Antes de volar a Francia para la Semana de la Moda en París –invitada a los desfiles de Chanel y Hermès, a un desayuno de Cartier y un almuerzo de Vuitton, además de tres presentaciones de diseñadores latinoamericanos–, la hondureña Atenas Hernández nos abrió las puertas de su piso de Recoleta para una distendida charla sobre moda y su amor por la Argentina, dos pasiones que heredó de su abuela materna nacida en Buenos Aires, Armida Atenaide Vatta Micceo. Si bien sus raíces ya la habían traído de visita al país en más de una oportunidad, hace dos años Atenas se instaló en Capital Federal por el trabajo de su marido, el cónsul español Juan Alvar Merino Cubillo, con quien tiene a Valentina (8). “Al estar casada con un diplomático, mi vida consiste en mudarme cada dos o tres años, por lo que no puedo asentarme o formar una empresa”, asegura. Además de crear contenido para las redes sociales desde hace más de quince años, Atenas escribe cuentos infantiles [publicó Valentina sueña con los animales] y artículos de moda para revistas de República Dominicana, Panamá y México, en tanto ya lanzó cuatro cápsulas con distintos diseñadores de la región. “Antes de ser influencer, cuando nos llamaban bloggers, yo decía que todas las que nos dedicábamos a esto éramos diseñadoras frustradas. [Se ríe]. Soy honesta, yo no vivo de esto, pero me va muy bien. Me encanta mi trabajo y me fascina conocer nuevos talentos de cada país y ver cómo puedo ayudarlos a través de mis plataformas”.
–Tener una vida itinerante, ¿hace que cambie tu forma de vestir según el país en el que vivas?
–Es algo que he ido aprendiendo con el tiempo. Estudié en Francia, luego en Estados Unidos, me casé en Honduras, viví en España, en República Dominicana y ahora en Argentina; son mundos muy diferentes. Aquí no vas a ver floreado ni tantos colores, es todo más sobrio, algo con lo que me identifico mucho, quizás por la herencia de mi abuela. Siempre me sentí un poco desubicada cuando estaba en Dominicana porque no estaba cómoda con tanto color. Soy más simple, por eso cuando llegué a la Argentina me sentí muy a gusto.
–Como influencer y diseñadora asistís a toda clase de eventos. ¿Cómo es tu estilo para el día a día?
–No te voy a mentir, soy de jeans y camisa blanca, bien classic chic. Siento que cuando estás cómoda se refleja en la cara. En los eventos es diferente, es parte del trabajo y siempre elijo yo la ropa que voy a usar. Creo que, en mi trabajo, no podés tener un estilista porque perdés tu esencia. Es más, de Chanel me mandaron unas piezas para ir a su show en la Semana de la Moda de París y me preguntaron si quería usar el look completo, pero dije que no. No me gusta estar completamente vestida por una marca, prefiero hacer una mezcla.
–¿Qué es lo que no puede faltar en tu vestidor?
–Amo las perlas, son elegantísimas. De chiquita, el primer collar que tuve eran unas perlas que me regaló mi abuela, y desde entonces siempre las he usado. Creo que es una de las razones por las que me identifico mucho con Chanel. Los moños en el cabello también forman parte de mi personalidad y los uso desde chica porque hice ballet quince años.
–¿Coleccionás alguna prenda o accesorio?
–Colecciono gabardinas [trenchs], ¡muero por ellas! Mi marido ya perdió esa batalla. [Se ríe]. Tengo de diseñadores de Colombia, de República Dominicana, una de la diseñadora argentina Valentina Karnoubi, una de cuero de Doma [marca local con lo que está lanzando una cápsula de seis piezas], la clásica de Burberry y otra de Carolina Herrera. También me volví fan de los muebles.
–¿Cómo es eso?
–Mi nuevo hobby, que se convirtió en mi pasión número uno, son las casas de remate y tiendas de antigüedades en Buenos Aires. Casi todas las mejores piezas de plata que tengo las he comprado aquí. Para mí, ir a San Telmo es como entrar a Harrods en Londres, quiero todo. Tengo buen ojo y la clave es ir con paciencia.
–Siempre contás que tu abuela argentina te introdujo en el mundo de la moda. ¿Recordás cómo era su vestidor?
–De pequeña, me metía en su closet y me probaba todo: sus joyas, sus sombreros y sus chaquetas con hombreras. También tenía miles de pañuelos y me enseñaba cómo ponérmelos en la cabeza, en el cuello y en el bolso. Fue mi número uno de la moda. Le encantaba la ropa y creo que ha sido la única mujer que ha sido bien honesta conmigo. Siempre me decía que el blanco es mi mejor color y que no usara el pelo suelto. “El moño te queda bien”, eran sus palabras. Entonces, para todas las ocasiones especiales uso un moño en su honor.
–¿Cómo era ella?
–Era la típica mujer argentina, a veces camino por las calles de Buenos Aires y es como ver a mi abuela. Teníamos una conexión muy fuerte. En sus últimos días yo era la que la llevaba al médico, al supermercado o al salón de belleza. Cuando estaba internada en el hospital y alguien la iba a visitar, ella desde la camilla se ponía unos enormes anteojos de sol. Recuerdo que la miraba y pensaba “es única, todo un personaje”. Creo que así voy a terminar yo. [Se ríe]. Cuando murió, hace ocho años, me heredó la casa y sus joyas.
–Así como seguiste los pasos de tu abuela, ¿tu hija Valentina sigue los tuyos?
–Le fascina la moda. Es la reencarnación de Iris Apfel, se pone las pulseras en todo el brazo, usa anteojos de sol, tiene moños de todos los colores y le encanta el maquillaje. Es completamente diferente a mí: para ella, cuanto más color y más brillo, más feliz es. Y aunque está desarrollando su estilo, todavía tengo un poco de influencia sobre su ropa.
–¿A tu marido lo ayudás con la ropa?
–Él tiene su propio gusto, es muy clásico. Muchas personas me preguntan si yo lo visto, lo cual me hace sentir bien, pero la realidad es que lo hace solo.
Agradecimientos: Estudio Vero Luna (maquillaje y peinado), Beluno Design, Cari Rios y Ana Orri.