La construcción de acuerdos como política pública

Esporádicamente, y con vigencia en la actualidad, emerge en la conversación pública el rol del diálogo, de la construcción de acuerdos y de otros conceptos afines como elementos centrales o condiciones para lograr el desarrollo sostenible de nuestras comunidades. No obstante su aparente buena reputación en la opinión pública, estas ideas no siempre logran materializarse en prácticas concretas, institucionalizadas, estables y eficientes que se traduzcan en beneficios para la ciudadanía. Por ello, probablemente, la buena imagen del diálogo y de la construcción de acuerdos no culminan despertando fervores y naufragan, volviéndose meramente eslóganes improductivos.

Entonces, ¿sirve construir acuerdos? ¿Para qué? ¿Cómo se hace para que funcione? Sirve. Porque los acuerdos reducen incertidumbre y riesgo. Dan previsibilidad sobre las condiciones futuras y eso incentiva nuestro accionar e impulsa a que las cosas sucedan.

Pero no sirve de cualquier manera. Elinor Ostrom, politóloga premio Nobel de Economía, al abordar la cuestión del gobierno de los bienes comunes, concluyó que aquellas acciones colectivas que logran sostenerse en el tiempo son las que están efectivamente motorizadas por los actores involucrados en la concreción y posterior ejecución de la misma. Desde el prisma de la construcción de acuerdos, aquellas decisiones o políticas que logren trascender serán los que mayor grado de involucramiento revistan entre los protagonistas del proceso y cuya solución provenga de ellos y su correcta administración del “problema común”. Si asumimos ese supuesto, el paso siguiente (y muy relevante) es diseñar un proceso de diálogo profundo, real y sistémico con quienes efectivamente tienen interés en la concreción de las acciones sobre las que se busca acordar y construir una política.

Para construir ese involucramiento y que éste tenga una probabilidad más alta de éxito se necesita generar entornos de confianza entre las partes. Entre Estado y privados, por ejemplo, para que esos lazos de confianza se fortalezcan, se trasladen a procesos participativos y, finalmente, den como resultado acuerdos sólidos. Seguramente no sea fácil, dado que requerirá compartir esfuerzos, puntos de vista y basarse en un conocimiento pleno y profundo de las agendas de los involucrados. Allí hay toda una dimensión humana, de relacionamiento y eliminación de barreras de confianza a la que hay que atender especialmente. Nadie acuerda con quien no conoce. En esa línea, tenemos, al menos, un punto y a favor y uno en contra. Según información obtenida del Edelman Trust Barometer de 2024, más de un 72% de las personas considera que los líderes de empresas (72%), periodistas (78%) y líderes de gobierno (84%) “intentan a propósito engañar a la gente diciendo cosas que saben que son falsas o grandes exageraciones”. A favor: colabora con el proceso la actual proliferación de áreas y organismos dentro de las empresas, el Estado y las organizaciones (Asuntos públicos, relación con la comunidad, por ejemplo) cuyo objetivo central es el de tender puentes y gestionar de manera organizada los vínculos entre los distintos sectores.

Asimismo, el proceso debe ser estratégico, orientado a la búsqueda de resultados. Y allí todos tenemos un rol: el Estado debe ser protagonista como constructor de consensos, como anfitrión, con la capilaridad suficiente para convocar a todos. Con la eficacia para producir instituciones que promuevan procesos de comunicación sistemáticos y transparentes, condiciones sine qua non para desarrollar acuerdos. Por otro lado, los actores del sector privado o de la sociedad civil precisan empatía, apertura y consideración de los otros, con el compromiso de observar los procesos desde la integralidad y respetando acuerdos que contemplen la intersectorialidad y la intertemporalidad.

¿Cómo debería suceder? Seguramente encontraremos diferencias, múltiples intereses y valoraciones sobre cada uno de los problemas comunes que abordemos. El objetivo será que, producto del proceso establecido, logremos minimizar las distancias entre nuestras posiciones, atendiendo a las distintas perspectivas y oportunidades que ofrecen el diálogo y la construcción de acuerdos, para así concluir en una síntesis superadora, que favorezca razonablemente a todos, y que persiga la solución del problema común.

Algo así debiera ocurrir para una construcción de acuerdos sólida entre distintas partes. Valernos del diálogo para exteriorizar nuestros intereses, acercar posiciones y concretar consensos durables, con soluciones compartidas a problemas comunes. En donde existan pequeños éxitos que nos ayuden a transitar conjuntamente, construyendo previsibilidad y generando lazos sólidos para nuestros acuerdos futuros. Con concesiones compartidas que revelen el compromiso entre las partes y que se integren en una solución eficaz para todos. Perdiendo en lo particular para ganar en lo general, reduciendo incertidumbre y agregando valor. En un entorno de confianza, que hará más fácil respetar el resultado de esos consensos y prolongarlos en el tiempo.

De esa forma seguramente estaremos más cerca de que la construcción de acuerdos deje de ser un eslogan y efectivamente contribuya con el desarrollo sostenible de nuestras comunidades. En definitiva, el diálogo prevalecerá si logramos diseñar instituciones, unidades y equipos de trabajo que promuevan el acuerdo como herramienta confiable para plantear las diferencias. Con la amplitud necesaria para garantizar la presencia de los actores intervinientes y con una mirada empática entre los actores involucrados. Con resultados que sean concretos, durables y respetados por las partes, permitiendo co-construir, de una vez, una herramienta potente a la que podamos recurrir.

Esa co-construcción necesita del compromiso de todos. A eso debemos llamarnos.