En el barrio de Villa Crespo, hay un departamento luminoso con un patio de paredes anaranjadas, el color que identifica a su dueño. El clima es primaveral y Gabriel Mariano Rugiero nos recibe y cuenta que está en plena recuperación después de una cirugía de cadera que tomó más tiempo de lo esperado. “Cuéntale tus planes a Dios…” (y él te dará una sonora carcajada), dice sonriendo, con el optimismo que adopta para encarar cualquier dificultad.
Mientras espera volver a desplazarse con soltura, este hombre conocido como el Brujito Maya se entrena, escribe en sus redes sociales y da clases de fotografía por zoom. Dispuesto a hacer un repaso por su vida, pone a calentar agua para un té. En su habitación, una gata tricolor mira a la visita con cierta indiferencia.
Nació en una Buenos Aires blanco y negro, a fines de los 60. Su infancia transcurrió entre la escuela y la tele, aparato que ocupaba un lugar importante en la mayoría de los hogares. Viendo las imágenes proyectadas, desde muy chico se descubrió artista, aún sin saber con exactitud todo lo que abarcaba esa palabra. “Yo siempre supe que quería ser actor, a los 10 años llamo a Canal 13 y digo literalmente eso: que quería ser actor. Le causó tanta gracia a la persona que me atendió el teléfono, que me cita en el canal con una persona mayor y tres fotos. Una de perfil, medio cuerpo y cuerpo entero”.
Era un niño rubio, simpático, más extrovertido que tímido. Desde los 10 años hasta los 13 años trabajó en miniseries y novelas. Nombra Mañana puedo morir con Narciso Ibañez Menta, la telenovela Mi hermano Javier, que hacían Gigí Rúa y Juan José Camero. Actuaba de hijo, en pequeños bolos. Conoció a los uruguayos de Telecataplum, y con esas experiencias comenzó a entender la lógica de los medios. Supo cómo funcionaban esas cosas.
A lo largo de su carrera fue un artista autogestivo difícil de encasillar. “Desde chico tenía claro cuál era ese guión que creo que traemos escrito, tenía muy claro lo que venía a ser acá a la tierra”. En su libro Aprendiz de Brujo dice: “Cada uno de los momentos más importantes de mi vida fueron significativos, y de alguna manera determinaron mi presente”. Sin ninguna duda, todas esas etapas estuvieron atravesadas por el arte. Porque el tiempo es arte, y el arte es una forma de encarar la vida.
El paso de afirmar su identidad sexual
Desde muy chico, Gabriel se reconoció como homosexual. “Mi papá no tenía ningún problema, mi mamá tal vez venía de una familia más conservadora, con estructuras, y con cierto acervo cultural. No sé si le molestaba más que yo fuera gay o que se notara”.
El estigma social, el “qué dirán”, la mirada del otro. La escuela fue un punto de inflexión, en un contexto educativo cerrado, en donde no se hablaba de sexualidad, ser diferente era un problema. “Veníamos de la época de la dictadura militar, que era no solamente de genocidio, además de represión del pensamiento. Y las libertades totalmente restringidas”.
Entre la primaria en 1970 y la secundaria en 1980, el bullying lo puso a la defensiva, los demás le marcaban la grieta. Algunos compañeros y profesores lo tomaban de punto; sufrió violencia física, verbal y psicológica muchas veces avalada por las mismas instituciones y docentes. “A veces iba llorando al colegio porque no quería ir”. Del sufrimiento, la fortaleza. Así se empezó a gestar en él un propósito de ayudar a otras personas para que no pasaran por lo mismo. Eso lo cumpliría unos años después.
A los 18 años empezó a liberarse de las opresiones y llegó la etapa del activismo. Mudarse con una amiga le abrió un mundo que apenas intuía, el camino de la liberación. “Eso marcó mi vida, el tema de tener clara mi identidad. Y luchar por ella”. Hay alguna foto de Gabriel como entrevistado en la primera marcha del Orgullo Gay. A diferencia de las fiestas multitudinarias que hoy se realizan cerca del verano, era invierno y solo había 250 personas, varias con antifaces porque en el 92 pocos se animaban hacer pública su elección en los trabajos. O lo hacían, pero con consecuencias inmediatas.
