En el centro del Río de la Plata, rodeada por aguas uruguayas pero bajo la jurisdicción argentina, se encuentra la isla Martín García. Con una extensión de 168 hectáreas y ubicada a 38 kilómetros de la costa argentina y 3,5 kilómetros de la uruguaya, esta isla es rica en historias.
Desde su descubrimiento, en 1516, por Juan Díaz de Solís, el pequeño afloramiento de rocas precámbricas del Macizo de Brasilia, fue tierra de héroes y villanos. Desde los tiempos de la colonia funcionó como cárcel y lugar de destierro. Allí, como una especie de Alcatraz rioplatense, estuvieron detenidos primero los delincuentes más temidos de la zona y luego, fue prisión de figuras de la política: Hipólito Yrigoyen, Marcelo Torcuato de Alvear, Juan Domingo Perón y Arturo Frondizi.
La isla fue también la debilidad de Sarmiento, un refugio para el poeta Rubén Darío cuando buscaba escapar de sus adicciones y donde el escritor Jorge Luis Borges pasó un verano en su infancia que lo marcó para toda su vida. Durante la Segunda Guerra Mundial, el enclave sirvió de refugio para los nazis del hundido Admiral Graf Spee y el cementerio de la isla con cruces inclinadas dio lugar a inquietantes teorías. Más cerca en el tiempo, fue escenario de una pequeña colonia penal para rehabilitación de convictos. Hoy, estas historias son simplemente recuerdos, ya que la isla se convirtió en un destino turístico para los amantes de la naturaleza. Sin embargo, su historia merece ser contada.
“Actualmente la isla es Reserva Natural y Patrimonio Histórico, pertenece al municipio de La Plata. Fue durante el gobierno de Armendáriz que firmamos el traspaso de la Marina de Guerra a la provincia de Buenos Aires de todos los edificios e instalaciones existentes en la isla”, dice Juan Antonio Portesi, abogado y ministro de Gobierno de Buenos Aires, entre 1983 y 1987, durante el gobierno del radical Alejandro Armendáriz.
-Portesi, ¿cuándo fue la primera vez que visitó la isla?
-Yo tenía cinco años cuando un matrimonio amigo de mi familia me llevó en barco a la isla. Cuando la conocí, me enamoré. Después volví para el traspaso.
-¿Cómo fue el traspaso de la Marina a la provincia?
-El entonces responsable de la Dirección de Islas, Felipe Segundo Carrero, un día me comentó que la Marina estaba buscando deshacerse de algunas de sus propiedades e iban a irse de la isla. Si bien la isla estaba bajo la jurisdicción de la provincia de Buenos Aires, la manejan ellos. En Martín García había una gran cantidad instalaciones y varios chalets que, aunque modestos, eran viviendas. En ese tiempo, también nos ofrecieron un hospital en Ensenada para que fuera un hospital policial, una especie de Hospital Churruca, pero a eso le dijimos que no porque no habríamos podido financiarlo, éramos un gobierno pobre… Pero nos gustó la idea de sumar la isla a la provincia y nos pusimos en contacto para firmar las actas correspondientes. El acta de traspaso se suscribió el 31 de julio de 1984. Aún recuerdo las palabras de Carrero, muy sorprendido, cuando la leyó: “Señor ministro la Marina de Guerra de la Argentina le ha impuesto a la provincia de Buenos Aires para entregarle Martín García condiciones más duras que Jeremy Moore al general Menéndez en Malvinas.”
-¿Cuáles eran las condiciones?
-Nos pasaban la total propiedad de lo que había en la isla pero se llevaron todo lo que se podían llevar… no se llevaron los galpones porque habría sido complicado desarmarlos… ¡Hasta las canillas para incendio se llevaron! Nosotros teníamos que invertir de inmediato para seguir brindando determinadas prestaciones porque en la isla vivían alrededor de 110 personas. Y lo hicimos.
-¿Qué pasó después de que la provincia recuperara la isla Martín García?
-Durante ese tiempo nació el primer bebé en 25 años, una niña, Alejandra Noemí Miño, y mi mujer yo la apadrinamos. Estudió en la Universidad Nacional de La Plata. Estoy muy orgulloso de eso y también de haber impulsado el Programa de Terapia Laboral en la isla.
-¿De qué se trató el programa?
