Microsoft diversifica sus apuestas más allá de OpenAI, luego de la crisis de liderazgo

A fines de noviembre del año pasado, mientras la India se enfrentaba a Australia en la final del Mundial de Cricket, el mega fan Satya Nadella estaba distraído porque debía afrontar una crisis laboral.

Nadella, quien dirige al gigante de US$ 3 billones que es Microsoft, se había enterado unos días antes de que Sam Altman, director ejecutivo de OpenAI, la start-up en la que Microsoft invirtió US$ 13.000 millones, había sido despedido por el directorio en un golpe sorpresivo por no haber sido “coherente y franco”.

Tomado desprevenido pese a ser el principal sostén financiero de OpenAI, Nadella se apresuró a solucionar el problema. Una vez que Altman le aseguró que no había hecho nada escandaloso, primero trató de recontratar y luego de volver a entronizar al emprendedor en un intento por restaurar la estabilidad en una firma tan vinculada al futuro inmediato de Microsoft.

En total la conducción de Microsoft dedicó diez días de trabajo intenso a reparar los daños del golpe abortado.

Para Microsoft y sus inversores, el incidente les recordó la centralidad que había adquirido OpenAI en su estrategia: el crecimiento de la inteligencia artificial. La decisión de Nadella de apostar a la start-up en julio de 2019, mucho antes de que su producto insignia, ChatGPT se hiciera conocido, creó una de las asociaciones más exitosas del sector.

No sólo le confirió a la empresa de software la ventaja en el mercado ascendiente de la IA generativa, sino que desde la inversión inicial hace cinco años de US$ 1.000 millones, el precio de las acciones de Microsoft más que se triplicó, y le permitió competir con Apple por el título de la empresa mejor valuada del mundo, además de sacar distancia de su archirrival, Google. Hablando a comienzos del año pasado en entrevista con el FT, Nadella declaró que Microsoft y OpenAI habían desarrollado una “dependencia mutua”.

Pero en los ocho meses que pasaron desde aquella disputa en el directorio, el gigante tecnológico trabajó para ejecutar una estrategia en IA independiente de la firma de Altman. Diversificó sus inversiones y asociaciones en la IA generativa, creó sus propios modelos más pequeños y económicos, y contrató de manera intensa para desarrollar sus iniciativas de IA orientadas al consumo.

En febrero Microsoft anunció inversiones y la asociación con la start-up francesa de IA Mistral: el mes siguiente pagó US$ 650 millones a la firma Inflection del cofundador de DeepMind de Google, Mustafa Suleyman, por la licencia de su tecnología y para contratar buena parte de su talento, y en abril invirtió otros US$ 1.500 millones en el grupo de IA G42, de Abu Dhabi.

Ese mismo mes anunció que había creado su propia familia de modelos de IA generativa denominada Phi-3, un software de menor tamaño y complejidad, y más barato de correr que los modelos de lenguaje más extensos como el GPT-4 de OpenAI. Microsoft comunicó que sus modelos Phi-3 se están usando en compañías como BlackRock y Epic, y que logran mejor rendimiento que el GPT-3,5, una versión inicial del modelo de OpenAI, que corre el chatbot ChatGPT.

En tanto, la compañía continúa con el enorme gasto en IA, que representa buena parte de los US$ 56.000 millones de gastos de capital anuales, inversores y reguladores estudian de cerca la alianza con OpenAI, y la estrategia de Microsoft para enfrentar a Google en su propio terreno: las búsquedas.

“Antes de noviembre no pensaba que tuvieran una estrategia de diversificación. Satya es uno de los directivos y líderes más inteligentes que hay en el ecosistema. Me preocuparía que después de la experiencia de noviembre no pensara en la diversificación”, opinó Navrina Singh, director ejecutivo de CredoAI, que trabajó en comercializar los sistemas de IA en Microsoft hasta 2019. “Siendo una de las compañías con mayor valor del mundo, no puede poner todos los huevos en una canasta. No pueden cegarse por la innovación”, agregó.

