La infancia representa un período crucial en la vida, no solo por los recuerdos memorables sino también por la huella que deja en la adultez. Es que a medida que crecemos, las experiencias vividas en la niñez inciden en nuestra identidad.
En ese sentido, el concepto del “niño interior” subraya la importancia de reconectar con esa parte esencial y mantenerla presente. Esto no se trata solo de un llamado a recordar aquellos tiempos, y tiene que ver, principalmente, con la salud mental y el bienestar, tal como analizaron expertos consultados por Infobae.
La doctora Leticia Fiorentini, psicóloga y coordinadora de Psicología del Servicio de Psiquiatría de Fleni, apuntó en primer lugar: “A la niñez la asociamos con el juego, la creatividad, la curiosidad, el entusiasmo y una expresión emocional más directa y espontánea. Si bien a lo largo del desarrollo estos aspectos van cambiando la forma, es saludable que persistan durante la adultez. Los adultos necesitamos preservar espacios de diversión y de ocio para nuestro bienestar. Es un problema que la rutina y las obligaciones de la vida adulta no dejen tiempo o energía para esto”.
Para Fiorentini, “la exigencia sin respiro gatilla el estrés, y para evitarlo tenemos que estar atentos, valorar y permitirnos experiencias gratificantes. Los adultos generalmente tenemos más herramientas y estrategias que los niños para gestionar las emociones, lo que nos permite expresarlas de maneras más sutiles”.
“Sin embargo -siguió la especialista- hay expectativas sociales que pueden influir en cómo se expresan. A menudo se espera que se oculten ciertos sentimientos, como la tristeza o la vulnerabilidad, lo que puede resultar en una expresión emocional más contenida. Esto también puede llevar a la supresión o la evitación de sentimientos, lo que es más complicado porque no pueden tramitarse. La capacidad de analizar y reflexionar sobre nuestras emociones protege nuestra salud mental, ya que nos permite entender mejor qué genera ese sentimiento y así responder de una manera más adecuada”.
Por su parte, Sergio Rojtenberg, médico psiquiatra, psicoanalista e integrante de la Asociación de Psiquiatras de Argentina (APSA), analizó en diálogo con Infobae: “Lo que sucede en la infancia nos afecta a todos, ya sea por motivos personales o por cuestiones culturales, sociales o mundiales. Estos eventos marcan la base de la pirámide sobre la cual se va construyendo el desarrollo posterior que continúa a lo largo de la vida”.
“Posiblemente, conservando la libertad lúdica -la libertad de jugar que muestran los niños, esa capacidad de imaginar, crear, fantasear, tan obvia en la infancia-, podamos facilitar la incorporación de nuevas habilidades y conocimientos a lo largo de la vida. La capacidad de mantener estas dimensiones dentro de nosotros, lo que podríamos llamar el mantenimiento de la capacidad lúdica del niño en nuestro interior, influye en la facilidad para adquirir nuevas habilidades y conocimientos. Al mismo tiempo, esta habilidad seguramente será influida, modulada, e incluso coartada por la cultura y la influencia que ella tiene sobre nosotros”, reflexionó Rojtenberg.
En ese tono, en un artículo divulgado en 2024 en Psychology Today, la doctora en psicología Diana Raab postuló que si nos esforzamos “por conectar con ese niño o niña que vive dentro de nosotros, podemos reconectar con alguna de las causas de nuestros temores, fobias y patrones de adultos. Cuando empezamos a entenderlos entonces puede ocurrir una transformación y sanación casi mágicas”.
Raab continuó: “Con frecuencia, es muy difícil deshacerse del bagaje con el que cargamos de nuestra infancia, especialmente cuando hemos estado expuestos a traumas profundos. (…) Solo amando y sanando a nuestro niño interior podemos empezar a amarnos a nosotros mismos, y luego, en consecuencia, a los demás”.
La infancia y la salud en la adultez
Recientemente, un estudio realizado por la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) reveló que las experiencias de trauma infantil pueden tener consecuencias específicas para la salud biológica y el riesgo de desarrollar 20 enfermedades importantes en la vida adulta. El análisis, mostró cómo los distintos factores estresantes durante la niñez afectan de manera particular a hombres y mujeres.
Aunque investigaciones anteriores ya habían establecido una relación entre la adversidad infantil y la salud futura, este nuevo trabajo se enfocó en analizar cómo diferentes tipos de estrés influyen en funciones biológicas específicas y los riesgos para la salud. Según los resultados, publicados en la revista Brain, Behavior, and Immunity, estos impactos biológicos varían sistemáticamente entre hombres y mujeres.
El trabajo estuvo dirigido por el doctor George Slavich, director del Laboratorio de Evaluación e Investigación del Estrés de la UCLA, quien destacó la importancia de estos hallazgos. “La mayoría de las personas que han sufrido un estrés importante o un trauma en la primera infancia nunca se someten a una evaluación”, afirmó Slavich.
“Estos hallazgos ponen de relieve la importancia fundamental de la detección del estrés en el ámbito clínico. También nos permiten ir más allá de un enfoque único para todos y avanzar hacia un enfoque de medicina de precisión basado en el sexo de los pacientes y en su perfil de estrés específico”, sumó.
Para llevar a cabo este análisis, Slavich y su equipo utilizaron datos de más de 2100 participantes del estudio longitudinal “La mediana edad en los Estados Unidos: un estudio nacional sobre salud y bienestar”. Este conjunto de datos incluyó información detallada sobre las adversidades infantiles vividas por los participantes, como dificultades económicas, abuso, negligencia, frecuencia de mudanzas, distancia de los padres biológicos y asistencia social. Además, los participantes proporcionaron muestras biológicas que permitieron medir 25 biomarcadores relacionados con inflamación, metabolismo y estrés. También se registraron diagnósticos de 20 afecciones de salud.
