“Mi papá tuvo un gran don de gentes, gran intelectual, soñador, místico, creativo, con los pies en la tierra para llevar a cabo proyectos”, así describe Melba Escobar a su padre, el abogado y economista Rodrigo Escobar Navia, que fue alcalde de Cali, la tercera ciudad de Colombia, y ministro de Educación y de Gobierno cuando Belisario Betancur fue presidente de Colombia.
La muerte de su padre la llevó a escribir su primera novela, Duermevela, la historia de Irene, una adolescente, la menor de cuatro hermanas, que debe atravesar el proceso de duelo por la pérdida de quien fuera una figura fundamental en su vida.
Viviendo en París, Rodrigo Escobar Navia conoció a la española Myriam de Nogales, la madre de Melba; una mujer fría, estricta, difícil, egoísta, vanidosa, elegante, bella, fuerte, poco amorosa que enfrentó problemas mentales, con la cual la escritora tuvo una relación complicada, que pasó del dolor y la rabia a la admiración.
Catorce años después de haber escrito sobre la muerte de su padre, Escobar retoma su historia familiar para hablar de su madre, de las oscuridades de esa mujer, (“una especie de diva de Almodóvar”, según una de sus hermanas) que en su lecho de muerte, víctima de un cáncer terminal, le dijo que esperaba que todo el drama que habían vivido las dos sirviera por lo menos para escribir una novela.
Sobre esa novela, Las huérfanas, y sobre la relación con su madre, Melba Escobar de Nogales habló con Infobae desde su casa en Madrid.
-Este texto es casi una confesión, una catarsis sobre tu relación con su madre. Varias semanas después de haberse expuesto ante el público, ¿qué sensación tiene de lo que ha pasado con su libro, de las reacciones, de lo que le ha dicho la gente?
-Ha sido una experiencia muy positiva en general, y digamos que una de las cosas que uno siente cuando escribe es que nunca tiene muy claro cómo se va a recibir lo que uno está haciendo. En mi experiencia, me ha pasado que, a veces, uno tiene como unos supuestos, o unos deseos más bien, de la manera como uno espera que se lea y no siempre se cumplen.
A veces no sale bien, digamos, o a veces la gente lee desde un lugar que uno no se esperaba. Sin embargo, no ha sido el caso; al contrario, he encontrado una inmensa generosidad, mucha empatía, mucha gente que quiere venir a hablar de sus historias.
Yo creo que si uno al final saca todo y lo pone sobre la mesa con muchísima honestidad, tú pones ahí las tripas, la gente siente que es como un espacio de confianza; entonces, eso ha permitido conversaciones muy honestas e íntimas, lo cual me hace sentir muy agradecida.
La gente se conmueve, a veces se identifica y a veces también se confronta de nuevo con el pasado, porque yo creo que la intención era sobre todo eso, cómo uno al visitar el pasado y la memoria pues acaba reescribiéndolo.
-¿Por qué ese interés suyo precisamente en visitar el pasado? Desde Duermevela hasta ahora es como un recorrido por su historia, ¿por qué?
Creo que en ambos casos, tanto en Duermevela como en Las Huérfanas, es la elaboración de un duelo de alguna manera. Duermevela lo escribí después de la muerte de mi papá y en Las Huérfanas finalmente la protagonista es mi mamá, que fue un gran personaje, en todo lo bueno y en todo lo malo que eso pueda traer.
Siempre me ha parecido interesante revisitar la memoria narrativa, porque creo que todos tenemos una memoria narrativa; finalmente somos el resultado de las historias que nos vamos contando sobre nosotros mismos, ¿Por qué me gusta hacer esto? ¿Por qué me siento mejor con tal persona?
Tenemos siempre como una supuesta racionalidad, una experiencia que nos forja, la cual, a veces creo que puede estar errada. Muchas veces es posible que las tesis en las que nos basamos para construir nuestra identidad tengan agujeros, y eso me ha interesado mucho trabajarlo, porque creo que la ficción, la literatura, se presta mucho para justamente repasar esos agujeros.
En este caso, por ejemplo, se trata de las experiencias dolorosas que uno puede tener de infancia con una mamá impulsiva, a veces agresiva. ¿Cómo se pueden revivir cuando uno entiende mejor qué le pasaba a esa mujer en ese momento? ¿Quién era esa mamá? ¿Qué dolores cargaba encima? ¿Qué ausencias? ¿Qué necesidades no satisfechas?
Creo que eso me ha permitido, de cierta manera, firmar la paz con ella; entenderla mucho más, como mujer también, porque creo que a veces uno cuando es mamá, y lo digo porque soy mamá también, como que deja de ser mujer. Las mamás entramos como en una categoría donde al parecer no cabe tanto el libre albedrío, ni la libre personalidad, ni la autonomía, sino que nos corresponde un formato muy rígido en el cual tenemos que ser comprensivas, sumisas, entregadas y mil cosas más.
Mi mamá no cumplía con ninguno de esos requisitos, mi mamá fue una mamá muy “antimamá”, eso fue muy duro y era muy confuso, porque no respondía para nada a la supuesta mamá ideal de nuestra sociedad. Pero, curiosamente, con los años también entendí el valor que había ahí, todo lo que ella me estaba enseñando del poder de la identidad, de la fuerza de voluntad y de ser uno mismo y hacerme cuestionar incluso hasta dónde también es válido romper ese molde y ejercer la maternidad desde lugares muy distintos.
En mi caso personal creo que eso contribuyó incluso a que yo me dedicara a escribir, como también cuento en la novela, pues ella fue siempre mi mayor crítica, pero también una lectora muy rigurosa, muy dedicada. Ella tenía un amor muy exigente, pero, a la vez, un amor muy riguroso, concentrado y dedicado y todo eso está ahí.
