Las Flores, Buenos Aires, La Plata, Lobería, La Plata. El derrotero del médico cirujano Pedro Domingo Curutchet, que desarrolló su propio instrumental quirúrgico para extraer quistes, hoy es sinónimo de la única casa que proyectó el mítico arquitecto Le Corbusier en Latinoamérica. Con sus anteojos rectangulares, parado en el borde de un terreno central de La Plata, el médico imaginó cómo quería vivir con su familia. Había mucho sol esa mañana de 1948 cuando le escribió una carta a Le Corbusier solicitándole un boceto.
Icónica, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2016 y set escenográfico de películas y documentales, la Casa Curutchet, proyectada entre 1949 y 1953, encierra una de las obras maestras de la arquitectura moderna, pero también la historia personal de un médico rural que diseñó herramientas para operar con anestesia local, conversando con los pacientes y escuchando música clásica.
Pedro D. Curutchet fue un médico de pueblo: se instaló en Lobería, se casó con Alcira García Romero, y tuvo dos hijas, Leonor Amalia (1932) y Alcira del Carmen (1934). La mitad de los vecinos lo consideraba un genio. La otra, un loco. Lo cierto es que revolucionó el arte de operar al mejorar las herramientas para las intervenciones que realizaba en pos de extraer quistes. Su especialidad, por la que se destacó en la Facultad de Medicina de La Plata, aunque se graduó en la de Buenos Aires, fue la hidatidosis, también conocida como equinococosis. Esta enfermedad, clásica de entornos rurales, surge a través del contacto entre seres humanos con las heces de animales contaminados. Se transmite a través de la piel, el agua y productos comestibles en mal estado. Los síntomas se traducen en quistes que deben ser extirpados. Esta fue la gran batalla del doctor Curutchet, que la libró en Lobería casa por casa: visitaba a los pacientes en camioneta, descargaba la camilla y la anestesia local y se disponía a operar sin más.
Entre consultas y operaciones, Curutchet diseñó un sistema aximanual que habilitó las costuras laterales para los profesionales zurdos. El hallazgo abrió un nuevo camino para médicos ambidiestros y desterró para siempre el mecanismo que aprieta los dedos en las tijeras. “Técnica axial, axiryhtmia: simplicidad, sinergia, simetría, funcionalidad rítmica y relajada, que permite una periodicidad natural e ininterrumpida, donde las dos manos pueden trabajar al mismo nivel tecnológico”. Así promocionaba el hallazgo en el libro Cirugía aximanual /tecnología e historia, que tradujo al inglés, como la mayoría de su libros. Buena parte del instrumental se encuentra en el Museo Histórico de Lobería Grande. No hay familia en esa localidad que no conozca una anécdota, una historia, de la icónica camilla de Curutchet, su caja de vendas y sus sábanas que transformaban los cuartos de las casas en quirófanos, donde la asepsia en muchas ocasiones dejaba que desear. También figura en los archivos la visita de un profesor de Harvard, Marck Noé, que viajó a conocer la técnica de este hijo de inmigrantes franceses que dio que hablar.
Los viajes del médico a la ciudad donde cursó sus estudios eran cada vez más frecuentes. Asistía a eventos científicos y sobre todo culturales, ya que según las reseñas era amante de la música clásica y las artes plásticas. Finalmente, en 1948 y luego de casi 20 años operando quistes de pulmón a domicilio, se radicó en La Plata. Había comprado un terreno pegado al bosque, en Avenida 53 entre 1 y 2, en el eje monumental de la ciudad. El pequeño lote de 170 m2 entre medianeras fue el punto de partida de un encargo que sellaría para siempre la huella del famoso arquitecto suizo-francés Le Corbusier en Latinoamérica.
En pos de proyectar su futuro hogar y consultorio, Curutchet le escribió una carta a un arquitecto porteño que no le respondió. Entonces, buscó a uno de los profesionales que sonaban más fuerte y se jugó una ficha que cambiaría para siempre la historia de la arquitectura. Aprovechó un viaje a París de su hija Leonor para que le entregara en mano su pedido al maestro suizo Charles-Édouard Jeanneret-Gris (1887 -1965), más conocido como Le Corbusier.
Así, en setiembre de 1948 Leonor tocaba la puerta del estudio parisino ubicado en 35 Rue de Sèvres. Llevaba un sobre que contenía el dossier que había preparado minuciosamente Curutchet con el plano catastral, fotografías del terreno y el punteo de necesidades. Tres dormitorios con dos baños, un dormitorio de servicio con toilette, una sala de estar, comedor, cochera y consultorio con sala de espera. Curutchet, además, subrayó la idea de potenciar las vistas a la arboleda del boulevard y el bosque desde la sala y los dormitorios: “el sol y el panorama deben ser incorporados a la casa”, indicó.
A los cinco días, Le Corbusier le respondió. Además de confirmarle su disponibilidad, le explicó que comenzaría a trabajar en el que sería el anteproyecto de la primera vivienda unifamiliar del arquitecto suizo en la región. Después de 9 meses de haber recibido el encargo, Le Corbusier envía 16 planos, una serie de fotos de una maqueta y un texto descriptivo que ofrecía detalles del proyecto. “Es una pequeña obra maestra de simplicidad, conveniencia y armonía, que busca ser sumamente simple y sin lujos”, según definen en el museo Casa Curutchet, donde actualmente funciona el Colegio de Arquitectos de la Provincia de Buenos Aires (CAPBA). “…Desde ahora comprendo que viviré una nueva vida, y más adelante espero asimilar plenamente la sustancia artística de esta joya arquitectónica que usted ha creado…”, dice la carta de Pedro Curutchet a Le Corbusier, fechada el 12 de Junio de 1949. Aunque la familia volvió a instalarse en Lobería en 1965, regresaban con frecuencia a la casa, donde se realizaban encuentros culturales, o la disfrutaban los fines de semana.
