Todos somos anfibios digitales

Esta semana tuve una experiencia extraordinaria. En el encuentro de fin de año de mi trabajo organizamos un speed dating –una serie de “citas” encadenadas entre compañeros de trabajo– para conversar sobre lo que hicimos en el año y darnos ideas para el año que viene. La característica saliente de estas citas, de dos minutos cada una, es que algunas eran presenciales, con gente que estaba en la misma sala, y otras virtuales. El azar fue diciendo qué tocaba, de manera que lo real y lo virtual se intercalaban sin aviso al ritmo de las rondas de encuentros. En un momento, ya no sabía bien a quién había visto en vivo y a quién por la pantalla.

Después de media vida de escribir sobre tecnología y cuatro años de post pandemia, por primera vez sentí, no con la cabeza sino con el cuerpo, que el mundo real y el virtual son la misma cosa.

Los especialistas en comunicación Eugenia Mitchelstein y Pablo Boczkowski ya lo anunciaron en su libro El entorno digital, una investigación que mostró cómo respiramos “oxígeno digital”. Los autores proponen que nuestro derrotero como especie empezó regido por los fenómenos naturales, luego pasó a ser también gobernado por el entorno urbano, y hoy se suma otro espacio que rige nuestra vida: el digital. Lo primero que hacemos a la mañana es fijarnos qué nos depara la naturaleza (el clima), la ciudad (el tránsito), y el mundo virtual (en las redes).

Después de media vida de escribir sobre tecnología y cuatro años de post pandemia, por primera vez sentí, no con la cabeza sino con el cuerpo, que el mundo real y el virtual son la misma cosa

Tal vez el cambio más notable que nos dejó la pandemia sea esta nueva forma flexible de atravesar entornos, como capas sucesivas que nos envuelven. El crecimiento vertiginoso de las videollamadas es una de las pocas cosas que no se revirtieron con la vuelta a la normalidad. No se trata solamente de usar una app determinada, sino de cómo pensamos y entendemos la distancia física.

La inteligencia artificial redobla la apuesta. Los agentes virtuales generados por IA hablan y se ven como humanos. La industria de los avatares es una de las que más se espera que prosperen en 2025. Character.IA, un servicio de agentes virtuales para resolver distintas tareas, es uno de los más exitosos de internet, con unos 25 millones de usuarios.

Estos bots virtuales entienden la sociabilidad humana. En varios experimentos se mostró que muestran empatía y reciprocidad, practican la cortesía y usan los pequeños gestos que cimentan nuestros vínculos. Podrían haber participado de mi speed dating de trabajo sin problema.

Los nuevos agentes virtuales no solo tienen la habilidad de conversar, sino que también saben leer nuestro entorno. Hoy podemos, en cualquiera de los sistemas más conocidos, subir una imagen y empezar a hacer preguntas sobre ella. De la misma manera, a través de una cámara, un agente virtual puede entender dónde estamos y darnos información sobre cualquier elemento que tengamos alrededor. Los expertos en marketing fantasean hace tiempo con que usemos nuestros teléfonos, masivamente, para enfocar productos y a cambio recibir más información (nutricional, de precios, de funcionamiento, de publicidad). Eso poco a poco está pasando.

os autores proponen que nuestro derrotero como especie empezó regido por los fenómenos naturales, luego pasó a ser también gobernado por el entorno urbano, y hoy se suma otro espacio que rige nuestra vida: el digital. Lo primero que hacemos a la mañana es fijarnos qué nos depara la naturaleza (el clima), la ciudad (el tránsito), y el mundo virtual (en las redes)

Es probable que en 2025 veamos el lanzamiento de nuevos dispositivos que aprovechen estas características del nuevo mundo digital de una forma más inmersiva. Que ya no tengamos que apuntar con el teléfono, sino que recibamos la información directamente en nuestros anteojos inteligentes, en un botón de la solapa (la propuesta de Humane, lanzado el año pasado) o quién sabe en qué otro adminículo ínfimo.

El resultado será que la tecnología que nos rodea se vuelva tan invisible como el aire, y nosotros la respiremos como el oxígeno que nos da la naturaleza, o el humo de los colectivos que nos trae la ciudad. No importa, serán indistinguibles