-Como mi obsesión era poblar un territorio vacío me puse en contacto con el Servicio Penitenciario y les comenté de mi intención de poner en la isla una colonia penal. En 1986, fueron seleccionados 10 internos para que, con sus familias se mudaran a la isla y terminaran de cumplir allí su condena, controlados por un oficial. Sin distinciones ni uniformes. Yo quería que se integren con los locales y los turistas. La mayor satisfacción que tuve fue una vez que fui de turista y vi que la gente preguntaba dónde estaban los presos… no se daban cuenta, pero estaban ahí: uno había sido el que lo recibió en el muelle, otro el que le había llevado la valija, otro el mozo…
-¿Cómo seleccionaron a esos internos?
-Preguntaron en distintos penales de la provincia quiénes querían ir a pasar su último tiempo de la detención en la isla y se anotaron alrededor de 100 voluntarios. El Servicio Penitenciario estudió a las familias, en particular a las esposas porque cumplen un rol fundamental. Y jamás hubo un problema. No faltó ni un anillo.
-¿Qué resultado tuvo el programa?
-Fue bueno pero corto, los que vinieron después deshicieron el programa. Pero nunca me voy a olvidar de las palabras de un interno que una vez, cuando estaba de visita en la isla, me dijo: “Señor usted me hizo conocer el cielo, ¿me va a devolver al infierno?”. En alusión a que pronto terminaba de cumplir su condena y tenía que regresar a la provincia. Le dimos empleo y se quedó en la isla. Esa comparación de la isla con el cielo me emocionó y supe que habíamos hecho bien las cosas.
Portesi también recuerda el paso por la Dirección de Islas, como sucesor de Carrero, a Joaquín Rocca Rivarola, presidente del Club de Pescadores, quien en su libro Caminos de Intemperie dedicó un capítulo a la isla. “Para él, Martín García era la isla de la libertad. Decía que Buenos Aires no necesitaba de una estatua de la Libertad como Nueva York, porque teníamos esa maravillosa isla”.
El descubrimiento de la isla
-Hablando de la historia de la isla, ¿perteneció históricamente a nuestro país?
-Sí, pero siempre estuvo en discusión. Y cuando se firmó el tratado del Río de la Plata, en 1973, Uruguay reconoció definitivamente que pertenecía a la Argentina. A cambio, nuestro país tuvo que ceder sobre el crecimiento aluvional que se produjera en la zona, en ese caso correspondería a Uruguay, como sucede con Timoteo Domínguez.
Por su ubicación estratégica, en medio del cauce principal del río y como puerta de entrada a los ríos Paraná y Uruguay, desde su descubrimiento la isla fue disputada por España y Portugal. En 1814, el almirante Guillermo Brown libró allí la histórica batalla contra los realistas, quedando en poder de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Durante la Guerra del Brasil, fue ocupada brevemente por las fuerzas brasileñas y liberada nuevamente por Brown. Luego, a principios del XIX, fue escenario de numerosas batallas y del bloqueo anglo-francés. En 1845, Giuseppe Garibaldi, el héroe de la unificación italiana, la reconquistó para Montevideo, pero años después fue devuelta a la Confederación Argentina. Durante la Guerra entre la Confederación Argentina y el Estado de Buenos Aires se produjeron dos combates en torno a la isla, que se conocen con idéntico nombre, Combate de Martín García, uno en 1853 y el otro en 1859. Durante la Guerra del Paraguay, entre 1865 y 1870, en la isla se llevaron a cabo diversas acciones. Luego, pasó a ser fue jurisdicción de la Armada Argentina.
El Tratado del Río de la Plata al que se refiere Portesi, que regula el uso del Río de la Plata y el acceso a sus aguas compartidas, así como la cooperación en temas relacionados con su frente marítimo, fue firmado en 1973. Sobre la isla Martín García se acordó que permanecería bajo la soberanía argentina, pero rodeada del sector del Río de la Plata cuyo lecho y subsuelo fue adjudicado a Uruguay por el tratado, por lo que las islas aluvionales que se formen en torno a Martín García son de jurisdicción uruguaya, como el caso de Timoteo Domínguez. “El Río de la Plata recibe sedimentos de los ríos Paraná y Uruguay y debido a la desaceleración del flujo de agua al ingresar al ancho del río se forman bancos de arena y limo. Por eso es tan importante el dragado. Cuando nosotros llegamos la isla Domínguez tendría 15 o 20 metros, cuando terminamos el gobierno había crecido 10 metros más”, agrega.
-¿A qué debe su nombre?