Entre los aciertos de esta joyita de la arquitectura figuran el apoyo de la vivienda en columnas que le permiten despegarse de la planta baja para beneficiarse de las vistas y protegerse de la circulación de la calle, obteniendo una planta libre que se vincula con la ciudad, a modo de continuidad con la plaza. La rampa, uno de los sellos distintivos del arquitecto célebre, permite un recorrido que desde la vereda conduce hacia la entrada de la vivienda y el vestíbulo. Esta circulación continúa en el sentido contrario hacia la sala de espera y el consultorio médico de Curutchet, donde atendió hasta los últimos días.
Murió en julio de 1989, a los 88 años. No solo dejó un legado único en cuanto a la investigación y el desarrollo del sistema crucimanual, sino que su apellido se transformó en sinónimo de otro mandato que su familia siempre se interesó en difundir: el de la obra de uno de los arquitectos más importantes del siglo XX. Le Corbusier es autor de la Villa Savoye, las casas La Roche-Jeanneret, la Unité d’Habitation de Marsella y otras 14 obras emblemáticas que, como la vivienda de La Plata, están catalogadas por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad.
Desde la institución confirman que la Casa Curutchet sigue siendo propiedad de la familia, pero desde la década de los 90 es alquilada y administrada por el Colegio de Arquitectos de la Provincia de Buenos Aires, que promueve el rescate patrimonial y la puesta en valor del edificio. La biblioteca intacta, las ventanas y sus juegos de luces y sombras y el álamo plateado que plantó la familia en 1956, según la recomendación de Le Corbusier, forman parte de la visita (de jueves a domingos, de 13 a 17 hs, con reserva previa en @casacurutchet.capba).
Desde la terraza jardín que se abre hacia el parque se disfruta del mismo horizonte que atesoraba el médico cuya obsesión fue, desde el minuto cero, relacionar el interior de su hogar con el exterior. Le Corbusier llevará al máximo su deseo, logrando que la luz natural y las vistas a la plaza se obtengan desde todas partes, y una ventilación cruzada permita que todos los ambientes se refresquen naturalmente. Los parasoles ubicados en la fachada norte permiten controlar la entrada del sol en verano o aprovecharlo en invierno.
El arquitecto y el cirujano jamás se conocieron. Sus intercambios epistolares iban y venían de uno al otro lado del charco. Una vez que se pusieron de acuerdo, Le Corbusier le confió la dirección de obra a Amancio Williams, “mi amigo argentino”, como escribió en la carta donde sugería el nombre del autor de La Casa sobre el Arroyo, en Mar del Plata. Williams la diseñó junto a Delfina Gálvez Bunge, su esposa. Luego se convirtió en una expresión del Movimiento Moderno argentino y una de las casas más notables del siglo XX. Como admiraba tanto al maestro suizo- francés, Williams renunció a sus honorarios y asumió el desafío de dirigir la obra por pura vocación.
La historia de Le Corbusier con Buenos Aires cargaba con un anecdotario poco feliz. En octubre de 1929 el arquitecto dictó diez conferencias sobre Arquitectura Moderna. En esa visita, luego tildada como polémica, había propuesto realizar un plan urbano para la ciudad, con argumentos e ideas innovadoras. Pero se volvió a París con las manos vacías. Durante más de veinte años se obsesionó con el desarrollo de la propuesta, intentando por todos los medios concretar su estrategia conocida como “la tabla rasa”, una propuesta que sugería derribar ciertas estructuras urbanas. Los detalles de este intento fallido y las anécdotas con la élite porteña se despliegan en el documental Plan para Buenos Aires, dirigido por Gerardo Panero.
Entonces, sin plan urbanístico pero con amigos, la llegada del correo de este nuevo cliente argentino le pareció una buena oportunidad para que su nombre volviera a sonar a orillas del Río de la Plata, instalando otra de sus “máquinas de habitar”, como entendía él a las viviendas eficaces. Entre idas y vueltas, el icónico referente de la arquitectura moderna publicó el libro Précisions, donde describió su viaje en tren y su visita al Museo de La Plata.
En 1980, el arquitecto y periodista Daniel Casoy entrevistó al médico y plasmó sus ideas en el libro Le Corbusier en La Plata: entrevista al Dr. Curutchet (Photon Press). Histórica, la entrevista reveló las obsesiones y confesiones del doctor Curutchet: “Lo mío, mis estudios, son de estructura y de forma, aplicados al diseño del instrumental quirúrgico. Mi vocación es ésa, fíjese que yo he hecho una cosa que es pariente de la arquitectura. Funcionalismo, forma, estructura, tienen elementos básicos de la arquitectura. Quizás en mí había un arquitecto frustrado, o había una segunda vocación”, transcribió Casoy. Parte del instrumental se vio en la mega exposición Del Cielo a Casa, Conexiones e intermitencias en la cultura material argentina, que el año pasado, en el Malba, reunió más de 600 piezas constitutivas de la vida cotidiana.
El apellido del médico y su casa proyectada por el maestro de la arquitectura moderna estuvieron conectados desde el primer ladrillo. La obra cobró protagonismo desde que se habilitó como set escenográfico. Allí se filmaron El hombre de al lado (2010) y La obra secreta (2018) de Mariano Cohn y Gastón Duprat. “Podemos decir sin temor a equivocarnos que tener una obra de Le Corbusier en la ciudad es comparable con tener un Picasso en uno de sus museos, ya que ambos personajes –además de contemporáneos– tienen una similar relevancia en la historia del arte y la cultura universal del siglo XX”, remata el arquitecto Julio Santana, coordinador del Equipo Casa Curutchet.