Emiliano Villanueva nunca mira para atrás, siempre para adelante. Es su filosofía de vida desde que tiene memoria, tal vez por ello fue capaz de vivir en cuatro continentes en los últimos veinte años, llevándose de cada rincón riquezas culturales, idiomas y amistades entrañables. Y quizás, por la misma razón, la nostalgia no empaña su espíritu ni lo atrapa en dilemas que empantanan la existencia. Emiliano, un mendocino de alma, es el reflejo de que no todo el que se va vive el destierro con aquella sensación de que el suelo de crianza es el único en el que un ser humano se siente y sentirá en casa.
Sí, existen seres como él, capaces de volar sin sensación de exilio y amar profundamente los lugares que los reciben. Y este carácter suele tener una explicación originaria que se remonta a una infancia donde, como diría Wolfgang Goethe: “Sólo hay dos legados duraderos que podemos esperar dar a nuestros hijos. Uno de ellos son raíces, el otro, alas”.
El planeta a disposición y enamorarse de Europa: olvidarse de ser el ombligo del mundo
Para Emiliano, dejar Argentina por primera vez fue un paso natural a una vida viajera, colmada de desafíos e intereses por lo internacional. Desde chico, en él se forjó la idea de que -en el fondo- no existía tal cosa como un irse o volver definitivo, el mundo se desplegó como un mapa magnífico para ser explorado, donde los destinos queridos siempre estarían allí, a disposición, no desaparecían.
La sensación de ser ciudadano del mundo nació de sus padres, que por motivos profesionales viajaban mucho y, junto a su familia, residieron en diversas ciudades de Argentina. Cuando llegó la adolescencia, el paso natural fue perfeccionarse en inglés. Fomentado por sus progenitores, tanto Emiliano como su hermano Gerónimo, viajaron a Estados Unidos para mejorar su hoja de vida académica. Sin embargo, al terminar su carrera de grado en su querida Mendoza, el joven decidió posar su mirada en el viejo continente para hacer un máster de vinos en París. A partir de allí, un mundo maravilloso se abrió ante él.
“Me fui a Francia persiguiendo ese sueño. Llegar a Europa fue transformador. Yo conocía bien Argentina y Estados Unidos, pero nunca había ido a Europa. Cuando llegué a París descubrí un mundo fascinante rico en historia y tradiciones, y me enamoré de ello”.
“De París aprendí a conocer a los franceses y disfrutarlos en su chauvinismo y ombligo del mundo, y por ende olvidar el mío, el nuestro de argentinos. Hoy mantengo grandes amigos en París que frecuento. El idioma fue una ganancia, debí aprenderlo ya que, si quieres integrarte allí, debes hacerlo en sus términos y el idioma es clave. Fue el francés mi segunda lengua por varios años y es un idioma precioso, lo extraño”.
Barcelona receptiva y veloz: “¡Es difícil seguirle el ritmo!”
Emiliano regresó a la Argentina, pero Europa se había metido en su sangre. En tierra patria conoció a Clarisa, se casó y, sin embargo, no se imaginaba echando raíces permanentes: buscaba todas las excusas para viajar a París o Barcelona. Finalmente, en 2002 convenció a su mujer para hacer sus respectivos doctorados -ella en Diseño, él en Historia Económica y de los Negocios- en España. A tierra catalana llegaron con su hijo, Faustino, para empezar una nueva aventura.
“Mis padres, mis amigos, la familia, el entorno, tomó nuestra decisión con abnegación y generosidad, la veían venir, nos veníamos preparando para dar ese salto ya por unos años. La crisis del 2001 sólo corroboró que no queríamos vivir en ese contexto y que esperábamos una mejor vida productiva en otros países, en otras sociedades y con otros valores.”, cuenta Emiliano.
“Al llegar a vivir a Barcelona en familia descubrimos una nueva vida de mucho trabajo, Clarisa, yo y Faustino, y luego Felicitas, nuevos en una ciudad de una voracidad inaudita, devora energía y por ello es la Barcelona que todos admiran y es bellísima, sin embargo, ¡es difícil seguirle el ritmo!”