Los intentos de Microsoft por expandir su ecosistema en IA cambiaron los términos de su relación con OpenAI, y también expusieron defectos internos. “Creo que pudimos ver ciertos quiebres en la confianza y una vez que aparecen esos quiebres es muy difícil superarlos”, advirtió Singh.

Un directivo de ventas de Microsoft observó que sólo se trata de hacer negocios con inteligencia. “Las otras asociaciones son una salvaguarda, no sólo por si OpenAI se desmorona, sino en caso de que surja otra start-up con algo mejor”, indicó esta persona. “¿Qué pasará si Mistral, Cohere o Microsoft producen un modelo mejor? ¿Con qué contará Sam? Buen acceso a los consumidores, buenos investigadores, pero si el mejor modelo no es el GPT4, ¿a quién le importará?”

Desde la crisis de liderazgo, OpenAI reemplazó casi por completo su directorio, aunque las estructuras de conducción siguen siendo casi las mismas.

En marzo Altman fue reinstalado como director, luego de una revisión independiente efectuada por un estudio legal que llegó a la conclusión de que su comportamiento “no exigía su desplazamiento”. Como consecuencia, a Microsoft le fue concedido, y luego retirado, un lugar como observador en el directorio, en medio del escrutinio incrementado de reguladores antimonopólicos.

Pero en meses recientes OpenAI fue sacudida por disputas internas y renuncias de relevancia. A comienzos de agosto el presidente, ex miembro del directorio y destacado cofundador, Greg Brockman, anunció que se tomará licencia hasta fin de año con la intención, dijo más tarde, de pasar tiempo con su familia. Brockman fue uno de los defensores más tenaces de Altman durante el golpe de noviembre, cuando renunció a su cargo en señal de protesta, si bien más tarde reasumió el puesto. En aquel entonces Nadella le ofreció un lugar en Microsoft junto con Altman.

Sam Altman, director ejecutivo de OpenIA.

En mayo, el ex jefe de ciencia y también fundador, Ilya Sutskever, dimitió para fundar su propia empresa de IA luego de desempeñar un papel destacado en el intento fallido por desplazar a Altman, sin que nunca detallara sus motivos. Esta lista de salidas implica que nueve de los 11 fundadores de la start-up ya no trabajan en ella.

Otro emigrado reciente, Jan Leike, quien dirigía los esfuerzos de OpenAI por orientar y controlar las herramientas más potentes de IA en contacto estrecho con Sutskever, declaró que sus diferencias con la dirección de la compañía habían “llegado a un punto de quiebre” ya que “la cultura y los procesos seguros habían quedado relegados frente al brillo de los productos”.

Leike partió junto con otros a trabajar en la firma rival Anthropic, que a su vez había sido fundada por ex empleados de OpenAI que en 2021 rompieron con Altman y el resto de la conducción.

Según ex empleados de Microsoft, esta no fue la primera vez que OpenAI actuó de manera disfuncional. Sophia Velastegui, ex jefa de tecnología IA en Microsoft para aplicaciones empresarias, cuenta que antes incluso del ChatGPT algunos lanzamientos de productos no habían sido comunicados a Microsoft como estaba previsto. “En muchos sentidos OpenAI continúa operando como una start up, así que su tolerancia al riesgo es más alta que en Microsoft”.

Altman sigue contando con apoyos poderosos en Silicon Valley. El cofundador de LinkedIn y miembro del directorio de Microsoft, Reid Hoffman, considera que Altman es un “emprendedor digno del salón de la fama” que no sufre del mismo “complejo mesiánico” de algunos otros fundadores prominentes.

Aun así, las renuncias y los cambios recientes en OpenAI volverán más nerviosos a los directores del gigante tecnológico respecto de la madurez de la start-up, y les recuerdan de manera oportuna que Microsoft no puede depender en exceso de la tecnología de terceros en la cúspide de la IA.

“Alinear la expectativas en cuanto a cómo y cuándo comunicar es un proceso cuando un perturbador como OpenAI une fuerzas con un jugador establecido como Microsoft”, advierte Velastegui. “A fin de cuentas, las dos compañías están aprendiendo la mejor manera de trabajar juntas”.