-La isla fue descubierta por los europeos en febrero de 1516 por la expedición de Juan Díaz de Solís. El nombre de la isla proviene del despensero de la expedición, Martín García, quien falleció a bordo de muerte natural. Aunque se cree que fue enterrado en la isla, esto es incorrecto porque su cuerpo fue arrojado al mar y lo que puso en la isla fue una cruz. Fue así que la muerte del despensero y la cruz le dieron el nombre a la isla.
Cuando Juan Díaz de Solís llegó al Río de la Plata, quedó impresionado por su extensión y lo bautizó como el “Mar Dulce”. Sin embargo, esta exploración terminó de manera trágica para el avezado marino español. Aunque no se puede determinar con precisión si fue en la isla Martín García o en la costa uruguaya, cerca de Punta Gorda, Solís y otros miembros de su expedición fueron atacados a flechazos, mutilados y devorados por los charrúas, los habitantes originarios del lugar.
Nazis y presidentes
-Comentaba que su vinculo con la isla nació antes de su paso por el gobierno, en su infancia, ¿qué recuerda de la primera vez que la visitó?
-Vi desfilar, de a uno, a varios de los tripulantes del acorazado alemán Graf Spee. En mi casa, que eran lo más antifascistas que podía existir, estaba la anécdota de que cuando volví de ese viaje les decía: “Son buenitos los alemanes” [risas]. Claro, yo era chico y vaya a saberse qué idea tenía de los alemanes por los comentarios de mis padres, probablemente los imaginaba como monstruos, no con rasgos humanos.
El acorazado Graf Spee era el orgullo de la armada alemana. El buque de guerra nazi se enfrentó a la fuerza naval británica en la Batalla del Río de la Plata durante la Segunda Guerra Mundial, en las inmediaciones de la costa uruguaya. Aunque el Graf Spee infligió daños a los barcos británicos, también sufrió averías importantes que lo llevaron a refugiarse en el puerto de Montevideo, Uruguay, para realizar las reparaciones. Sin embargo, el 17 de diciembre de 1939, el capitán de navío Hans Langsdorff decidió dinamitar el buque porque había perdido su capacidad destructiva y temía que fuera despedazado en la batalla o capturado por los ingleses. Más de mil marinos nazis evacuaron el buque y se refugiaron en distintos lugares de la Argentina.
“También recuerdo que esa vez nos hospedamos en la mejor casa que había en la isla, donde había estado preso Frondizi. En el parque, había una pequeña puerta trampa que daba miedo. Las veces que chico soñé varias veces con ese lugar”, dice Portesi.
En los primeros tiempos, la isla Martín García fue utilizada como prisión para los delincuentes más peligrosos. La elección no fue fortuita, por su ubicación -cercana a la desembocadura del Río Uruguay- las fuertes corrientes imposibilitaban el escape a nado. Los presos que eran enviados a la isla fueron utilizados en la construcción de las distintas obras del lugar y también trabajaron en las canteras de granito que había en la isla. La producción de adoquines se transportaba en grandes carros hasta el muelle y luego eran cargados en los barcos. En 1896 se decidió que el cumplimiento de penas por delitos leves se llevaría a cabo en la isla, dando origen al Penal Naval Militar.
Así fue que la isla se hizo conocida por haber sido la prisión de importantes figuras de la política. El presidente radical Hipólito Yrigoyen tuvo dos “estadías obligadas” en la isla. La primera fue cuando “el peludo” tenía 78 años, en septiembre de 1930, tras ser destituido de la presidencia por el general José Félix Uriburu. A pesar de su delicado estado de salud, Yrigoyen fue encarcelado en Martín García y desde allí, escribió las cartas que defendían su legado y criticaba a los golpistas.
“En la isla, Yrigoyen estuvo detenido en lo que se llamaba ‘la cartuchería vieja’ (lugar donde se hacían los cartuchos para los fusiles durante la guerra de la Triple Alianza), pero un capitán de la marina la envió a demoler. Allí, escribió el Memorial a la Corte, un texto jurídicamente impresionante”, dice Portesi.
Aquél primer encierro duró casi dos años, hasta que se le permitió regresar a Buenos Aires. Al poco tiempo, durante el gobierno de Agustín P. Justo, cuando Yrigoyen tenía 80 años, fue nuevamente arrestado y llevado a la Isla Martín García.
En 1933, el expresidente Marcelo Torcuato de Alvear estuvo detenido en Martín García acusado de “conspiración”. Pero su estadía fue más breve que la de su correligionario: fueron solo unos meses en los que se le permitió recibir la visita de su esposa, la cantante cantante lírica portuguesa Regina Pacini.
