La sombra de la corrupción amargó los festejos del primer año de la Argentina libertaria. Una gestión errática del escándalo de Edgardo Kueider dejó a Javier Milei atrapado simbólicamente en el pantano de la casta. Como si esta vez al señalar a “los malos” tuviera enfrente un espejo.
La caracterización de Milei como el verdugo de un sistema político putrefacto explica el respaldo social que sostiene al nuevo poder tanto como el éxito de su plan antiinflacionario. Nada lo incomoda más que quedar vinculado a tramas opacas, difíciles de encajar en el relato oficial, como ya le había pasado ante el frustrado debate de “ficha limpia” y los rumores de un pacto secreto con Cristina Kirchner para reformular la Justicia. El caso Kueider sigue esa estela. Se posó como una nube radiactiva sobre el Gobierno, que fue incapaz de disiparla a tiempo.
El kirchnerismo juega de local en el barro y tuvo la habilidad de arrastrar al oficialismo a un debate descarnado, el jueves, en el Senado. Pidió la expulsión del peronista Kueider con el argumento de que los dólares que cargaba en una mochila al ser detenido en Paraguay eran fruto de una coima por haber votado la Ley Bases. Sin aportar más pruebas que la condición de tránsfuga de Kueider, los senadores de Cristina Kirchner dieron rienda suelta a la indignación que les produce la corrupción que cometen otros.
Pescaron más de lo que soñaban. Quedó al desnudo la precariedad de una red de aliados defraudados y que casi nadie cuida. Y, sobre todo, las consecuencias tóxicas de la pelea entre Milei y la vicepresidenta Victoria Villarruel. Los libertarios solo necesitaban blindar un tercio de los votos para impedir la expulsión de Kueider, que le permitiría recuperar una banca al kirchnerismo duro. Tenían que defender el argumento atendible de la suspensión temporal, a la espera de que la Justicia aporte claridad sobre el caso. Fracasaron, en un festival de contradicciones y tiros en los pies.
Milei tuvo mucho que ver en ese desenlace. No ayudó a sus negociadores cuando, ante un micrófono que le pusieron en la calle, dijo en la noche previa a la sesión que a Kueider había que “echarlo a patadas”. Sus aliados del radicalismo, del Pro y de los partidos provinciales lo tomaron como una provocación. “Él se queda con el discurso y a nosotros nos piden poner el cuerpo para que Kueider siga siendo senador”, se quejó una figura del bloque de la UCR.
La intervención posterior de la jueza Sandra Arroyo Salgado, que pidió el desafuero de Kueider, terminó de convencer a los senadores colaborativos con el Gobierno de que plegarse a la estrategia que le pedían los libertarios los dejaría ante la opinión pública como cómplices de la corrupción. Nadie en los alrededores del recinto tenía las habilidades necesarias para atar la minoría que necesitaba el Gobierno en su pulseada con el kirchnerismo. Villarruel, que en otras ocasiones la tuvo, fue incapaz de torcer el resultado. El constante desgaste al que la somete Milei vació su poder como negociadora. ¿Alguien podría confiar en que lo que acuerde con ella tiene el sello de aprobación de la Casa Rosada?
La expulsión de Kueider fue el mayor triunfo parlamentario del kirchnerismo desde su derrota electoral. En lugar de pasar página y volar por encima del escándalo, Milei decidió embarcarse en una jugada sorprendente y acusó a Villarruel de haber cometido una irregularidad al presidir la sesión mientras tenía que estar ejerciendo el Poder Ejecutivo, dado que él estaba volando hacia Roma.
“La sesión es inválida”, sentenció, antes de que al propio Kueider se le ocurriera plantear algo semejante. La declaración causó desconcierto. El presidente que desprecia a los “pelotudos cultores de las formas” alegaba un preciosismo institucional para invalidar una sanción ejemplificadora contra un hombre a quien él mismo pedía “echar a patadas” y que tuvo el voto de 60 senadores, incluidos los seis libertarios. ¿Cómo se explica?
