Reflejado (Argentina/2024). Dirección: Juan Baldana. Guion: Juan Baldana, José Supera. Fotografía: Fernando Lorenzale. Edición: Pablo Di Bitondo. Elenco: Nazareno Casero, Juan Palomino, Germán Da Silva, Nancy Dupláa, Luis Ziembrowski, Shirley Briceño. Calificación: apta para mayores de 13 años con reservas. Distribuidora: Cinetren. Duración: 97 minutos. Nuestra opinión: regular.
El retrato de la alienación moderna ha asumido distintos caminos. Para la comedia, los engranajes del capitalismo avanzado y la vida anónima en las ciudades derivaba en un obrero enloquecido por las tareas mecanizadas de la fábrica o por el mundo inhumano en el que debía circular, tal como lo demuestran la precursora Para nosotros, la libertad (1931) de René Clair y luego, la celebrada Tiempos modernos (1936), de Charles Chaplin.
También el cine existencialista de la posguerra, con paisajes extrañados como los de El desierto rojo (1964) de Antonioni, u ocres en la intentona de Luchino Visconti de recrear la creación de Albert Camus en El extranjero (1967), se asomó a la neurosis de la modernidad: un individuo descentrado, asocial y paranoico, perdido en el desdoblamiento de su propio reflejo. Una idea que Juan Baldana (Los del suelo, Que todo se detenga) recoge de la novela Limpiavidrios de José Supera y traslada a las imágenes de Buenos Aires y al cuerpo de Nazareno Casero.
Reflejado comienza con Alejo (Casero) en las alturas, limpiando vidrios en un edificio imponente del centro porteño. Ya desde los primeros momentos sabemos de su absoluta soledad (no tiene beneficiario del seguro), de su condición errante en la ciudad (no tiene morada ni pertenencia), de sus desajustes en los vínculos sociales (no establece diálogos ni contactos afectivos con los demás). La película intenta anudar esas definiciones para recorrer tres caminos en paralelo: por un lado, la experiencia alienante de Alejo en ese trabajo arriesgado y solitario, confinado al silencio y a la mirada fija sobre su reflejo en los vidrios. “Nada de mirar para adentro”, le repiten una y otra vez sus distintos superiores. En esa línea, Baldana extiende el tiempo de sus planos, compone con ajustada precisión los encuadres sobre su personaje, desarma la narrativa siguiendo de alguna manera un itinerario interior ¿Qué le pasa a Alejo? ¿De dónde viene? ¿Cuál es su historia?
El segundo camino ensaya un exégesis de los entornos corporativos modernos. Una circulación tóxica que involucra tanto a los directivos como a los guardias de seguridad, e incluye chismes insidiosos, amenazas veladas, complicidades culposas. Idea cimentada en una serie de cartas anónimas que recuerdan a las de El cuervo (1943), película maldita de Henri-Georges Clouzot sobre el colaboracionismo de la Francia ocupada. Pese a ser acusado de lo mismo que denunciaba, el director de Las diabólicas fue más sutil que aquí Baldana, que lleva a sus personajes a comportamientos algo forzados por guion, actuaciones deudoras del aspecto novelado del material de origen, y a una serie de subtextos poco creíbles. Y en ese mismo recorrido fallido se encuentra la tercera línea, la de la crítica social, sostenida en comentarios explícitos sobre el ajuste presupuestario de la empresa y las condiciones laborales precarias, y sintetizada en una soga que pende de las alturas, propensa a cortarse.
Reflejos no puede hacer todo bien, y el retrato de ese personaje al que erige como su centro justamente para desplazarlo, se ve afectado por las torceduras de guion que resultan subrayadas, impuestas como digresiones inconducentes, decididas a afirmar lo que podían sugerir las imágenes. Con amplia experiencia en el documental, el director logra capturar el pulso de la ciudad, la inercia de su movimiento y la experiencia misma de las alturas, pero acumula escenas sin más propósito que confirmar lo que vimos (algo que suelen acusar ciertas transposiciones literarias), asentar una idea ya implantada, y disgregar la narrativa arrebatando la cercanía con la experiencia del personaje, que justamente había sido el mejor logro de su punto de partida.