creo que todo es mucho más fluido de lo que pensamos.
—¿Tiene que ver con la edad y la propia maduración, o con estar haciendo “Sex”?
—Puede tener que ver con las dos cosas. Estoy en un espectáculo que habla sobre sexo, y es un espectáculo recontra bisexual.
—¿Tu papá también fue a verte?
—No. Ni va a venir. No, no. Es mucho ya. No hay necesidad. Él pregunta bastante por “Sex”, pero no detalles: “¿El trabajo, bien? ¿Se van de gira?”. Siempre me hace la misma pregunta.
—¿Hay un orgullo de papá en las hijas artistas exitosas?
—Yo espero que sí. De los dos. Siento que casi todo lo que uno hace, lo hace para que la madre o el padre te mire con orgullo, tengas la edad que tengas.
—¿Y cuándo sentiste por primera vez esa mirada?
—Desde siempre. De muy chica, sentía de mi papá una mirada muy amorosa. Y un poco de más grande, sentí de mi mamá una mirada de orgullo, de estar viendo a una hija que no se le parecía. ¡Mirá qué raro! Yo sentía que ella veía en mí otro tipo de mujer que ella no era, ni que había querido ser, y que le daba orgullo que su hija no siga sus pasos, no porque sus pasos no sean dignos de ser seguidos, sino porque había creado hijos libres. Los dejó ser lo que tenían que ser.
—Para poder crecer así de libre, ¿tuviste que enojarte en algún momento con tu mamá?
—No, pero tuve que imponerme. No con mi mamá. En una familia con tanto varón, tenés que imponerte. Tenés que tener voz, que se haga escuchar. Y eso creo que me definió bastante: yo, me impongo.
—¿Cómo ves el momento en el que estamos hoy, en el mundo?
—Con preocupación, más allá de lo que me pase a mí en lo personal. Pese a que ni los actores ni los músicos movemos la aguja de nada, cuando levantamos la voz para decir algo en relación a algo que está pasando en el país, se nos acusa de hacerlo por algún tipo de conveniencia. El año pasado tuve uno de los mejores años de mi vida a nivel laboral. Sin embargo, cuando hablo en general, no hablo porque piense que el gobierno de turno va a cambiar, o va a mover la aguja de mi economía, porque eso no es así. Yo trabajo en el sector privado desde hace 30 años. Y no voy a trabajar menos, esté quien esté en el gobierno. Hay días que voy a trabajar menos, pero no por eso.
—Tampoco necesitás que te contrate un gobierno para trabajar.
—No. En 30 años, dos veces habré hecho dos cositas muy chiquitas en la TV Pública. Cuando uno habla es porque como ciudadana piensa una cosa, equivocada o no. Sí, obviamente, me preocupan un montón de cosas, como que estamos viviendo momentos muy reaccionarios. Me preocupa que un jefe de Estado asocie la pedofilia con la homosexualidad. Me preocupa el retroceso en cuestión de derechos de las minorías, y que se quiera sacar de la Constitución la figura del agravante por femicidio. Sí, me preocupan muchas cosas. Pero también creo que son momentos para seguir defendiendo los derechos en la calle, que es donde se defienden. En ese sentido, somos un pueblo que está despierto, que va a pelear para no perder lo que conquistamos. Y no hay que dar nada por sentado. Sino, mirá lo que le pasa a Estados Unidos con Trump: dan marcha atrás todo el tiempo. Entonces, creo que hay que seguir peleando por las cosas que uno cree que son justas. Y sí, me preocupa. Pero siempre por lo colectivo, no por mí. Porque vivo acá. Y porque tengo un hijo que va a vivir acá: no tiene intenciones de irse a ninguna parte. Le encanta vivir acá.