En el amor no se privó de hacer lo que sentía. Tuvo parejas de varios años, que después se convirtieron en amigos cuando la relación se desgastó. “Siempre digo, yo soy un enamorado de la vida, vivo enamorado. Ahora, la construcción de pareja es otro tema”. Hoy comparte la casa con quien fuera su pareja durante tres años, las cosas entre ellos están claras y la amistad terminó siendo una conexión más fuerte. También la madurez le hizo replantearse la exigencia de monogamia que antes —considera—, era un signo de inseguridad. El amor, desde una visión más amplia, es conectarse con la vida, los animales, las plantas, el sol. Y la vocación.
El Yoga y los viajes espirituales
Mientras toma un té de hierbas, Gabriel agradece su espíritu curioso y aventurero. También en la etapa de la adolescencia escribió su primer libro, La Constitución del Amor, que fue una forma de sentar las bases de lo que para él representa el amor y los valores humanos. Con prólogo de su amiga y alumna, Marilina Ross, sería publicado por editorial Planeta. La autogestión, de la que se enorgullece, le permitió generar sus propios proyectos para después compartirlos con el mundo. “No conocí nunca un representante, un productor que me haya tocado con la varita mágica y me haya convertido en una estrella”. En ese camino de causalidades, mientras firmaba ejemplares en la Feria del Libro, conoció a la persona que lo iba a guiar en los siguientes años como maestra: Indra Devi, la primera dama del yoga.
La práctica lo absorbió por completo. En la India se quedó durante tres meses. Su hambre de conocimiento se refleja en las lecturas de aquella época, leía a los grandes maestros y pensadores de la espiritualidad y la filosofía. Aprendía de Krishnamurti, Indra Devi, Sai Baba, Vivekananda, Sivananda. También de las palabras de Jesús y del pensamiento hinduísta de los Hare Krishnas. Sin dogmas ni religión, abrazó las enseñanzas para compartirlas.
Su parte actoral quedó medio dormida. Como profesor le iba bien, “creía que tenía ya mi camino hecho”. En uno de sus viajes al sur, sintió el llamado de la Pachamama, y entre las araucarias de El Bolsón se acercó a los saberes de las comunidades mapuches y a la necesidad de conectarse con la tierra.
Recién arrancaba la década del 90, y Gabriel ya había hecho viajes de mochila por Latinoamérica. Se acercó al chamanismo a través de un libro iniciático: Las enseñanzas de Don Juan, de Carlos Castaneda. Y quedó impactado por la cultura maya. “Estaba estudiando pintura y arte precolombino, toda la cultura y tradiciones de los pueblos originarios, cuando descubrí la brújula del Sincronario Maya del Dr. Argüelles, un antropólogo e investigador de la civilización Maya que había hecho una interpretación del Antiguo Calendario Sagrado de las Trece Lunas”.
Para ese momento le encanta usar la palabra serendipia. “Un hecho fortuito, que no esperamos, que nos lleva a un nuevo lugar mágico en la vida”.
El nacimiento del Brujito Maya
¿En qué consiste el sincronario? Es una interpretación diferente del tiempo, con 13 lunas, cuatro razas galácticas y sus respectivas personalidades y misiones. El nombre de Gabriel Ruggiero en maya es Imix, Dragón Lunar Rojo, que pertenece a la Onda Encantada del Sol. Y su misión es “iniciar rumbos, abrir caminos, golpear puertas”.
Casi sin darse cuenta, con los libros de historia y antropología, se convirtió en un experto del tema, tanto que se formaron grupos de estudio y empezó a viajar para dar talleres por el país. En el 95, una época de oro para el cable, los canales de música buscaban formas de captar audiencia joven y una amiga, productora del canal, lo invitó a hacer una columna de horóscopo maya. Hasta León Gieco supo cuál era su kin maya.
Entonces en la editorial le preguntaron qué le parecía si sacaban un libro sobre el tema. Ludovica Squirru se dedicaba al horóscopo chino, Horangel y Ashira, al tradicional. El libro fue una novedad y un éxito en épocas de gloria para las editoriales: se agotó al poco tiempo.
Pasaron casi 30 años desde que presentó su libro en el programa Movete con Georgina, con Georgina Barbarossa y se quedó como columnista semanal.”Ahí fue donde me bautizaron Brujito Maya, que se dio casualmente porque me decían el mayita”. Lejos de parecerse a un maya, con sus ojos celestes, el contraste resultaba gracioso.