Extracto de “El Exilio de Alvear en Martin García”, de 1933: “Fue un terrible verano en el que Marcelo permaneció preso en un barracón de la isla, agobiado por los mosquitos y bañándose en una única canilla con otros centenares de detenidos políticos, Regina cruzó más de cincuenta veces el río en una barca, a veces desafiando furiosos oleajes, para llevar mudas, comida y aliento a su marido”
“Alvear era tan delicado en sus costumbres que se llevó a la isla su propio baño. Yo mismo vi el inodoro todo decorado con florcitas. ¡Era un personaje!”, cuenta Portesi.
El 13 de octubre de 1945, a bordo de la cañonera “Independencia”, Juan Domingo Perón, vicepresidente, ministro de Guerra y secretario de Trabajo y Previsión Social del gobierno militar de turno, que había acumulado un poder significativo, fue remitido a la isla. Aunque estuvo preso en la isla tan solo un par de días, su detención provocó la movilización masiva de sus seguidores y su liberación fue el 17 de octubre, fecha destacada de la liturgia peronista. “Él estuvo preso en la casa donde hoy es la escuela. Pero el teniente coronel no era presidente cuando fue depuesto, era vicepresidente y ministro de guerra. El tema fue que había un enfrentamiento dentro del Ejército y por eso terminó en la isla… después, cuando volvió, es historia conocida”, añade Portesi.
En 1957, durante el gobierno de Pedro Eugenio Aramburu la cárcel de Martín García fue cerrada. Al año siguiente, Arturo Frondizi decidió formalmente que la isla se convirtiera en un “Lugar Histórico” y dejara de ser cárcel. Lo que no imaginó es que, unos años después, él mismo se convertiría en el último prisionero de la isla. El 29 de marzo de 1962, tras ser derrocado, Frondizi fue enviado a la isla, que oficialmente ya no funcionaba como prisión. Fue recluido en la residencia del Segundo Jefe de la Isla, un edificio que hoy alberga la Comisión Administradora del Río de la Plata. Frondizi permaneció en la isla un año, en marzo de 1963 fue trasladado a San Carlos de Bariloche. “Lo absurdo: sus movimientos eran controlados por marineros a caballo”, añade Portesi.
A finales del XIX y comienzos del siglo XX, funcionó en la isla el Lazareto Cuarentenario, una edificación donde se trataban las enfermedades infecciosas como cólera y fiebre amarilla. El lazareto llegó a tener 150 empleados y miles de internados.
Argirópolis, la capital soñada por Sarmiento
Para el escritor Jorge Luis Borges la isla era una mezcla de belleza melancólica y una atmósfera enigmática. “Un tío mío, marino, tuvo a su cargo esa isla. Hace de eso mucho tiempo. Debía correr el año 1911 cuando fui a la isla Martín García a pasar un largo verano. De esos recuerdos tan gratos me vuelven a la memoria mis correrías en un caballo tobiano y mis expediciones por las canteras. Pero siempre que se habla de esta isla, vuelvo a pensar en el proyecto de Sarmiento. Hacer allí y con el nombre de Argirópolis, una capital que uniera las dos bandas del Río de la Plata”, dijo en una entrevista a la revista Gente, en 1973.
Argirópolis, que en griego significa “ciudad de la Plata”, es una ciudad imaginaria concebida por Domingo Faustino Sarmiento como capital de los Estados Confederados del Río de la Plata en el siglo XIX. El padre del aula, ferviente admirador de los Estados Unidos, soñaba con la creación de los Estados Confederados del Río de la Plata integrado por Argentina, Uruguay y Paraguay. Su objetivo principal era asegurar el progreso y la pacificación de esta región asolada por los enfrentamientos entre unitarios y federales. La capital de los estados confederados, Argirópolis, se ubicaría en la isla Martín García, un punto equidistante a los diferentes estados que integraban la confederación. Nuestra propia Washington D. C.
-Portesi, ¿volvió a la isla?
-No, tengo espíritu tanguero… Hice todo lo que quería hacer en la isla durante aquel tiempo.
En la actualidad, la isla es un destino turístico que ofrece la oportunidad de visitar, entre otras atracciones, el “Barrio Chino”, los restos de las fortificaciones, del lazareto y del presidio, así como disfrutar de su flora y fauna nativa. El souvenir de la isla es el pan dulce de la panadería Rocío, que se hizo famoso en los ‘90 por ser la debilidad del entonces presidente Carlos Menem: dicen que el mandatario enviaba a buscar grandes cantidades para regalar y que más de una vez, él personalmente viajó en el helicóptero a la isla para saciar su antojo.