“España nos recibió muy bien, la Universidad de Barcelona nos brindó un amparo y respaldo profesional muy generoso, y empezamos a transitar nuestra vida por nuestra cuenta, fuera de toda protección familiar y del contexto conocido: una dura realidad que es necesaria asimilar lo antes posible cuando se vive fuera”.
La clave de la integración catalana y un rumbo inesperado Ras Al Khaimah: “La generosidad del sistema emiratí para expatriados”
En Barcelona, Emiliano y su mujer se instalaron en un barrio popular, desde donde cada día salían a sus respectivas casas de estudios para realizar sus doctorados, trabajar el día completo y acompañar la jornada con la crianza de sus dos niños: “Qué apuesta fuerte, y qué buenos recuerdos”.
En la ciudad aprendiendo catalán, Emiliano debía dictar clases en esa lengua, era parte del requisito de su beca. Faustino, su hijo, comenzó mientras tanto su escolarización en aquel idioma, lo que los ayudó como familia a integrarse rápidamente en la sociedad.
Transcurrieron cinco años felices que podrían haber continuado con gusto, sin embargo, fiel al estilo de mirar siempre hacia adelante, más atractivo aún les resultó aceptar una propuesta que llegó a sus oídos extravagante: una oferta para que Emiliano comenzara su carrera académica a tiempo completo en Ras Al Khaimah, el emirato más al norte de los Emiratos Árabes Unidos.
La vida de expatriados en Ras Al Khaimah resultó una de las mejores escuelas de vida, en especial para consolidarse como familia pequeña de cuatro integrantes: “Conocimos mucha gente y viajamos mucho por la región, Clarisa y yo terminamos nuestras tesis doctorales. El gobierno emiratí recluta profesores de Europa y Estados Unidos para su sistema de educación superior exclusivo para sus ciudadanos: enseñanza toda en inglés. Estuvimos casi siete años, y Clarisa lograría su puesto en la misma institución unos pocos años después de llegar”, cuenta Emiliano.
“Fue nuevo, un verdadero shock cultural. Faustino cambió la escolarización en catalán por inglés y árabe, y sólo tenía 5 años. Felicitas comenzó el pre-jardín de infantes en inglés. Preservamos el argentino en casa, pero éramos de los únicos 100 argentinos en un país de casi 5 millones de habitantes en la época. La generosidad del sistema emiratí para expatriados nos permitió viajar largas temporadas de verano a Argentina todos los años, paradójicamente estábamos más cerca de Argentina en Emiratos que en Europa”.
“Vivir en una sociedad musulmana por tantos años nos revitalizó nuestra pertenencia cristiana y occidental, a la vez que realmente disfrutamos de la diversidad que Emiratos ofrece. Llegamos y el país tenía casi 5 millones de habitantes en 2007, nos fuimos en 2013 y la población ya era de 10 millones. Ser testigos de ese crecimiento espectacular del país, de la economía, de la sociedad, fue increíble, una experiencia de gran valor para nosotros: tenemos los mejores recuerdos de Emiratos, su gente y su generosa actitud ante la vida”.
Perder a los padres y encontrar un lugar en el mundo: “Ese trágico evento nos llevó a replantearnos la vida”
Vivir en los Emiratos, en ciudades como Dubái y Ras Al Khaimah, era vivir en un planeta donde todo es posible. Pero Emiliano, fiel a su estilo, decidió seguir viaje acompañado por una familia que había aprendido a ser ciudadana del mundo.
Con la muerte de sus padres entre el 2012 y 2013, supo que era tiempo de volar e instalarse en la costa este de Estados Unidos. Aquella pérdida había impactado en lo más profundo del corazón de Emiliano, quien necesitaba tener a su hermano, Gerónimo, cerca.