Si solo fue una forma de castigar a Villarruel, a quien la Casa Rosada la acusa de no haber hecho lo suficiente para impedir la sesión, se arriesgó a pagar un costo colateral alto. Desde la autoridad de su investidura, se posiciona –seguramente ajeno a su voluntad– como un defensor del senador pescado con plata negra en la noche de Ciudad del Este.
Les dejó servido el discurso a sus rivales: ¿por qué se preocupa tanto por Kueider?, ¿tiene miedo de que hable? El formoseño José Mayans no podía ocultar una risa irónica cuando los oficialistas respondían a las acusaciones sobre Kueider con el recuerdo de los bolsos de López. La lógica de Cambalache es todo ganancia para el kirchnerismo.
Al revelar el fallo en el traspaso de mando expuso una desprolijidad institucional difícil de atribuir a otro que no sea quien está en la cima. Se supone que la Argentina estuvo en virtual acefalía durante tres o cuatro horas porque nadie fue capaz de comunicarle fehacientemente a la vicepresidenta que le tocaba estar a cargo.
La reacción de Milei dejó colgados de un pincel a los propios. ¿Ninguno de sus senadores se dio cuenta de la supuesta falla? Nadie quedó peor que el presidente provisional del Senado, el puntano Bartolomé Abdala, célebre desde el día en que confesó que tenía contratados a 15 empleados para trabajar en su campaña a la gobernación de San Luis. “Nosotros nos hemos ajustado 100% al reglamento y a la Constitución. Según lo dice el artículo 88, asume a cargo de la presidencia una vez que es notificada por el escribano, y eso ocurrió después”, declaró en la mañana del viernes. Milei lo contradijo línea por línea.
Abdala ya había pronunciado un discurso titubeante en la sesión, en la que leyó un mensaje enigmático que alguien le escribió; una frase de John Steinbeck de esas que circulan como meme en las redes: “El poder no corrompe; el miedo corrompe, tal vez el miedo a perder el poder”. Lo dijo mientras rogaba a sus colegas que reflexionaran. “Pensemos con sensatez y no expulsemos a una persona sin el debido proceso”. Después, al constatar que iban a perder, votó por la expulsión. Lo que se dice convicción.
Contra Villarruel
El nuevo ataque de Milei no tuvo respuesta directa de Villarruel. En su entorno no descartan que en los próximos días alguien afín al Gobierno presente alguna denuncia contra ella por el episodio equívoco del traspaso de mando.
El Gobierno priorizó el objetivo de dejarles muy en claro a sus simpatizantes que Villarruel es un ente ajeno. Milei alude a ella, entre otros, cuando dice “Roma no paga traidores” y deja correr sospechas de un supuesto intento de complotar para reemplazarlo. Ha logrado que muchas de las encuestas que circulan registren una baja sensible en la imagen de la vicepresidenta.
En Italia, Milei siguió este sábado alimentando la interna, con Giorgia Meloni de testigo. “El que no acata la línea del partido es expulsado”, subrayó en medio de un discurso pensado como un alegato liberal contra el comunismo, aunque sonara a homenaje.
A futuro Villarruel medita qué perfil asumir en los tres años que le quedan en el cargo. La historia de la democracia argentina ofrece varios ejemplos de vices en guerra. El modelo Chacho Álvarez parece descartado: aquella renuncia de 2000 fue el fin de una carrera política. El modelo Cristina Kirchner no aplica, ya que Villarruel no tiene el control del partido de gobierno como ocurrió con la vice de Alberto Fernández. El modelo Eduardo Duhalde 91, que algunos auguraron para ella, se desvanece. Es decir, renunciar al cargo antes de tiempo para competir electoralmente por otro puesto sin abandonar el oficialismo. Quizás el caso de Daniel Scioli le resulte tentador: aguantar los ataques sin chistar, sumar popularidad con una agenda propia y esperar que el Gobierno la necesite en otra función en 2027. Difícil, pero Milei ha dado sobradas muestras de pragmatismo. En la Casa Rosada la imaginan más bien como un Julio Cobos. Marginada de toda decisión y con un porvenir sin brillo.