Aunque las inversiones en G42 y Mistral no necesariamente fueron un acto reflejo ante la salida de Altman, esas transacciones cobraron mayor relevancia como medios para tranquilizar a inversores nerviosos acerca de que el gigante tecnológico diversifica sus apuestas.

Más controvertido resultó que la “compra-contratación” en marzo de Suleyman, el fundador de Inflection, y de buena parte del personal de esa start-up, colocó a Microsoft camino a un enfrentamiento con su principal socio en IA. El combativo ex directivo de DeepMind de Google, quien se fue de esa compañía con la reputación de prepotente, fue designado a cargo de la nueva unidad interna de IA en Microsoft y le asignaron la creación de productos de consumo que pudieran competir con los de OpenAI de Altman.

Según distintas personas en el sector tecnológico, ya surgieron tensiones entre esa dupla ambiciosa.

Y habrá más complicaciones por delante. La Comisión Federal de Comercio de Estados Unidos investiga si la operación de Inflection fue estructurada para eludir las leyes antimonopólicas, ya que en esencia destripó a la compañía más pequeña de talentos y software, al tiempo que esquivó la pesquisa formal que habría generado una adquisición plena. La CFC también abrió una investigación sobre la sociedad con OpenAI, que empujó a Microsoft a desprenderse de su lugar como observador en el directorio.

A pesar de esas revisiones, la transacción con Inflection se ha convertido en un modelo para otros gigantes de la tecnología en busca de talentos. En junio Amazon contrató a la mayor parte del personal de la start-up de IA Adept y pagó US$ 330 millones por la licencia de su propiedad intelectual. A comienzos de agosto Google recontrató al fundador del productor de chatbots Character.ai, y abonó unos US$ 2.000 millones por la licencia de su tecnología y pagos a inversores existentes.

Esta sucesión de compras subraya la tendencia según la cual el poder se retira de start-ups como OpenAI, que puso en marcha la revolución de la IA, y regresa a las grandes tecnológicas, lo que consolida el dominio que tuvieron por décadas en el sector.

“(OpenAI) sigue siendo un socio fuerte y confiamos en que solucionen sus problemas internos”, opinó Eric Boyd, vicepresidente corporativo de Azure, la plataforma de Microsoft de computación de IA en la nube, y el encargado de las relaciones con OpenAI. “Al menos para mí, no ha habido un cambio estratégico particular como consecuencia de lo que sucedió”.

Brad Lightcap, el director operativo de OpenAI, declaró: “Si bien hemos pasado de ser una pequeña start up a ser una compañía que atiende a las principales empresas del mundo, Microsoft continúa siendo un socio importante”. Sus fondos e infraestructura, agregó, hicieron “posible que OpenAi innovara y entregara productos e investigaciones innovadoras”.

Pero en tanto crecen las ambiciones de Altman -que van desde planes para construir fábricas de chips por billones de dólares con financiamiento del Medio Oriente, hasta smartphones centrados en la IA junto con el SoftBank de Japón- las dos compañías se ven cada vez más en competencia.

En junio Apple anunció que integraría el ChatGPT en sus sistemas operativos, lo que confirió a la firma el acceso a sus 2.200 millones de dispositivos activos en el mundo. Lo notable es que el ChatGPT no ha sido integrado de la misma manera al Windows.

OpenAI quiere contratar con rapidez un equipo de ventas para llevar sus productos directamente a los clientes, apelando a las compañías que Microsoft sondea para su plataforma Azure dotada de la misma tecnología que potencia al Copilot, su asistente laboral en IA.

Boyd insiste en que, si bien las dos empresas colaboraron en la creación de modelos, “vamos al mercado y contactamos clientes de forma totalmente independiente…si los consumidores nos preguntan cuál es la diferencia entre las ofertas, tendemos a explicarles que nosotros somos una compañía que existe hace décadas y OpenAI es una start-up”.

Agrega que, como start-up, OpenAI tiene menos controles y equilibrios que su socio establecido. “Tenemos una larga historia de trabajar con empresas, de manejar datos delicados…Sabemos qué hacer con la intimidad y la responsabilidad”.