“Ambos ya llevábamos viviendo afuera muchos años cuando nuestros padres fallecieron en Mendoza. Ese trágico evento nos llevó a replantearnos la vida y decidir vivir más cerca el uno del otro: o él se venía a Emiratos o yo me venía a la costa este de Estados Unidos. Decidí venirme. Busqué empleo en la costa este y la universidad pública del estado de Connecticut me ofreció un puesto tenure-track asociado a green card que evidentemente celebramos y aceptamos”, relata Emiliano, quien desde entonces ha desarrollado progresivamente su carrera académica: comenzó como Assistant Professor, luego Associate Professor y ahora es Professor en su área de enseñanza como Business Administration, particularmente, negocios internacionales.
En 2018, Emiliano logró una posición permanente y su área de investigación es la economía y los negocios del vino, donde también se desempeña como director de su departamento académico en Eastern Connecticut State University. Clarisa, al poco tiempo de radicarse, conquistó también su puesto en la universidad pública del estado de Rhode Island.
Encontrar el lugar en el mundo en un lugar que ha dado más de lo esperado: “Argentina no me define”
Junto a su familia, Emiliano ya lleva once años viviendo en Estados Unidos, un país en el que descubrió hasta qué punto se valora la educación y que los recibió con los brazos abiertos. Con su filosofía de “siempre para adelante”, en pocos años lograron la ciudadanía estadounidense y dice que el país les ha dado más de lo que esperaban de él.
Hoy, tras haber recorrido cuatro continentes en veinte años, el argentino siente que todo lo conquistado responde a una base de esfuerzos individuales y de familia, donde la perseverancia, actitud y aptitud, han sido definitivos. Y en Estados Unidos estas cualidades, sumadas a las oportunidades que este país ofrece, han derivado en una calidad de vida muy buena.
“Por ello, desde entonces, nunca más tuvimos la necesidad de buscar nuevos horizontes”, afirma. “Somos felices en Estados Unidos. Una vida organizada, con claras reglas de índole meritocrático, ayuda a vivir tranquilos. Los resultados son asequibles y recompensan los esfuerzos. Nos imaginamos terminando nuestras vidas productivas aquí, Faustino ya terminó sus estudios universitarios en Northeastern University, es ya independiente y vive en Miami, y Felicitas estudia su carrera de grado en University of Rhode Island y encontrará su rumbo seguro en este país”, continúa Emiliano, quien aun así sospecha que, una vez retirados, la vida puede sorprenderlos en otros horizontes, donde Argentina no es un destino de llegada definitiva, pero sí un puerto constante y principal.
“Estos últimos años voy a Argentina seguido por motivos profesionales y por mi área de investigación referida al vino. Antes solían impactarme mucho mis regresos a Argentina, ahora ya no. Voy y disfruto el paisaje de la montaña mendocina, tal vez el más bonito del mundo, el Valle de Uco, los viñedos, el buen vino, las buenas charlas con familia y amigos, las empanadas y la buena mesa. Voy y disfruto la pasión por el fútbol y el rugby, me rio y me divierto, hago vida social”.
“Ha pasado el tiempo, Argentina es parte mía como lo es Estados Unidos o mis experiencias en Europa y el Medio Oriente. Argentina no me define. He pasado de ser un estudiante en Europa, a un expatriado en Medio Oriente, y hoy soy un inmigrante en Estados Unidos. Soy argentino por nacimiento, italiano (europeo) por origen familiar, y americano por decisión; las tres nacionalidades sí me definen”.
“Mientras tanto, en este camino de vida aprendo todos los días, pero nunca miro para atrás, siempre hacia adelante. Y hacia adelante está Estados Unidos; creo que encontré mi lugar en el mundo. Con todas sus imperfecciones, este país es el que presenta mejores oportunidades para el desarrollo de mi vida y de mi familia. Aprendí también que extraño la montaña de Mendoza, pero siempre ella está allí, así que me tomo un avión, la visito y luego vuelvo a nuestra vida de Connecticut”, concluye.
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