El lunes 12 de agosto, Matías Manno llegó tarde a su clase de contabilidad en el secundario nocturno al que va en Villa Carlos Paz. Ese día, como muchos otros, se había levantado a las seis de la mañana porque tenía una caminata de ocho kilómetros hasta Empalme Tanti, donde hacía una changa como albañil. Después de trabajar todo el día, caminó otros ocho kilómetros de vuelta hasta la escuela. “Llegué muy cansado, agotado”, cuenta el joven de 21 años.
Tras enterarse de la situación, Marcelo Filippo, su profesor, lo convenció de grabar un video para subir a sus redes sociales. Allí, Matías cuenta el sacrificio que hace a diario para poder estudiar y Marcelo invita a cualquier persona que tenga una bicicleta que no use a donársela a su alumno. Ninguno imaginó que minutos después de haberlo publicado ya habría personas interesadas en ayudarlo.
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Publicado por Marcelo Filippo en Lunes, 12 de agosto de 2024
“Creo que lo que conmovió a la gente fue ver que me estoy esforzando para tratar de ser algo en la vida”, expresa Matías, quien el martes ya tenía una bicicleta que había sido donada por alguien que vio el pedido en las redes. Otras personas que se toparon con el video le alcanzaron un casco, ropa, zapatillas y hasta le ofrecieron un tratamiento bucodental. Pero la mayor sorpresa se la llevó cuando, en plena nota para un medio local, una exalumna de la escuela que ahora vive en Estados Unidos le hizo llegar un celular nuevo. “Lo que más me entusiasmó fue que iba a poder hacer todas las tareas del colegio desde el celular”, se emociona.
Un logro compartido
“La única vez que tuve una bicicleta era muy chico, un niño”, dice Matías, que empezó a trabajar a los siete años vendiendo golosinas junto a su hermano. La caminata de casi 16 kilómetros ida y vuelta a Empalme Tanti que estuvo haciendo para llegar a una de sus últimas changas no es nada nuevo para él: la hacía a los 13 años cuando trabajaba en una fábrica de carbón.
Matías vive en Villa Carlos Paz junto a María, su madre, que tiene 41 años y está en tratamiento por un cáncer. La casa era de su abuelo, que murió cuando él tenía 10 años, pero a quien veía como un padre: “Era capitán del ejército y me inculcó la importancia de estudiar, trabajar, ser responsable, esforzarme y ganarme las cosas con honestidad”, cuenta.
La primera vez que Matías dejó el secundario tenía 14 años y fue por problemas familiares, con sus compañeros y porque “el trabajo lo dejaba muy cansado”. Hace dos años intentó retomarlo pero trabajaba como bachero más de 12 horas al día y “no le daba la energía”. Ahora hace un gran esfuerzo para combinar las changas que hace, la mayoría lejos de su casa, con el secundario nocturno al que entra a las siete de la tarde.
El joven está convencido de que, una vez que cumpla su meta de terminar el secundario, quiere seguir estudiando. Por ahora, lo que más le convence es hacer la academia de policía. “No tengo una economía estable ni cuento con muchos recursos. Para tener un trabajo registrado de limpieza o de servicio público te piden el título secundario. Por eso quiero estudiar: para tener un mejor trabajo, en blanco, y aunque sea un poco de estabilidad”, explica. También lo motiva poder ayudar a los demás: “No solo a mi familia, también a cualquiera que le haga falta. Muchos chicos viven lejos, vienen apurados y no llegan a comer, así que yo siempre intento traer algo para compartir”.
“Ahora, terminar el secundario va a ser un logro compartido con todas las personas que me están ayudando a hacerlo. Mi manera de agradecerles va a ser esforzándome al máximo para demostrarles que me tomo en serio el sacrificio que hicieron apostando por mí”, expresa Matías, que siempre había tenido celulares usados y hasta hace unos días no podía ver el material ni hacer las actividades del aula virtual porque su teléfono solo funcionaba enchufado.
Estudian a pulmón
“Como docente el aula es un desafío y la situación de cada uno de los chicos me interpela. Con esto que logramos por Matías me siento como si hubiera hecho el gol de Montiel en el Mundial”, cuenta Marcelo Filippo, que tiene 45 años, estudió administración de empresas y, además de trabajar full time en Toyota, da clases de contabilidad y matemática.
“Me fascina el hecho de educar y encaminar a gente que veo que se sale del camino”, aclara el profesor, que está intentando ubicar otras 10 bicicletas que le ofrecieron distintas personas para otros alumnos que también tienen que viajar varios kilómetros para llegar a la escuela.
A Marcelo, además de dar una buena clase y transformar vidas mediante la educación, le importa devolverle la esperanza a cada joven que entra al aula: “Veo que muchos de los jóvenes están desilusionados, que les cuesta ver a la educación como un derecho, como algo que les corresponde. Muchos me dicen que su sueño es tener un trabajo en blanco”.
“Un buen alumno, muy responsable y muy consciente de que se arrepiente de haber abandonado y de que quiere seguir estudiando y progresando” es como el profesor ve a Matías. Sin embargo, el alumno pareciera ser la regla más que la excepción: “Casi todos son similares: estudian a pulmón, a esfuerzo, a esperanza. Con Matías, lo más lindo que pasó fue eso. Le volvimos a prender la llama de la esperanza, de poder seguir estudiando para tener un futuro diferente”.