Lo ocurrido en esta semana le quita incluso más sentido a su rol. Si finalmente asume la camporista Stefanía Cora en lugar de Kueider, el kirchnerismo sumará 34 bancas, a solo tres del quórum propio. El Gobierno solo tiene 37 senadores posibles a los que apelar para sacar una ley resistida por las bancadas peronistas. Necesitaría que todos ellos se sienten para iniciar una sesión. “Nosotros damos por cerrado el Senado hasta las elecciones”, admiten en la Casa Rosada. La única excepción sería un posible acuerdo para aprobar a los candidatos a la Corte Suprema.
Milei sugirió esta semana que firmaría la designación por decreto de Ariel Lijo y Manuel García-Mansilla. Después mandó a aclarar que solo lo haría ante circunstancias muy particulares que hoy no parecen probables.
El fantasma de Cristina
Otra vez se atraganta con el fantasma incómodo del pacto con Cristina. Es notable cómo se enreda a la hora de argumentar decisiones reñidas con el discurso “anticasta” que es su marca registrada. Como si una voz de la conciencia interviniera para resaltar sus contradicciones, acompasadas por una sucesión de “o sea, digamos”.
Le pasó el viernes cuando quiso explicar su postura sobre la ley de “ficha limpia”, que impulsó sin éxito el Pro con la intención de impedir que sean candidatos personas con condena por corrupción en dos instancias judiciales. Ocho diputados de La Libertad Avanza (LLA) faltaron a la sesión que terminó sin quórum.
Milei dijo en el lapso de ocho minutos:
-”Yo soy impulsor de ficha limpia”.
-”En la sesión no daban los votos. Algunos de nuestros diputados, casi en un error infantil, se fueron”.
-”El proyecto tal como estaba redactado va en contra de los intereses de los argentinos. Deja afuera (de las listas) a los buenos y mete a los chorros”.
-”Los que estaban defendiendo el proyecto de ficha limpia lo único que hicieron fue poner en el ring a Cristina, generar la idea de la proscripción y traer el fantasma de Perón 55″.
-”La señora Cristina Fernández de Kirchner tiene que estar presa”.
-”¿Esto usted como lo arregla? ¿Lo arregla con que la Justicia la meta presa o modifica las reglas electorales para que no puede participar y genera la épica y el relato de la proscripción? El remedio es peor que la enfermedad”.
-”Esto es como todas las regulaciones del Estado: los efectos que generan son opuestos a los deseados”.
La lógica de su razonamiento conduce a que el proyecto que él impulsa debería dejar a salvo a Cristina de la aplicación de la ficha limpia. Tal vez eso explique por qué no presentó aún esa “redacción mejorada” que le encargó al abogado Alejandro Fargosi y también al ministro Luis Petri, a quien en los últimos días elogió cada vez que pudo (hay quienes lo imaginan como jefe de Gabinete si la salud obliga a Guillermo Francos a dar un paso al costado)..
En otras de sus apariciones públicas dejó en claro el fastidio que le causa cuando lo corren con la agenda anticorrupción. Le apuntó sin miramientos al discurso de Mauricio Macri sobre “ficha limpia”, sin nombrarlo: “Hay algunos que están con exceso de gorilismo y lo único que quieren es meter presa a Cristina. El macrismo está sensible con la situación”. Enfatiza que él no quiere polarizar con la expresidenta como hizo el gobierno de Pro.
Macri se quejó del “destrato permanente” del Gobierno aunque se cuida de incluir a Milei en el reproche. Tuvo que digerir esta semana un ataque frontal de su exministra Patricia Bullrich, que recordó así sus años en el gabinete macrista: “Yo quería dar un paso y me frenaban; quería dar otro paso y me frenaban. Ahora no me frena nadie. “No, no, no”, ¡las pelotas!”.
A Milei no le preocupa romper puentes. Cree que los aliados potenciales saltarán a sus brazos si mantiene buenos resultados económicos en 2025. Y que los “sommeliers de las formas” se rendirán a las necesidades de supervivencia política. Aunque “las formas” sean nombrar jueces por decreto, recortar el acceso a la información pública, ordenar purgas ideológicas en la diplomacia o garantizarse el manejo discrecional de las partidas del presupuesto.
En ese camino se interpuso el desprevenido Kueider. Una ironía ingrata para el presidente antipolítica que llama a dar una batalla cultural con “las armas del enemigo”.