En último caso, aunque Microsoft pierda una oferta contra OpenAI, de todos modos gana, aunque no sucede lo mismo al revés. Azure es el proveedor exclusivo en la nube de OpenAI y cobra por el uso de su capacidad informática, aclara Boyd. Microsoft tampoco se fija en cuáles modelos de IA se usen, en tanto se llegue a ellos a través de su nube.

“Contamos con unos 1.600 modelos disponibles a través de Azure AI…lo principal que queremos es que la gente los forme y use con Azure”, completó.

Microsoft se ha ocupado de realzar la incipiente rivalidad con su socio en vista del mayor escrutinio antimonopólico. En su informe anual de 2024 agregó a OpenAI en la lista de competidores directos en IA, búsquedas y publicidad. También destacó que cuenta con una “capacidad limitada de dominar o influir en terceros con los que tenemos acuerdos, lo que podría afectar nuestra habilidad de concretar ganancias previstas”.

La diferencia de estrategia entre Microsoft y Google es notable. El gigante de las búsquedas pretende crear una “pila completa” de IA propia, desde modelos de lenguaje y chatbots para consumidores hasta equipos como chips y servidores en su negocio en la nube.

El acuerdo con OpenAI implica que “Microsoft ha decidido tercerizar su R&D en IA”, comenta un directivo de Google que pidió conservar el anonimato. “Nosotros somos más cautelosos”.

Este directivo compara la situación actual de la IA con una escena en la obra Macbeth de Shakespeare en la que un personaje le pide a las brujas que “observen las semillas del tiempo” para determinar cuál va a crecer. “La IA es como consultar a esas brujas (para predecir el futuro). Hemos visto que se plantaron 100.000 semillas y todavía no sabemos cuáles crecerán”.

Los inversores están empezando a cuestionar la fuerte inversión en IA de las Big Tech, que en los primeros seis meses de 2024 llegó a un total de US$ 106.000 millones. Luego de una racha alcista histórica, el índice tecnológico Nasdaq cayó 13 por ciento desde su máximo de mediados de julio, y contribuyó a desatar un desplome generalizado.

Microsoft informó que sus gastos de capital subieron un 80 por ciento en el cuarto trimestre y que gastó US$ 56.000 millones en el año financiero 2024, aproximadamente la mitad en infraestructura como terrenos y centros de datos, y el resto en chips y capacidad de servidores. Ben Reitzes, analista de Melius Research, cree que las declaraciones de los directivos “insinúan una cifra total de al menos US$ 80.000 millones para 2025”.

Parte de ese gasto empuja las ambiciones de OpenAI: “También nosotros incrementamos las inversiones en desarrollo y despliegue de sistemas especializados de supercomputación para acelerar la investigación de OpenAI”, indicó Microsoft en su informe anual.

Aun así, los inversores quedaron impresionados ante la temprana evidencia de una traducción de las inversiones en ganancias. La directora de finanzas, Amy Hood, anticipó una fuerte suba en las ganancias vinculadas con la IA en la segunda mitad del año próximo, y Nadella dijo que hoy Azure AI cuenta con 60.000 consumidores, una suba de más del 60 por ciento frente al año pasado.

“Microsoft sigue siendo el beneficiario claro de las iniciativas de IA Generativa, y el 46 por ciento de los directores de inversiones señalan que Microsoft se quedará con la mayor porción del gasto en IT en los próximos uno a tres años”, apunta Keith Weiss, analista de Morgan Stanley, aludiendo a un sondeo efectuado por ese banco de inversiones. “El segundo vendedor, Amazon, sólo fue mencionado por el 6 por ciento”.

Incluso mientras se desarrollaba el drama en OpenAI, Nadella se presentaba como el socio dominante de la relación.

“Confiamos mucho en nuestra capacidad -dijo en la entrevista de noviembre-. Si mañana desapareciera OpenAI, no quiero que ninguno de nuestros consumidores se preocupe. Nosotros contamos con todos los derechos (de propiedad intelectual) para continuar con la innovación…contamos con la gente, con la informática, con los datos, contamos con todo”.