El análisis de clases latentes, técnica utilizada por los investigadores para agrupar a los participantes según sus experiencias de adversidad, reveló dos grupos principales de factores estresantes para los hombres (estrés alto y estrés bajo) y tres para las mujeres (estrés alto, estrés moderado y estrés bajo). Los resultados indicaron que aquellos en las clases de estrés bajo presentaron menos problemas de salud en comparación con aquellos que experimentaron altos niveles de estrés. A medida que aumentaba la exposición a factores estresantes, también lo hacía el riesgo de desarrollar problemas de salud significativos.
Los hallazgos revelaron que tanto hombres como mujeres en los grupos de alto estrés exhibieron peores indicadores de salud metabólica y niveles más altos de inflamación. Sin embargo, se observaron diferencias notables entre los sexos. Según Slavich, “los impactos de las experiencias adversas en la infancia sobre los biomarcadores de salud metabólica fueron mayores para las mujeres que para los varones”. Además, el abuso emocional y la negligencia tendieron a afectar más a los varones, quienes presentaron una mayor incidencia de trastornos sanguíneos, problemas de salud mental y conductual, así como enfermedades de la tiroides.
A su turno, Germán Picciochi (MN 161114), médico psiquiatra, especialista en neuropsiquiatría y neurología cognitiva, desarrolló en conversación con Infobae: “El cerebro infanto-juvenil es altamente plástico, es decir, tiene una capacidad elevada para formar nuevas conexiones neuronales basadas en experiencias. Las interacciones sociales positivas, pueden actuar como un amortiguador frente a experiencias adversas, permitiendo que el cerebro se desarrolle en un ambiente de apoyo emocional”.
Picciochi agregó: “Durante el desarrollo del cerebro joven, la amígdala (centro emocional) está especialmente activa. El apoyo social ayuda a gestionar emociones intensas como la ansiedad o la frustración. Tener amigos confiables contribuye a reducir el estrés y a fomentar una sensación de seguridad, activando mecanismos en el cerebro que regulan las respuestas emocionales. Estos mecanismos ayudan a modular el sistema límbico, el cual está profundamente involucrado en la regulación de emociones”.
“Hay estudios clínicos que arrojan evidencia de que la calidad de las relaciones sociales en la infancia y adolescencia está correlacionada con niveles más bajos de depresión, ansiedad y estrés en la vida adulta, con una mayor capacidad de resiliencia ante las adversidades. Además, estimula el aprendizaje colaborativo, el pensamiento crítico y el desarrollo de ideas. Participar en debates, resolver problemas en conjunto y compartir intereses refuerza habilidades cognitivas esenciales, como la memoria de trabajo y la flexibilidad cognitiva. Así, se promueve una mentalidad abierta y creativa, que puede ser beneficiosa tanto en el ámbito académico como en el personal”, dijo el psiquiatra.
Otra profesional consultada por Infobae fue la psicoanalista Agustina Verde (MN 72893), quien comentó: “Al integrar conscientemente en nuestra vida a nuestro niño interior, podemos volver a reconectarnos sin barreras con las emociones y la creatividad. También podemos abrirnos a nuevas experiencias y desarrollar la capacidad de asombro genuinamente. Poder vivir nuestra vida como la vive un niño, pero con la madurez de la adultez, es el desafío para mejorar la calidad de vida en estas épocas de inmediatez.
“Poder vivir desde el presente, disfrutando, conectados con el aquí y ahora, exprimiendo cada experiencia sin connotar nada como bueno o malo, sin dudas nos lleva a una vida plena y feliz. En toda nuestra vida, vamos adquiriendo herramientas para usarlas en distintos momentos . Mirar con amor al niño que fuimos y al adulto que somos nos permite tomar cada experiencia como perfecta para nuestro aprendizaje”, postuló Verde.
Al tiempo que enfatizó: “Cuando en la infancia se experimenta ausencia de afecto o abandono de una figura significativa, es posible que en la vida adulta se observen dificultades para establecer vínculos de pareja. Bajo este ejemplo, una misma persona puede observar que elige vínculos de pareja que abandonan. Como consecuencia, esto le traerá muchas emociones conocidas de aquella vivencia infantil, permitiendo sanar heridas del pasado de su niño interior. Esto sucede porque nuestro psiquismo necesita sanar estas heridas, por eso las repite en formato de patrón, recreando situaciones similares para darles un nuevo sentido”.
La ya mencionada Leticia Fiorentini, en este sentido, consideró que la infancia “es un período crítico para la constitución subjetiva. Los niños que se desarrollan en entornos seguros, que se sienten queridos por sus seres cercanos, que son respetados y cuidados tanto emocional como físicamente, tienden a fomentar una mayor autoestima, tienen mayores posibilidades de aprender a identificar y manejar sus emociones, a promover sus habilidades sociales y a desarrollarse mejor cognitivamente”.
Mientras que Sergio Rojtenberg aportó: “Los eventos tempranos traumáticos, complejos de maltrato, subalimentación, desnutrición, patologías, desarraigo y hambre, evidentemente alterarán el desarrollo posterior y reducirán las chances de que alguien se constituya de una forma sana. Nuestra evolución no es justamente una línea recta, única y precisa, sino una línea ondulante y cambiante, que puede modificarse a favor o empeorar”.