Cuando Georgina se fue del canal, tomó la posta Carmen Barbieri y, por tres temporadas más, Gabriel Rugiero continuó con las predicciones mayas y sus veranos en Mar del Plata, acompañando a “personas angeladas”, como define a sus compañeras. También participó en revistas masivas y programas de radio, con Jorge Rial y Luis Ventura.
Se vestía con una túnica naranja y mucha gente no terminaba de entender si lo hacía en serio o era un personaje. “Lo que decía sobre astrología era verdad, pero yo no quería estar atrapado, encorsetado” Ahí es donde apareció de vuelta el actor, con toques de comedia. El Brujito era una interpretación que logró instalar en programas populares referencias al legado maya y el conocimiento de los pueblos originarios.
El año 98 cumplió su sueño de llegar hasta México, en un viaje que quiso regalarle a su mamá. Recorrió la península de Yucatán, sintió la energía vibrante de Chichen Itzá y entendió que, de alguna manera, todos esos lugares tenían una conexión asombrosa con quienes habían construido y habitado las ciudades sagradas. Mayas, Aztecas, Incas, Mapuches, convivieron con la naturaleza y la espiritualidad sin ninguna separación.
Cuenta que en esos viajes recibió grandes revelaciones y profundizó en el conocimiento de las culturas sagradas. “Cuando subí a la pirámide de Chichén Itzá, quise bajar y miré hacia abajo, la escalera era empinadísima, me paralicé, tuve vértigo. Entonces sentí una voz dentro mío que me dijo que el miedo era un espíritu”. La reconoció como propia y entendió que a partir de ese momento podría dejar que ingresara o rechazarlo. Así perdió el miedo y empezó a invocar el espíritu de la alegría.
Durante casi diez años había dado clases de yoga, luego el Brujito Maya había ganado protagonismo, pero con el cambio de milenio también sintió que una etapa se cumplía. Y si quería seguir con el arte, era el momento de volver a tirar las fichas.
Arte y activismo
Con la crisis de 2001 también atravesó su crisis personal; siempre había buscado la autenticidad, por eso al bucear en su interior decidió retomar los estudios. Primero aprendió herramientas de cine y fotografía, después decidió comenzar la universidad. Ya no le tenía fobia a las aulas, los tiempos habían cambiado y la terapia lo ayudó a enfrentar el pasado para evolucionar. Nunca más sería víctima: Gabriel brillaba con luz propia.
Cursó una licenciatura en la Universidad de las Artes y el pensamiento se volvió más complejo con el aporte de la academia. Se graduó con un trabajo documental sobre la transexualidad masculina. Eligió tres personas que habían transitado diferentes períodos en Argentina y que habían nacido biológicamente como mujeres pero en determinado momento se autopercibieron como hombres. “Nosotros fuimos el décimo país en el mundo que tuvo ley de matrimonio igualitario que se promulgó en el 2010, y dos años después la ley de identidad de género que es una ley modelo y que otras tomaron, replicaron nuestra ley por la excelencia en la legislación”.
El documental, con partes filmadas en el Congreso, fue una reivindicación de sus identidades y de la dignidad de quienes se animaron a dar el paso hacia lo que sentían. La película se proyectó en la apertura en el Festival de San Martín de los Andes y recorrió el país. La presentaron en las universidades, de la UBA, en la cátedra de Medicina y de Psicología donde problematizaron el tratamiento que se les daba a las personas trans en espacios públicos, como un hospital.
“Gracias a Dios, con información, trabajo y activismo, fuimos educando. En general todo lo que hice de arte tuvo que ver con la temática de diversidad sexual”. Con más documentales y trabajo en medios gráficos, radiales y televisivos, su vocación abarca muchos frentes. Nunca dejó de trabajar, además publicó 16 libros, la escritura es un espacio de reflexión al que siempre vuelve. Su vocación de docente le permitió llegar a los jóvenes, con la materia de Producción y a los adultos mayores, con la fotografía.
Hoy se identifica como clown, y resignifica eso de ser un payaso, extraña a su grupo que suele visitar el Hospital Durán para regalarle sonrisas no solo a los pacientes internados sino a los acompañantes y los trabajadores de la salud. Del lado del teatro y la improvisación, tal vez lo más difícil sea describirlo: se escapa de cualquier rótulo, impulsado por el arte. En Gabriel Rugiero conviven las facetas de lo que construyó hasta hoy, y que recuerda agradecer todos los días de su vida