-¿Usted como mamá tiene algo de su mamá? ¿Usted se reconoce alguna vez diciendo ‘así era mi mamá’?
-Sí, muchas cosas, muchísimas. Seguramente también puedo ser rígida, puedo ser exigente, puedo ser impulsiva; en fin, mil cosas. Además, creo que la relación madre-hija es especialmente densa y compleja, y lo digo con conocimiento de causa porque tengo una hija y un hijo.
Creo que hay como una forma de reconocerse una misma como mujer en la mamá, a veces de querer negarse, decir ‘yo no soy tú’, pero al mismo tiempo hay un reflejo que siempre le está repitiendo a uno ‘yo sí soy tú’, es la lucha por una identidad y una individualidad frente a una mujer de la que uno salió, que se vuelve a veces como una sombra. Ese es un tema bastante profundo que busco explorar aquí.
-¿En qué momento se reconcilió usted con su mamá, con el libro, o antes? ¿O realmente para eso le sirvió escribir este texto?
-Es una pregunta difícil. Creo que ella, como cuento en el libro, cambió muchísimo, y a mí también me interesa justamente eso. Yo la veo a ella como un personaje, creo que sin duda es un gran personaje en la novela, y lo que uno valora en un personaje es lo que llamamos los narradores, el arco del personaje o el camino de la heroína, en mi caso, cómo una persona es capaz de transformarse y superar una cantidad de obstáculos y llegar a un mundo bastante superior. Creo que mi mamá cumplió con todos los requisitos de un personaje de Hollywood en ese sentido, atravesar todas las oscuridades y las sombras, incluso de su enfermedad mental y de su enfermedad física, y salir al otro lado y encontrar la luz.
Eso lo vi sobre todo cuando ella ya tenía un cáncer muy agresivo y estaba postrada, muy enferma y a la vez muy plácida, muy en paz consigo misma, curiosamente, porque estando con tanto dolor, era una persona que estaba muy bien a la vez; yo también me pregunto a veces si el dolor puede ser también una especie de potenciador que le facilite a uno llegar a otros niveles de conciencia. El caso es que al final de su vida yo la admiraba profundamente y era duro la sensación de que ella había logrado muchas conquistas personales, pero tal vez ya era tarde.
-Uno lee el libro y realmente su mamá es un gran personaje, siendo usted escritora, ¿por qué no había escrito de ella antes?, ¿por qué se tardó tanto para atreverse a escribir sobre un personaje tan atractivo desde el punto de vista literario?
-Por un lado, porque ella era mi mayor lectora y creo que yo no podría haber escrito el libro con ella presente, también porque necesitaba esa sensación de cierre, que al final eso es la muerte; es decir, la historia, la película se acabó, ya no estamos rodando, y yo creo que mientras uno sigue rodando en las relaciones humanas que uno tiene cerca, cuando uno todavía se ve con los papás o habla con ellos, como que no es oportuno construir una historia porque, justamente, no hay todavía un final.
Para mí el final es muy importante, en sentido literal y figurado. Para mí el final de mi madre es muy bello, es una mujer que muere a los 83 años rodeada de sus hijas, de sus sobrinos y nietos, mucha gente atravesó el mundo para acompañarla en sus últimos días, hubo mucho amor alrededor y estaba muy consciente y se supo despedir de todos.
Así como se hizo cargo de su vida, se hizo cargo de su muerte, y para mí eso también era ejemplar; esta señora al final hasta había comprado las flores y los arreglos de su entierro. Siento que esta historia se vuelve redonda y adquiere todo su sentido justamente con ese final que es tan bello, tan ella, no quería que nadie se encargara de nada y eso era algo muy conmovedor, ella siempre estaba un paso adelante de lo que venía y muy pendiente de nunca generar una carga ni una molestia.
-Usted ha dicho que este es quizás el trabajo que más le ha costado, que armó y desarmó la historia muchas veces. ¿Qué estaba buscando?, ¿qué era lo que no le cuadraba?
En un principio yo quería hablar de la historia de amor de mis papás, principalmente, que igual es algo que está muy presente en el libro, pero en un principio me interesaba más eso que hablar de mi mamá como personaje y lo que acabó pasando es que se me volvió una novela enorme, acabé sacando casi 200 páginas que se fueron a la caneca.
Hablaba mucho de la familia Escobar Navia, que mi editora los llama ‘los Buendía’; algo se menciona de ellos en la versión final que publiqué de esta novela, pero no tienen el protagonismo que tenían inicialmente. Hay muchos nombres, fechas, coincidencias y uno al final es el resultado de esa mezcla, de todo ese legado y ese linaje familiar en que se entrelaza destino con azar. Para mí eso se volvió el centro, la columna vertebral de la novela, pero fue muy importante ir entendiendo que la protagonista era mi mamá y que el centro de toda la historia era ella y ningún otro.
-¿No quedó con la sensación de que le falta contar esa otra historia, la saga familiar?
-Completamente sí. De hecho, creo que ese va a ser un próximo proyecto, que espero que pueda salir en un par de años.
-Además de toda esta catarsis, de la historia de su relación con su mamá, ¿era su intención, hablar de la salud mental? Pporque, a diferencia de la época de su mamá, ahora somos conscientes de que no solamente se puede, sino que es importante hablarlo.
-Claro, también, porque sí creo que probablemente mi historia no es única, creo que muchas familias cargan con esos estigmas de historias, situaciones que se volvieron secretos, inconfesables, que se transmiten de generación en generación y que, de alguna manera, tampoco se procesan o encuentran por dónde respirar, ventilarse y sanar.
Sí sentí que, de alguna manera, el testimonio abierto y honesto de mi historia familiar es una manera de permitirle a otros abrirse a sus propias historias.